La biblioteca de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) era el refugio ideal para pasar la tarde del aguacero con el que se despidió noviembre. El hospitalario recibimiento del poeta contradecía la hostilidad del exterior. La sofisticada disposición del espacio que alberga sus libros, custodiados por personajes de su universo de lecturas —las brujas de Lovecraft, Tintín, Conan, Blancanieves...—, resultaba abrumadora, pero nos pareció aún más curioso el criterio que rige el hecho de que algunos volúmenes se acumulen en el suelo.
Cuenta el autor de Cuaderno de vacaciones, libro publicado en Visor y reconocido con el Premio Nacional de Poesía en 2015, que en todos estos títulos ha participado de un modo u otro, bien como autor, bien como editor si se trata de una antología... Incluso si él mismo es el protagonista de un cómic, como ocurre con Viñetas de plata, de la dibujante Laura Pérez Vernetti.
Es inevitable seguir embelesados con la biblioteca, pródiga en fotografías y otros recuerdos que rivalizan con los libros por una presencia prioritaria en los anaqueles. Comprobamos que los ejemplares de la mítica colección Crisol, del sello Aguilar, están diseminados por toda la sala, mientras que es el propio autor quien nos muestra una primera edición de Drácula y otra de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. Es el momento propicio para que arranque la conversación que nos sumergirá en su nuevo libro, El secreto del mago (Visor), recientemente galardonado con el XXXIII Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma.
Antes compartimos con el escritor, que dirigió la Biblioteca Nacional de 2000 a 2004 y ocupó el cargo de Secretario de Estado de Cultura durante la segunda legislatura de José María Aznar, algunas reflexiones acerca de lo que este poemario significa en su trayectoria, jalonada por colaboraciones con bandas como La Orquesta Mondragón y músicos como Loquillo. También abordamos lo que en su poética sigue siendo innegociable: los ecos de la memoria, la mitología, el amor en sus distintas variables, la ironía y el humor como irreverentes marcas de la casa, las alusiones culturalistas, el respeto a las formas clásicas en su escritura...
“No busco tanto la perfección en el poema como la apertura a mundos imaginarios. La literatura es algo que construimos para redimirnos de la existencia diaria, de la conciencia de la muerte y de ese tipo de cosas cotidianas. Eso es lo que nos salva”, afirma convencido. Y apostilla: “¡La imaginación, al poder!, como decían en el 68”. Sin darnos cuenta, estamos inmersos en la entrevista que sigue a continuación. Hablamos, entre otras cosas, de la magia, con motivo del título de su nuevo libro.
¿No le parece que un poeta es también un ilusionista, en la medida en que eleva el lenguaje hasta transformarlo en una imagen resplandeciente o sobrecogedora?
Yo creo que sí, efectivamente. Además, los trucos de poesía son muy habituales. Yo creo que un poeta, si quiere ser interesante, atractivo, sugerente, debe ser un buen manipulador de la retórica. Escribir poesía es connotar en lugar de denotar. Lo que tú y yo estamos haciendo ahora es hablar en un lenguaje denotativo, mientras que lo que hace el lenguaje poético es subrayarlo, ponerlo en negrita, en cursiva, o sea, connotarlo.
De su poesía, no obstante, se ha dicho siempre que es bastante figurativa y de línea clara.
De hecho, creo que la poesía de línea clara empezó a aplicarse como concepto a partir de mis libros. Siempre he defendido que la poesía es sobre todo comunicación y que, si no comunica, malo.
Cuenta en el preámbulo que en medio de la composición de este libro se murió un buen amigo suyo. ¿Cómo se encara la escritura a propósito de una muerte reciente sin sucumbir a las tentaciones de la afectación o el dramatismo?
Bueno, no pasa nada por caer a veces en esas tentaciones. O tampoco hay que reducirlas de una manera absoluta. Diría que de lo que hay que huir es de la sensiblería y de la cursilería melancólica, pero creo que el sentimiento hondo y el dolor sí que tienen que aparecer en el poema.
Leemos, en todo caso, repetidas evocaciones al pasado. Este libro tiene voluntad de recuento.
Sí, la recapitulación aparece a una determinada edad. Lo lógico es que los libros sean recuentos porque el pasado es, de algún modo, lo único que existe. El presente no existe, está en movimiento continuo, y el futuro lo ignora todo el mundo. El pasado es lo único que tenemos.
“La muerte es solo olvido, paz, silencio, / lo que en vida no tuve”, leemos al final de un poema.
Es que yo estoy siempre liadísimo (risas). Eso va por el lado cotidiano del verso: como siempre estoy estresado, pienso que estando muerto, al menos ya no tendré ese tipo de cosas…
Pero ¿cómo son sus conversaciones con la muerte?
