A principios de los años 60, una avalancha de turistas vivieron a suceder a aquellos viajeros impertinentes que recorrieron España en busca de la imagen preconcebida que tenían de ella. Si aquellos distinguidos forasteros buscaban el exotismo, dos siglos más tarde, sus sucesores vinieron en busca del llamado «turismo de sol y playa» sobre el que se cimentó una industria que ha dejado una huella indeleble sobre el litoral español, antes jalonado por torres vigía que avisaban de la temida llegada de la piratería berberisca. La principal figura adscrita a aquellos días es la de Manuel Fraga Iribarne, Ministro de Información y Turismo, a quien se debe el célebre Spain is different!, frase atribuida a Napoleón tras la derrota en Bailén.
Desindustrializada a cambio de su ingreso en la Comunidad Económica Europea, hoy Unión Europea, España sigue teniendo en el turismo una de sus principales fortalezas económicas. Sin embargo, a pesar de que la imagen tópica de España, toros y flamenco, se mantiene en gran medida, el desarrollo del modelo autonómico, ha obligado a buscar, cuando no a fabricar, señas de identidad diferenciadas. En el caso de Andalucía, cuya paternidad patriótica ha sido atribuida a un muladí llamado Blas Infante, no son pocos los que tratan de hacerla coincidir con un idílico al-Andalus, modelo de tolerancia y diálogo intercultural. La ensoñación no es nueva. De hecho, conecta con las fantasías de aquellos decimonónicos viajeros e incluso con las de ciertos sectores políticos que pretendían enfrentar el democratismo andalusí con el autoritarismo castellano.
Viene todo esto a cuento, porque de un tiempo a esta parte, no sólo se han rescatado, de la mano de González Ferrín, las tesis de Olagüe, en lo relativo a la presunta llegada pacífica del Islam a Spania, sino que, incluso, se ha pretendido cancelar recientemente el concepto «reconquista», por considerarlo no sólo inadecuado, sino vinculado a posiciones políticas caracterizadas de españolistas o extremas.
En este contexto se ha publicado el libro de Yeyo Balbás, Espada, hambre y cautiverio. La conquista islámica de Spania (Desperta Ferro Ediciones), obra que aborda la expansión del imperio islámico hasta sus confines, entre ellos, pero no solo, la Spania visigoda. Una expansión en absoluto pacífica. El libro de Balbás se distingue no sólo por un solvente manejo de las fuentes musulmanas, a menudo ignoradas por historiadores apegados a las narraciones realizadas desde el lado cristiano, sino que añade un factor que cumple con los requisitos exigibles para el cultivo de lo que Bueno llamó «Historia fenoménica»: las reliquias o vestigios que la arqueología va desvelando. Este aspecto, el arqueológico, dota al libro de una suerte de mecanismo de verificación que sirve para disolver visiones, a menudo ajustadas a cánones literarios, de un pasado mucho más convulso y fracturado del que reflejan los habituales mapas que dividen la Península Ibérica en dos partes, la cristiana y la musulmana, teñidas de distinto color.
Por las páginas de Balbás desfilan personajes cuyos perfiles están desdibujados por la leyenda, pero también crudas realidades como las matanzas, las crucifixiones, la esclavitud o una poligamia bajo la que se cometían crímenes entre las facciones vinculadas a uno u otro heredero. El al-Andalus que aparece en Espada, hambre y cautiverio no es diferente del resto del Dar-al Islam, si bien, como es lógico tratándose de un autor español, el libro se detiene en el caso andalusí y en la respuesta de unos cristianos castigados, primero, y protegidos después, por el dios trinitario que les tributó, por parte de los musulmanes, el nombre de politeístas. Ello obliga a Balbás a abordar los hechos que tuvieron por protagonista al célebre Don Julián, pero también a don Rodrigo, a la batalla de Covadonga, punto de partida de una reconquista cuya sola pronunciación constituye, en determinados ambientes ideológicos, la antesala del anatema.
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