La lengua vasca capta el interés del lingüista porque ha sobrevivido a pesar de la influencia de lenguas de mayor calado como el latín, el castellano o el francés; porque no se le conocen parientes, y porque se domicilia en Europa.
Supervivencia excepcional
Otras lenguas que suponemos de su generación, como el íbero, el celtíbero, el aquitano o el galo, ni sobrevivieron ni sabemos mucho de ellas porque fueron eclipsadas por el latín, lengua preferida por sus hablantes después de haber entendido que contribuía a la integración con los modos de vida que ofrecían los romanos. De los vascos no sabemos nada, pero sospechamos que, escudados en su aislamiento, no llegaron a beneficiarse del hablar latín como otros pueblos, y por eso no abandonaron el vascuence.
En su biografía no figuran progenitores, ni lugar ni fecha de nacimiento, ni anécdotas de su infancia, ni su carácter y estilo de juventud y madurez. Ni siquiera sabemos cuándo se instaló en el dominio actual. En el silencio de los tiempos solo podemos imaginarlo en su vecindad con el aquitano, tan desconocido también, y en una cercana y fiel amistad con sus desprendidas lenguas vecinas y amigas.
Vasconia fue territorio poco, mal o nada romanizado, y por tanto menos identificado con el Imperio. De haber vivido más de lleno los cambios que introdujo la nueva civilización, su lengua habría desaparecido sin que hoy supiéramos nada de su existencia, como sucedió con tantas otras. Ni siquiera tenemos un pequeño texto grabado en piedra o en bronce, pues ni la arcilla, ni el papiro, ni el pergamino se usaron por estos lares. Si los antepasados de los de hoy no hablaron latín —pues consta que muchos sí lo hicieron— y si no cambiaron a la lengua del acomodo social, no fue porque quisieran perpetuar sus queridas hablas, sino porque no tuvieron la oportunidad de hacerlo. Probablemente muchos lo lamentaron.
Los vizcaínos, que es como se nombraban a los vascos en el siglo XVI, son en El Quijote los aldeanos de las anécdotas, de la misma manera que hoy los de Lepe, y en Canarias los de la isla de la Gomera. Vizcaínos, leperos y gomeros pasaron al sentir popular como gente tan desconectada del resto que hasta hace relativamente pocos años existían monolingües de algún dialecto vascuence y recónditos aldeanos leperos o gomeros. En la actualidad todos conocen y utilizan profusamente, ¡menos mal!, el francés o el español, lenguas que les facilitaron y les facilitan desde hace siglos el abandono de la incomunicación, tan prácticas, estas lenguas, como lo fue el latín para íberos y galos.
El ámbito natural del vascuence fue el caserío y mucho menos los centros urbanos. Aislado entre montañas había resonado durante siglos para transmitir las costumbres, las tradiciones, los mitos, las leyendas y quimeras, una generación tras otra; en vascuence se intercambiaron las palabras de afecto y amistad y se estrecharon los vínculos. Pero las lenguas de la comunicación generalizada fueron otras.
Lengua aislada
El segundo gran interés del vascuence se aloja en su orfandad. No conocemos a su familia como tampoco conocemos a la familia del íbero. Y si una brillante investigación no identifica a sus parientes, seguiremos considerándola aislada, huérfana. No quiere esto decir que fue creada de la nada por un dios cualquiera, sino que no se le conocen lenguas afines. Si alguna otra de la época vivió en boca de algún pueblo asimilado a los íberos o los celtas tampoco conoceríamos su parentesco, ni siquiera el nombre, porque no dejó huella. Eso sucede también con el picto, lengua celta del norte de Gran Bretaña a la que, por casualidad, algún historiador le puso nombre; pero nada más sabemos.
Territorio europeo
En su tercera característica singular, el vascuence se domicilia, con todo su exotismo, en el continente europeo y no en lugares lejanos, y eso ha atraído a los lingüistas. Las lenguas aisladas no europeas son numerosas, pero ni el burushaskí de Pakistán, ni el ainú de Japón, ni el kutenai de América del norte, también aisladas, han atraído tanto a los lingüistas como el vascuence, lengua más exótica por su cercanía.
Edad
Imposible asignarle una edad. A mitad del siglo XVI, cuando se escribió, bien podía vivir la adolescencia y por tanto no parecerse a su antecesora, a la que no podemos darle nombre. O bien podía vivir la senescencia. Desde entonces cuenta con documentación de asunto religioso, aunque también lingüístico-didáctica, gramáticas y diccionarios... El inconveniente ha sido, desde siempre, la fragmentación de un hablar durante tanto tiempo sometido a las libres articulaciones y libertades léxicas de unos usuarios que, aunque concentrados, vivían entre montañas los unos distantes de los otros. A finales del XVI el español ya predominaba en las ciudades.
Si exceptuamos una de las Glosas Emilianenses del siglo X, escrita en vascuence, además de en castellano, ha sido una lengua ágrafa hasta 1545. Unos años antes, el humanista veneciano Andrea Navajero escribía: «En Vitoria se habla castellano, pero entienden el vascuence, y en los más de los pueblos se habla esta lengua.»
Como no dejó rastro hasta entonces, la investigación se pierde en un pasado turbio, que no de turbulencias, porque el vascuence no vivió momentos vacilantes o de conflicto comparables al terror desatado en tiempos recientes. Hoy tampoco lo sería, si no fuera porque existe una realidad evidente: la lengua propia del País Vasco es el español, pero el estatuto, contrario a la realidad del territorio, donde la lengua principal es, con diferencia, el español, dice que es el euskera.
No tendría importancia si no fuera porque no existen las mismas posibilidades de desarrollo cultural en euskera que en castellano, aunque no sea políticamente correcto decirlo.
Esa marginación de la lengua principal de la autonomía es la mayor aberración sociolingüística que ha conocido la historia.