Bajo la glacial mirada de la pantalla, escribo unas torpes líneas, mezcla de la prisa y del pavor, ante la sombría luz de la luna.
La vida, para aquel que carezca de toda militancia que no esté encabezada por la poesía, es mero exilio antes de la muerte.
Esta necia civilización que nos arrebató lo más grave en nuestras vidas: el estupor venerable ante los muertos.
No hay día que quede más patente que el 1.º de noviembre y probablemente tampoco celebración más bella que la de reconocer que no somos sólo presente, sino también memoria.
Quien aquí está presente es un pueblo, no un público. Y lo que aquí se celebra es un rito, no un espectáculo.
La inercia de este tiempo consiste en ignorar la muerte.
