Vivo en un barrio obrero, el barrio más obrero de mi ciudad cuyo nombre no revelaré. Un barrio de esos en los que los edificios son casi todos iguales entre sí, donde las pintadas no se borran porque al día siguiente van a volver a aparecer y donde hay que tener mucho cuidado con salir a la calle a determinadas horas. Un barrio donde la policía pasa con mucha menos frecuencia que en los barrios de clase media del centro, un barrio donde tienes que tener cuidado al dejar el coche aparcado en la calle, pero donde tampoco tienes más remedio porque los edificios no tienen garaje. Un barrio donde por pura estadística te van a atracar de vez en cuando, y donde la crisis ha golpeado con más fuerza que en ningún otro sitio porque aquí no ha habido mucha gente con la oportunidad de estudiar. Un barrio donde la inmensa mayoría, donde me incluyo, éramos votantes de Izquierda Unida. Yo mismo he perdido la cuenta de las veces que les he votado, incluyendo las locales de 2015. En las Generales de 2015 voté a Podemos, y en las últimas ni siquiera voté. Vamos: un barrio donde la gente sale en pijama a comprar el pan y donde todos nos conocemos y nos llamamos por el nombre.
Y, por supuesto, un barrio donde el porcentaje de inmigrantes ronda en torno al 40% aproximadamente, en función de lo que veo cada día. Si eliminamos a los chinos y a la inmigración europea, pues hay italianos y portugueses, quizá nos pongamos en un 30 o 35% de moros, negros y sudamericanos.
¿Y sabéis qué? Mi barrio no ha sido siempre así. Cuando yo era pequeño nos pasábamos horas en la calle sin temer absolutamente nada, más allá de los dos o tres yonkis pasados por la heroína a los que los propios adultos metían una hostia si se acercaban más de la cuenta a algún niño, aunque el adulto y el niño no se conocieran.
El porcentaje de inmigrantes ronda en torno al 40%
Aquí había gente que dejaba las llaves puestas en el coche por la noche (sí, como lo oís) para asegurarse de no perderlas, y no se lo robaban. El dueño de la panadería la dejaba abierta todo el día, aunque él no estuviera dentro, y tú cogías la barra que querías y dejabas el dinero en un cesto. Cuando se jodía algo y el Ayuntamiento tardaba en repararlo, éramos nosotros los que lo solventábamos. Éramos una familia. Y hoy en día, pasar por esas calles es desolador. Y claro, por entonces, los españoles éramos más del 99% del barrio.
De vez en cuando vienen partidos como Podemos a dar discursos. Partidos hechos para la gente de clase media que vive en los barrios del centro. Y todos nos vamos dando cuenta, poco a poco, de que no es para nosotros. Están alejados de la realidad de los obreros, ni siquiera mencionan la lucha de clases en ninguna parte de su discurso.
Esos supuestos revolucionarios de izquierdas giran su discurso alrededor de gilipolleces que a los cabezas de familia sin trabajo les suda tres cojones. Vienen hablando de la construcción de un carril bici, del ecologismo, de los autobuses eléctricos, de meter (aunque sea con calzador) a mujeres en puestos de responsabilidad para que sean el 50%. Vienen hablando del ecologismo, de visibilizar al colectivo LGTBIQ+, de financiar los cambios de sexo. Vienen hablando de la importancia de integrar a los musulmanes en nuestra sociedad, de construir mezquitas; a la par que atacan a la Iglesia católica, de la que la mayor parte del barrio es seguidora (yo no lo soy). Vienen a hablarnos de acoger refugiados, como si esos refugiados fueran a vivir a los barrios del centro donde viven el grueso de votantes de Podemos. ¡No, van a venir a nuestro puto barrio, y que nadie lo dude, joder!
No es casualidad que en Francia, mismamente, los socialistas arrasen en los barrios de clase media y alta, los conservadores anden en todos, y que Le Pen domine abrumadoramente en los barrios obreros.
La gente de aquí quiere Paz, Trabajo y Pan
La gente de aquí quiere Paz, Trabajo y Pan. Quiere comer todos los días, un techo bajo el que dormir, y un nivel de vida digno para sus hijos. Los transexuales y los carriles bici nos sudan los huevos. Esos problemas son para vosotros, los de los barrios buenos, que podéis votar a Podemos para ser los más guays del grupo. Habría que ver qué pasaría si fueran vuestros barrios lo que están así.
Los únicos que hablan por el pueblo son los partidos de extrema derecha. Son los únicos que están entendiendo lo que sucede y que atacan al daño moral que supone ver tu cultura invadida, poco a poco, por terceros que no hacen siquiera ademán de integrarse y que han hecho del barrio la escoria que es hoy en día. No es un asunto de pobreza. Hace 30 años éramos pobres, mucho más que ahora, y el barrio era otra cosa bien distinta. Cuando mis padres vivían aquí antes de que yo naciera eran aún más pobres, y seguía siendo otra cosa.
Al final, incluso yo, un exmilitante del PCPE (Partido Comunista de los Pueblos de España) está desencantado con esta izquierda pro–LGTBI, pro–inmigración y que ataca constantemente al hombre blanco. Parece ser que si un hombre blanco entre un millón viola a una mujer todos son iguales; pero si 600 musulmanes entre 2.000 se dedican a delinquir y a vivir de la puta paga, “¡eh, no generalices tío!”.
Nos la suda que venga un pijo gafapasta a llamarnos racistas y xenófobos
(Paga que no dan ni a un pobre hombre que haya empezado a currar con 16 y que se haya quedado en paro a los 46, después de 30 años, teniendo mujer e hijos).
Y declaro: en cuanto aparezca en España un partido de extrema derecha serio, voy a votarlo. Y muchos en mi barrio pensamos igual. Ahora solo haya agrupaciones de rapados mononeuronales como España 2000 o casposos como los de Vox, pero tarde o temprano aparecerá uno. Vaya si lo hará, igual que en toda Europa ha sucedido y solo faltamos nosotros.
¿Y sabéis qué? A los que vivimos aquí nos la suda que venga un pijo gafapasta a llamarnos racistas, xenófobos e intolerantes. Nos la va a sudar completamente. Y por lo que se habla en las calles, ese utópico partido no va a tener pocos votos precisamente. Estamos hartos.
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