Por cierto, si la bandera nacional está omnipresente en las acciones de protesta campesinas, no cabe decir lo mismo, por desgracia, de las huelgas y manifestaciones obreras. Será, sin duda, que el peso de los sindicatos del Régimen es distinto en ambos casos.

Los campesinos españoles, en pie

Si alguien tiene derecho a salir a la calle son los trabajadores del campo español.

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El campo despierta. Temprano, llueva o nieve. Porque no entiende de dogmas climáticos ni de discusiones asamblearias. La España rural ha espabilado poniendo de manifiesto el divorcio no sólo entre las ciudades y el campo de nuestro país, sino la falta de entendimiento entre éste y el gobierno central.

Una cosa está clara y parece que no queremos entenderla: la urbe, sin el agro, no come. Algunos parecen no enterarse de que el sector primario es vital para garantizar la seguridad alimentaria de todos nosotros. Es clave para España por su importancia estratégica, económica, social y, no lo olvidemos, como elemento vertebrador y cohesionador de un territorio cada día más polarizado.

Si alguien tiene derecho a salir a la calle son los t rabajadores del campo español. Sus reivindicaciones son cuestión de justicia social. Máxime cuando en la mal llamada Unión Europea se votan políticas que ahogan, día sí, día también, a nuestro campo. Nos referimos a una legislación ambiental excluyente, una ley de bienestar animal desnortada, una problemática insatisfecha en materia de agua y un desconocimiento y desprecio absoluto por la ganadería extensiva, favoreciendo la expansión de especies como el lobo o el meloncillo. Por supuesto, todo lo anterior favorece a terceros países que no dudan en aprovechar la política de puertas abiertas que les ofrece Europa. Tonto, el último. Todo ello es obra de burócratas sitos en Bruselas y que no han pisado el campo en su vida. Ecolistos, ecolojetas y cabestros doblegados a la temible Agenda 2030. Una Agenda que nos muestra un mundo feliz, utópico y socialista que promete el fin de la pobreza pero que sólo servirá para que en unos años los únicos que puedan viajar en avión, comer carne y productos de calidad, tener propiedades o ser libres sean esas élites globalistas a las que rinden pleitesía. La misma Agenda que supone el estrangulamiento y la ruina de nuestro campo. Y, si no, pregunten a cualquiera que viva de esto.

¿Tan descabellado es legislar de acuerdo con la realidad? ¿Tan difícil es anteponer, frente a terceros, los intereses y el modo de vida de nuestros compatriotas? Es lo único que piden los tractoristas y transportistas estos días. Por cierto, son autónomos y currantes, no señoritos, como algún sector de la izquierda caviar deja entrever. O se les apoya de verdad, o la venganza del campo no habrá hecho más que empezar. No está de mal recordar que la agricultura es la profesión propia del sabio y la ocupación más digna para todo hombre libre. No lo dice quien estas líneas escribe, sino Marco Tulio Cicerón, el cual lo escribió hace más de dos milenios. No olvidemos que sin ellos, la gente del campo, nuestra gente, Extremadura y España no son nada.

 

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