La lengua de los judíos es la única del mundo que después de dejar de transmitirse ha recuperado la propagación. Si consideramos muerta a la que ya no se hereda en familia, podríamos decir que ha resucitado como lo hizo, según los evangelios, el judío más famoso de la historia. Hoy los niños aprenden hebreo en las familias del estado de Israel, la hablan los jóvenes, se utiliza en la enseñanza y es lengua oficial y única en el parlamento de Jerusalén.
Pertenece a la familia semítica, como el acadio de la civilización mesopotámica, el fenicio del comercio del Mediterráneo, el arameo de Jesucristo y el árabe del Corán. Cuenta con una edad excepcional, unos treinta y tres siglos. Tal longevidad sólo es comparable a la del chino, el griego y el sánscrito. ¿Cómo ha conseguido tan larga pervivencia? Una respuesta fácil sería atribuirlo a la fuerza de la religión, pero es difícil que eso explique todo en tan larga permanencia, arraigo y vigorización. ¿Cómo se ha mantenido independiente el pueblo judío durante más de tres mil años?
La historia
Lo que sabemos del primer tercio de su peregrinar es que en el 2000 a.C. sus antiguos hablantes vivían del pastoreo; que se instalaron en la parte alta del río Éufrates, en Mesopotamia; que se desplazaron hacia Canaán, la tierra prometida, según cuenta la Biblia; que hacia el 1300 a.C. una escasez generalizada de alimentos los forzó a emigrar a Egipto donde no fueron rechazados, pero sí sometidos; y que se rebelaron y huyeron guiados por Moisés, profeta también del cristianismo y del islamismo, para regresar a la tierra prometida.
Lo que sabemos de la segunda parte de su historia es que en el año 1000 a.C. instauraron la monarquía y vivieron como pueblo independiente hasta que en 722 a.C. los asirios conquistaron Israel. No destacaron por su ejército, pues no fueron grandes guerreros, ni por su voluntad de expansión, ni por su visión política, ni siquiera por su organización social, pero sí por la redacción de un libro sagrado e innovador frente a las demás religiones: la Biblia, el más publicado y traducido del mundo, escrito a lo largo de unos diez siglos entre 1200 y 200 a.C.
Hacia 606 a.C. se produce la primera diáspora cuando Nabucodonosor II conquista el reino de Judá, destruye el templo de Jerusalén, traslada los líderes a Babilonia y el resto de la población huye y se dispersa. Si en el Irak contemporáneo Nabucodonosor es un gran líder histórico, los judíos lo odian. Sesenta años después el rey de los persas Ciro II el Grande vence a los babilonios y les permite regresar. Reconstruyen el templo y se unifican, pero no forman estado.
En el 332 a.C. la lengua de los griegos llega a Canaán en boca del ejército de un joven general, Alejandro Magno. Por entonces se inicia una mayor autonomía y estabilidad política y económica. Cuando Roma conquista la región (39-34 a.C.) el griego es la lengua de las clases dirigentes, el hebreo la tradicional, que empieza a ser oscurecida por el arameo, lengua de Jesucristo hablada al norte de Galilea, y se añade el idioma imperial, el latín.
A principios de nuestra era, en el año 70, el emperador Tito destruye el segundo templo de Jerusalén. Los judíos pierden sus libertades religiosas y su tradición, y de nuevo quedan sometidos, pero se rebelan contra el poder romano en el año 132. Para las fuentes judías el motín es el resultado de los decretos dictados por Adriano que prohibían la circuncisión, el respeto al descanso del Sábado y las leyes de pureza de familia. La intención, según parece, no era sino incorporarlos a la cultura grecorromana, pero la integración en otros pueblos o la integración en otras creencias es algo que no admiten. También quisieron los romanos prohibir una peligrosa mutilación, la circuncisión, que varios pueblos de la región practicaban. Y, además, el emperador Adriano fundó en Jerusalén una ciudad dedicada al dios Júpiter.