Procuro conversar lo menos posible con la muerte porque es mala interlocutora. Hay que tener en cuenta la frase famosa o el adagio que tenían los epicúreos: “Mientras estamos vivos, no estamos muertos” y “Mientras estamos muertos, no estamos vivos”. No hay que preocuparse tanto por lo que va a ocurrir cuando ya no estés, porque no serás nada. Hay una cierta angustia en ese proceso, pero hay que rehuir ese pensamiento.
A propósito, mantiene una relación curiosa con la religión. Prefiere el edén de la tribu feliz con la que sueña en uno de sus poemas antes que el paraíso post mortem, pero “cuando uno está mal, recurrir a Dios siempre / resulta positivo”, dice en otros versos. A estas alturas, ¿tiene alguna certeza?
No, porque nadie puede tener certezas relacionadas con lo sobrenatural o con lo celestial. En Hamlet se dice de la muerte que es “el país de donde nadie vuelve”. Como nadie ha vuelto, no sabemos, pero de lo que no cabe duda es de que se ha trenzado una espiral de pensamiento consolador a partir de las religiones salvíficas, que son las que prometen un más allá después de la muerte.
"La poesía de línea clara empezó a aplicarse como concepto a partir de mis libros"
Esto forma parte de nuestro tejido intelectual; entonces también me parece absurdo olvidarlo. En un país como España, además, hemos tenido una educación cristiana en general y católica en concreto, así que eso aflora siempre, en todas las edades. Quizá al hacer recuento, cuando la edad es más provecta y avanzada, incluso un poquito más.
Y ahora que vuelve a citar el recuento, este libro también es un inventario de sus pasiones. ¿Qué ha sido lo más interesante que ha hecho en la vida? ¿En qué cree que ha acertado?
La verdad es que no suelo hacerme este tipo preguntas. Ahora que me lo preguntas tú, te diré que estoy satisfecho del balance. Me da la sensación de que lo que he querido hacer, lo he hecho ya. No tengo ninguna gran asignatura pendiente. He vivido una vida plena, en profundidad y, al mismo tiempo, relativamente indolora.
También escribe, en “Un día menos con Susana”, sobre sobre el deseo en la vejez.
Eso viene de un soneto de Jorge Guillén que está en su libro Homenaje, “Susana y los viejos”, sobre un pasaje de la Biblia que, en los siglos XVI y XVII, fue representado mil veces en la pintura con la excusa de dibujar el cuerpo femenino desnudo. Al final de mi poema adapto el último verso de Guillén: “–Ah, Susana. –¡Qué horror! –Perdóname. ¡Te veo!”. Todos los seres humanos, tengan la edad que tengan, son una especie de ramillete de deseos. También los viejos, por supuesto. Como yo me voy adentrando en esa edad, pues me doy cuenta de que me siguen gustando las chicas que veo por la calle.
“Ahora, en estos nuevos tiempos / no se dan besos de cine / sin consentimiento previo”. Así concluye un poema de este libro. ¿Cree que se ha exagerado demasiado?
Es que es una tontería que haya que preguntar si puedo besarte o darte un abrazo, es un absurdo… Se da el abrazo y luego te expones a que te den una bofetada. Es que las relaciones humanas nunca han sido así. Lo que hay que evitar, obviamente, es el abuso de un sexo sobre el otro o el maltrato, pero no tiene nada que ver con esto, eso es una locura. De toda la vida hemos salido con una chica y hemos estado a punto de besarla muchas veces y no lo hemos hecho por timidez o porque no nos enterábamos de que realmente nos estaba pidiendo eso. Pero todo es mucho más irracional, más fantástico que todo eso tan realista de ahora.
También hay muchas alusiones al hedonismo en este libro. Por ejemplo, en el poema “La cura del faraón”.
Claro, el faraón viene a decir: “Tú disfruta de las chicas que tienes en el barco, pero al mismo tiempo date cuenta de que cuanto más disfrutes, más temerás la muerte. Porque entonces dirás ‘caramba, con lo bien que me lo paso yo viviendo y esto se acaba’ ” (risas).
Entonces, si se hace ese tipo de preguntas...
Claro, pero en verso. En general, lo que hacemos los poetas cuando escribimos versos es lo que no hacemos habitualmente. En los poemas hacemos una especie de striptease mental, espiritual y psicológico que en otros casos no haríamos porque sería insoportable.
Por cierto, este libro contiene soleares, haikus, sonetos... ¿Hay una vocación de reunirlo todo, de reivindicar las formas clásicas?
