La imagen, difundida en la cuenta X de La Dépêche 47, se ha viralizado en las redes sociales: en el arcén de una carretera rural de Bergerac, un sacerdote, con la sotana al viento y un hisopo en la mano, bendice el convoy de tractores que enarbolan la bandera roja, blanca y azul mientras se dirigen a París. Desde el mercado de ganado de Agen, los campesinos tocan el claxon a pleno pulmón. No van al frente, pero es lo mismo. Cabe señalar que varios obispos de toda Francia han expresado públicamente su apoyo a los campesinos. Existe una larga y consustancial historia entre la azada y el hisopo. ¿Qué sería de la Iglesia si dejara de haber pan y vino para celebrar la misa?
Campesino y pagano tienen la misma etimología, ‘paganus’, pero a lo largo de los siglos la Iglesia ha arado y sembrado tanto en el campo que apenas si hay un campesino que no trabaje, hoy, en un campo rodeado de campanarios y calvarios, a menudo, incluso hoy, al son del Ángelus. Todo su entorno lleva las marcas del cristianismo. Aunque el ‘paganus’ ha resurgido con furia en las últimas décadas, el humus de antaño no ha desaparecido por completo.
El humus de antaño no ha desaparecido
Es el recientemente fallecido Patrick Buisson quien, dondequiera que esté, debe de estar encantado con la actual situación En su penúltimo libro, La Fin d'un monde (Albin Michel), deploraba la desaparición de este catolicismo popular y rural, con sus rogativas y bendiciones de la cosecha. En el pasado se ha criticado a veces a los prelados franceses por defender un ecologismo desconectado y efectuar erróneos llamamientos a la caridad para con los pueblos lejanos: hoy muestran, en cambio, una verdadera compasión por el sufrimiento de sus fieles, y eso merece ser resaltado.
También las fuerzas del orden
Pero eso no es todo. Una frasecita del policía Rudy Manna, portavoz de Alliance Sud, en el plató de CNews el lunes 29 de enero, también dio que hablar: "La policía de Francia apoya el movimiento campesino".
Se trataba sin duda de tranquilizar: el impresionante despliegue de 15.000 gendarmes y policías cerca de las grandes ciudades, y en particular con la gendarmería blindada alrededor de Rungis —el lunes, fueron las fuerzas del orden las que rodearon Rungis, no los agricultores—, no fue lo mejor que le podía pasar a un gobierno que dice "comprender" a los manifestantes. También hay que decir que los tractores no son precisamente patinetes eléctricos. Como dijo una vez Michel Audiard, "cuando tipos que pesan 130 kilos dicen ciertas cosas, los tipos que pesan 60 kilos se callan y escuchan". Para dispersar a campesinos encaramados en sus tractores, se necesitan métodos diferentes que para dispersar a un antifa delgado como un espárrago.
Pero si hay que creer lo que dice el policía Rudy Manna, estas belicosas imágenes no deben tomarse al pie de la letra: el azul de los policías es solidario del verde campesino. Aunque cada uno cumpla con su deber, es lo contrario de lo que el difunto Gérard Collomb profetizaba que sucedería en los suburbios de la inmigración: no se está frente a frente, sino codo con codo. Ya al principio de los Chalecos Amarillos (no al final, tras la infiltración de los Black Blocs), los medios de comunicación habían señalado imágenes de confraternización entre las fuerzas del orden y manifestantes procedentes de parecidos ámbitos sociales: se convirtió en noticia la imagen de un CRS parándose en seco para abrazar a una joven manifestante a la que conocía.
Pero esta vez, las similitudes son quizá aún más sorprendentes: los males de los agricultores —una burocracia desbordante, una Europa dictatorial, un mundo sin fronteras— minan y socavan la labor de unos policías y gendarmes que también tienen la desalentadora sensación de empujar cada día la roca de Sísifo, habiéndose producido muchos suicidios entre sus filas. En su canción Le Sabre et le Goupillon [El sable y el hisopo], Jean Ferrat hablaba de la corneta unida al armonio. Ahora se ha añadido el acordeón. En apoyo de los campesinos, podemos ver el arco de una Francia eterna, la Francia que creíamos que sólo estaba unida en los libros de historia: los campesinos, los sacerdotes y los soldados. Una Francia que no puede andar de cabeza, porque está arraigada.
© Boulevard Voltaire