Se inicia la más larga dispersión, la tercera etapa de su existencia y segunda diáspora, esta vez hacia Egipto de nuevo, pero también al norte de África, a Hispania, a los Balcanes, y desde ahí se perpetúa una vida errante. Esta larga dispersión por el mundo, y esto es lo que más sorprende, no impide que se mantengan en comunidades minoritarias separadas y tantas veces rechazadas a veces por su poder económico a veces por su aislamiento.
El hebreo, ya en decadencia como lengua de transmisión familiar antes de la diáspora, desapareció. Las usanzas lingüísticas fueron, sin embargo, específicas, como corresponde a grupos aislados. Destacaron dos de ellas, el español sefardí, y la versión del alemán que llegó a extenderse por Europa, el yidis. El hebreo, sin embargo, se mantuvo como lengua de oración y recitación, y esporádicamente de una comunicación elemental.
La recuperación
Al igual que otras lenguas casi exclusivamente dedicadas al uso religioso como el ge’ez o el copto, el hebreo ya no tenía posibilidades de recuperar su pasado vigoroso, pero surgió el milagro. Durante la segunda mitad del siglo XIX cundió la idea de crear un estado que recogiera las comunidades judías. Algunos tomaron nota de lo que parecía utópico, pero ninguno como Eliezer Perelman (más tarde Ben-Yehuda), nacido en 1858 en un pueblo de la Rusia Imperial, Luzhki, al norte de la actual Bielorrusia. En cuanto balbuceó las primeras palabras en la lengua de sus progenitores, el yidis, se inició en el estudio del hebreo y la Torá. Dicen que solo tenía tres años. Estudió en París, donde oyó por primera vez hablar la lengua de la Biblia en boca de su profesor. Allí debió de pensar que era posible recuperarla.
En 1881 se trasladó a Palestina, por entonces provincia del Imperio otomano. Su hijo, primer hablarte nativo moderno, solo oyó el hebreo en boca de sus padres. Ni siquiera permitió a su mujer que la oyera cantar en ruso. En 1884 inició la publicación de un periódico, también en hebreo, defensor de una patria para el pueblo judío en Israel. Logró que se fundara el Comité de la Lengua Hebrea, que pronto pasaría a ser Academia de la Lengua Hebrea, que concibió cientos de palabras que, nacidas con la modernidad, nunca habían sido necesarias en aquella lengua sin vida social. Desde 1898 hubo instrucción oficial en hebreo en las escuelas judías de Palestina. Allí se reunieron judíos hablantes de ruso, francés, alemán, árabe, español sefardí y sobre todo yidis. El primogénito de Eliezer contribuyó con su esfuerzo a una unificación que ganó adeptos cuando miles de judíos de Europa oriental llegaron a Palestina huyendo de las masacres de las guerras europeas y dispuestos a fundar una nueva vida social con el hebreo como lengua familiar transmisible. En 1948 se proclamó el estado de Israel.
Ese hebreo, que hoy nos parece una lengua más, era hablado en casa por unas diez familias hace sólo un siglo. Hoy es un excepcional ejemplo de recuperación, el de vivificar una lengua desaparecida.
Un añadido: el apoyo natural y cultural del inglés
El 72% de los habitantes del estado de Israel hablan hebreo, y el 21% árabe. La siguiente lengua, tal vez del 7,5% de la población, es el ruso, en boca de los herederos de quienes vivieron en la antigua Unión Soviética. Un resto simbólico de unos cien mil judíos hablan español sefardí. Todos ellos, estimulados por la voluntad de entenderse, y aquí viene lo extraordinario, utilizan el inglés en los asuntos comerciales, turísticos y académicos, que se alza como la lengua más importante del país y la que día a día gana espacios.
A pesar de la recuperación, el hebreo de hoy es una lengua sin hablantes monolingües que, como tantas otras, necesita apoyo. Y los israelitas lo aceptan con naturalidad porque las lenguas son patrimonio libre de los hablantes y no armas de guerra de los nacionalismos.