La mujer caballo

Por más que ella se tome por un caballo, no tiene nada que ver con los míticos centauros de la Antigüedad. Nuestros tiempos no están para tales trotes.

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“¡Hay gente pa to!”, exclamó el gran torero Rafael el Gallo cuando, en una fiesta celebrada en un hotel de Madrid, allá por los años veinte, coincidió con José Ortega y Gasset. “¿Quién es ese fachó con pinta de estudiao?”, preguntó con su gracejo andaluz. Cuando le respondieron que era un filósofo, el diestro replicó: “¿Filo qué? ¿Y ezo qué é?”. Al explicarle en qué consiste la filosofía, el Gallo repuso con cara de asombro: “¡Hay gente pa to!”.

Y, en efecto, hay gente “pa to”. Incluso —pero eso no lo podía saber el Gallo— para las mil aberraciones que producen unos tiempos que, deconstruyéndolo “to”, impregnándolo “to” de apetencias y delirios woke, son capaces de engendrar gente que, como la noruega Aya Kirstine, se cree muy seriamente que es... un caballo. No sólo se lo cree, sino que, a fuerza de creérselo, ha llegado a galopar y saltar cual si de una yegua se tratase. No consta, sin embargo, si también ha sido apareada o no por algún semental.

Nada que ver, huelga decir, con los míticos centauros —mitad hombres, mitad caballos— de nuestra gloriosa Antigüedad grecorromana. Los tiempos, decididamente, no están hoy para tales trotes.

¿No se lo creen? Véanlo seguidamente.

 

 


 

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