El profesor italiano (Turín, 1983) continúa empeñado en su labor de desbroce del campo de las ideologías, del lenguaje y de su uso por parte del poder. Si anteriormente llamaba a un rearme filosófico, guiado por el convencimiento de que el hombre es un animal que disiente, ahora embiste contra una palabra —y la consiguiente actitud— que de un tiempo a esta parte ha invadido el escenario tanto psicológico como político: «Odio la resiliencia. Contra la mística del aguante», editado por El Viejo Topo. El título y la imagen de la cubierta (el Agnus Dei de Francisco de Zurbarán) dan el tono de lo que se va a desarrollar a lo largo de más de ciento sesenta páginas.
Diego Fusaro toma impulso recurriendo a Antonio Gramsci y su Odio a los indiferentes, para en un juego de parentescos semánticos ampliar el foco contra el conformismo, la docilidad, la obediencia, la conformidad, la resignación, el espíritu y los comportamientos serviles que se esconden bajo la pomposa etiqueta de la resiliencia. Si habitualmente el término ha solido florecer ampliamente en el terreno de ciertas tendencias psicológicas, de la mano de Boris Cirulnik y otras tendencias de la galaxia psi, el abanico de su uso se ha extendido al lenguaje de la política, siendo empleado, y recomendado por los poderes públicos, tanto económicos como políticos, tanto monta monta tanto (leo precisamente en una entrevista fechada el pasado día 19, en la revista Marianne, coincidiendo con la publicación, en Odile Jacob, de Les Deux Visages de la résilience. Contre la récuperation d´un concept, al nombrado fundador de la teoría, afirmando que «la recuperación neoliberal del término de resiliencia favorece el rechazo del más vulnerable»). El propósito de estos últimos, como no podía ser de otro modo, es lograr que los explotados y sometidos acepten de buen grado la situación que padecen como quien oye llover, llegando al punto de pensar que en vez de meada es lluvia lo que les cae encima; se trata de adaptarse a la situación y conformarse a ella, superando los problemas que de entrada puedan suponer ciertas circunstancias, en un juego que hace que el Sujeto cargue con la responsabilidad de los problemas que supone el Objeto, haciendo que en vez de señalar al segundo como la causa del problema, o del problema mismo, se haga recaer en el primero la capacidad, y el deber, de modificarse para poder asumir la aceptación de lo dado, suponiendo este desplazamiento del Objeto al Sujeto, una desculpabilización de los daños y limitaciones impuestas por el sistema, al tiempo que una culpabilización del individuo que ha de ser capaz de superar las experiencias difíciles, adversidades, traumas, tragedias, amenazas,«manteniendo una actitud positiva al afrontar la existencia». La prescripción propia de esta actitud resignada podría ser aquella de «¡Como no puedes cambiar el estado de cosas, sopórtalo con constancia y sin dejar que, a su vez, te cambie a ti!». Es lo que hay…, que se dice.
Diego Fusaro avanza señalando las diferencias entre el homo resiliens y el homo naturaliter, encarnando el primero las cadenas de la sumisión y la conformidad, frente al segundo que dejaría ver las tendencias al inconformismo y la revuelta contra la injusticia, recurriendo para ello a la unión con otros seres en su misma situación. Si la propuesta es deslizarse de lo personal y adaptativo a lo colectivo y rebelde, se señala igualmente un deslizamiento, en lo que hace al origen del término, cuyo origen estaría ligado a la materia para aplicarlo a los seres humanos. En este orden de cosas, el trabajo del autor se sumerge en los orígenes etimológicos del término, mostrando su empleo en distintos idiomas, su génesis y desarrollo. Así se puede ver que si originalmente el término se empleaba en el ámbito de la física y, más en concreto, en lo referido a resistencia de materiales, el traspaso a los humanos encarna una reificación, cosificación de los humanos, alejándose tal consideración a la propuesta kantiana que defendía a cada humano como un fin en sí mismo, más allá de cualquier criterio de utilidad. De este modo puede constatarse en las posturas resilientes una cercanía a un estoicismo salpimentado para la ocasión, y alejado de los esfuerzos de los filósofos de la Stoa, empeñados en buscar la felicidad y arrostrar las dificultades de la existencia. En estos “estoicos” modernos prima la pasividad, la fragilidad y no asoma por ninguna parte la resistencia, sino la acomodación, la resignación, la aceptación y…la servidumbre voluntaria de la que hablase el humanista de Sarlat, Étienne de la Boétie.
La postura que se reivindica en el libro es la que llama a la lucha contra la injusticia y a la huida del espíritu gregario que hace que se dé un fiel seguimiento al karaoke dominante, difundido por los altavoces del poder, de los poderes, que de hecho son propuestas, aunque muchas veces solapadas, a conformarse con el statu quo. Frente a la aceptación / asimilación de la palabra, que Fusaro señala como palabra del poder, propone la creación de nuevas palabras, creadas desde abajo, que supongan una neta oposición a las difundidas e impuestas desde arriba por el orden neoliberal y sus voceiros; «hay que aprender a hablar de otros modo», invitación que responde a la posición gramsciana de intervenir, prestando atención a la lucha cultural… haciendo que donde el Señor diga una palabra, el Siervo haya de oponer otra evitando el engaño, que se difunde bajo el manto de la neutralidad, más allá del bien y del mal. No está de más recordar que tragedia, tiene su origen en tragar…y aunque se dore la píldora, como proponen los vendedores de humo de diferente pelaje, las soluciones de éstos no son más que paños calientes para hacer que el dolor sea menor, llegando al punto de que la superación de tal dolor es un escalón en el perfeccionamiento personal, y los problemas sociales y políticos quedan en el espacio de lo inmodificable. Recuerdo un tiempo en que se puso de moda (?) la psicología empresarial, manera bonita de decir que tal profesión trataba (hoy sería los coach o similares) de que la maquinaria empresarial, u otras, funcionasen adecuadamente, haciendo que el malestar de los trabajadores fuese apaciguado para mayor gloria del beneficio del capital.
Los resilientes y sus publicistas parten de la supuesta inmovilidad, o inmodificabilidad del sistema sociopolítico, ante lo cual, en definitiva, la propuesta sería: ya que las cosas no se pueden cambiar cambiémonos nosotros mismos, lo que supone un supuesto cambio mental, individual, ajeno a los cambios colectivos de la sociedad. Y frente a los modelos del Cándido volteriano, cuidando su jardín, desentendido del afuera, o del camusiano Sísifo feliz que se siente realizado en su aceptación del absurdo, Diego Fusaro se posiciona del lado deAntígona, la que no se doblega.
Y todo esto sucede bajo el cielo mientras, desde las ruinas polvorientas de la historia, los espectros de Espartaco y Antígona siguen recordándonos que, aunque parezca que todo está perdido, siempre vale la pena permanecer fieles a nuestro propósito y hacer el esfuerzo de la oposición sostenida por el sueño despierto que se deja condensar en un binomio explosivo, a cuyo alrededor deben volver a organizarse el pensamiento y la acción, ansias de libertades mejores, proyectos de ulterioridades ennoblecedores. Permaneciendo siempre en pie y con la cabeza alta entre las ruinas.»
Resuenan al fondo los sones de la mexicana Judith Reyes…«de combativa clase, obrera y campesina…».
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