Sí, y sobre todo yo diría que hay un intento de reivindicar las formas más populares. Por ejemplo, no suelen hacerse soleares, y menos se suelen colocar una detrás de la otra. Desde luego, hay una atención a los versos populares y a la métrica popular que ahora siento tan dentro.
No sabía que le gustaba el flamenco…
En realidad, no me gusta tanto el espectáculo flamenco como las composiciones, las letras. Mi mujer sí es una fanática, pero a mí los conciertos largos me aburren un poco, algo que no me pasa con el fútbol, con el baloncesto o el tenis.
En todo caso, ¿encontrarán estos versos un cantaor que los interprete?
Pues éstos todavía no, pero un cantaor me cogió una soleá hace muchos años y durante un tiempo se cantó mucho. Estaba en La caja de plata (2003) y decía así: “Maldita sea mi suerte, / mi novia me ha sorprendío / en la cama con la muerte”. Esa es una soleá gitana, pero las de este libro no.
Bueno, algunas quizás sí pasan el filtro de las cantables. “No digo ni sí ni no / ni digo siempre ni nunca / ni lealtad ni traición”... O “Es peor, mucho peor / morirse cuando uno vive / loco perdido de amor”.
Loco ‘perdío’ (risas). Sí señor, es verdad… Pues puede ser, yo estoy seguro de que a quienes les guste el flamenco y la poesía les van a gustar mis soleares. A los que les guste sólo el flamenco podrán decir que no son soleares auténticas. Y es que resulta que todas juntas cuentan una historia. Es otra de las características de mi poesía, la narratividad.
La rima ha sido absolutamente desterrada de la poesía actual. Que usted la utilice resulta casi trasgresor.
Yo no he abusado de la rima, no soy un poeta de la rima en concreto, pero en cada libro mío siempre hay algo de rima consonante. Me gusta porque es un homenaje a la gran poesía española de todos los tiempos, que sí fue rimada, en su gran mayoría, hasta la Generación del 27. E incluso, a veces, también en la Generación del 27. Anda que no ha hecho Cernuda poemas rimados en asonante… Siempre incluyo alguna muestra de ese cariño mío por la tradición poética rimada. Y aunque no es lo más habitual, lo cierto es que todavía perdura una influencia entre los poetas jóvenes.
Como gran exponente de la poesía de línea clara, ¿no tiene la sensación de que tantas propuestas rupturistas desembocan en un gregarismo que tiene muy poco de trasgresor?
Claro, porque si lo único que buscas es la ruptura a toda costa, te acabas convirtiendo en un conservadoAl final, lo que haces es cambiar los cromos de la tradición por los cromos de la vanguardia, que no deja ser otra tradición. A finales del siglo XX, tiene lugar un revival de la vanguardia histórica transmutada en otra vanguardia, que ya es más contemporánea y me hace mucha menos gracia. Sin embargo, me divierte la poesía visual, pero porque la asocio a los caligramas de Apollinaire y a esos movimientos de vanguardia de los años 20 y 30 del siglo pasado.
Leyendo el poema “Madrid fantástico” me preguntaba si le gusta el Madrid actual, el Madrid de Ayuso como dicen algunos... ¿O la relación que mantiene con esta ciudad no tiene nada que ver con esto?
Fíjate, pues no tengo la sensación de que me hayan quitado mi ciudad. Estoy feliz con mi Madrid de ahora, igual que lo estuve con mi Madrid de niño. Es una ciudad con muchas cosas buenas y no creo que haya perdido su esencia. Está viva y coleando.
Pero ¿recuerda alguna etapa en la que Madrid te pareciera irresistible?
Hombre, la Transición se vivió con bastante libertad comparado con la etapa anterior, pero tampoco tengo mitificada la Movida, y eso que estuve muy en primera fila por edad y por amistades con toda la gente que la vivió intensamente. Pero se me murieron amigos por culpa de las drogas en aquella época.
¿Cuál es el aprendizaje más importante que se ha llevado de los clásicos?
Los catalanes dicen que no falte en la mesa una botella de Vichy Catalán y yo digo que no falten en mis versos alusiones a los clásicos. Y no me refiero solo a los grecolatinos. Yo de quien más he aprendido ha sido de Shakespeare, lo llevo hasta en el reloj [nos lo muestra].
¿De dónde lo ha sacado?
Lo compré en una tienda absurda de no sé dónde. Verás que alrededor tiene una frase que se traduce en algo como “Oh, tiempo, eres tú quien tiene que desenredar este follón y no yo. Es un nudo demasiado apretado para que yo lo desate”. Eso, para el amor, es fantástico. Cuando tienes una historia con una chica y no sabes qué está pasando, deja que el tiempo resuelva ese nudo.
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