Aunque parezca ciencia ficción, la “Ley Trans” de Irene Montero, no contenta con permitir a niños de catorce años cambiar su sexo biológico, estudiará la relación del “sexilio” con la España vaciada. Quizás ustedes lo sepan, pero el que esto escribe no tiene ni pajolera idea del significado del nuevo palabro inventado por los doctores del castellano que forman las filas del ministerio morado. Dícese, según la disposición adicional tercera de la ley, “del abandono de las personas LGTBI de su lugar de residencia por rechazo, discriminación o violencia, dándose especialmente en las zonas rurales”. Añade que, tras el estudio, “se contemplará el sexilio como causa de despoblación dentro de las medidas sobre políticas de despoblación del Gobierno Español”.
¡Acabáramos! ¿Nos quieren vender la moto pretendiendo vincular la despoblación del campo y la España vaciada con la orientación sexual? Enciérrense en los gulags en que pretenden convertir las urbes y dejen a la España rural tranquila. Mejor vaciada que con engendros de vuestra calaña. Está claro que esto forma parte del enésimo chiringuito de un ministerio que ya no sabe a qué atenerse para estar en boca de todos. ¿Cuánto pensará gastarse esta vez?
Antes de redactar una ley semejante e inventarse vocablos sin sentido, recomiendo a sus señorías que hagan un ejercicio de autorreflexión y se pregunten por qué tenemos una España vaciada. Dejando atrás las revoluciones industriales, que incentivaron el abandono de la vida rural en pos de un trabajo en las ciudades, caso de España en los años 50 y 60, lo cierto es que el actual abandono y vacío demográfico de nuestro país – el 90 % del territorio – es fruto del entramado jurídico y de la arquitectura institucional del Estado español. Por supuesto, sostenido y amamantado por la superestructura de la Unión Europea, que abandona a su suerte a las áreas poco competitivas. A mamá Europa le ha salido abuela, la Agenda 2030, quien, pese a decir querer a sus vástagos y darles la paga dominical – FEDER, FSEX, FEADER –, no hace sino aumentar su miseria y abrir la brecha entre la ciudad y el mundo rural. ¿Qué soluciones propone el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico? Nada más y nada menos que un Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de la Economía Española, denominado “España Puede”, inspirado, como no, en la diosa de colorines por todos adorada, el breviario hacia la felicidad que constituye la Agenda 2030. ¿Qué solución propondría el ciudadano de a pie afincado en cualquier pueblo del interior? ¿Han contado con ellos para la elaboración de tan diabólico plan? Si a ellos preguntan, les responderán que la solución estriba en la recuperación de bienes comunales, bosques, prados, sendas y caminos, antaño propiedad real de los individuos, hoy en manos de una administración que, no contenta con la propiedad del campo, produce un entramado legal y burocrático imposible para todo hijo de vecino. ¡Simple y sencillo! Que el parasitismo quede únicamente en el mundo natural y abandone las gerencias municipales y autonómicas en las que lleva sangrando décadas.
Sin ir más lejos, podía la señora ministra comenzar el estudio, no del “sexilio”, sino de un tan real como trágico éxodo rural, con el territorio áspero y más allá del Duero que forma Extremadura. Desconozco si los extremeños que abandonan la región lo hacen por su condición sexual, cosa que dudo, o por la ausencia de oportunidades en una región cada vez con menos oportunidades. ¡40 años de ppsoe! 40 largos años con unas reivindicaciones que tienen su punta de lanza en el olvido de las infraestructuras que padecemos. Por todos es sabido que las conexiones son imprescindibles para la expansión de un tejido industrial, no ya potente, sino de manufactura básica. El tren es solo una muestra del ostracismo de Extremadura, y razón suficiente para echar a los soplagaitas que llevan tantos lustros hundiendo en la miseria a nuestras queridas comarcas. Sin AVE, pero cada vez con más zonas ZEPA – actualmente más del 26 % del territorio –, con el consiguiente desprecio a todo aquello que atente contra este nuevo ecologismo carente de todo sentido. Por no contar, adolecemos incluso de trenes de larga distancia. Eso sí, podemos estar orgullosos de tener una infraestructura del siglo pasado que permite recorrer los 400 kilómetros que separan Badajoz de Madrid en 5 horas y media. Eso, en el mejor de los casos, porque, como si de un parque temático se tratara, los viajes no están exentos de sobresaltos. No hay que ser muy docto para darse cuenta que el tren y la mejora ferroviaria serían un estímulo para el crecimiento económico con la posición estratégica de Extremadura a caballo entre España y Portugal como uno de sus atractivos. Pero, para ello, hay que abandonar la nueva religión, la estupidez socialista y subirse al carro de aquellos que velan realmente por la tierra en que viven, que cuidan lo tuyo.
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