El aforismo 125 de La gaya ciencia de Nietzsche, es el lugar epifánico del nihilismo conectado con la desdivinización, con el Gottes Tod, con la «muerte de Dios». A diferencia del discurso científico y antimetafísico que se desarrolla en el espacio de lo moderno, Nietzsche no afirma la inexistencia de Dios, argumentándola acaso more geometrico. Al contrario, alude a la muerte de Dios y, por tanto, a su ocaso o, más correctamente, a la evaporación de un orden de valores y ontológico que encontraba su fundamento último en la figura de Dios. Con las palabras de La gaya ciencia:
¿Quién nos ha dado la esponja para borrar completamente el horizonte? ¿Qué hemos hecho para desenganchar a esta tierra de la cadena de su sol? ¿Hacia dónde se mueve ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No es la nuestra una caída eterna? ¿Y hacia atrás, de costado, hacia adelante, hacia todos los lados? ¿Existen todavía un arriba y un abajo? ¿No estamos vagando como a través de una nada infinita? ¿No sentimos sobre nosotros el aliento del vacío? ¿No hace más frío? ¿No sigue llegando la noche, cada vez más noche?
La fenomenología nietzscheana de la muerte de Dios alude a la cancelación de todo el horizonte de sentido en torno al cual se orientaba la civilización occidental, ahora a merced de una «eterna caída» y una «nada infinita» que la lleva a la ruina sin referencias, sin valores y en un «espacio vacío». «¿Todavía existen un arriba y un abajo? o, más en general, ¿un sólido punto de referencia para orientarse en los espacios de Babel del mundo desdivinizado y desprovisto de fundamentos?. Por rigor filológico, conviene recordar que la muerte de Dios, antes de Nietzsche, figura en la obra de Hegel: en Fe y saber (1802), Hegel escribe, en efecto, que el sentimiento sobre el que descansa la religión de los modernos se cristaliza en la fórmula «Dios mismo ha muerto» (Gott selbst ist tot). En opinión del Heidegger de Holzwege [Caminos del bosque], sería también la primera aparición registrada de esta fórmula en la historia del pensamiento occidental.
Siguiendo los pasos de Nietzsche, la cuestión decisiva no es saber si Dios existe o no, sino si está vivo o si está muerto, es decir, si alrededor de la idea de Dios se organiza o no un mundo de sentido y de proyecto, de significados y de símbolos. El nihilismo de la muerte de Dios no coincide, por tanto, con el gesto subjetivo de quien, como el necio del salmo 52, niega la existencia de Dios (dixit insipiens in corde suo «non est Deus»). En cambio, alude al proceso histórico de devaluación de todos los valores, al declive del horizonte de sentido en torno al que se organizaba la civilización occidental: un proceso al final del cual no queda nada de Dios y del ser. Con la gramática de Heidegger, «el nihil del nihilismo significa que no hay nada del ser» y que –añadimos a la manera nietzscheana– tampoco hay nada de Dios. Así escribe Nietzsche en los fragmentos publicados póstumamente:
Lo que describo es la historia de los próximos dos siglos. Describo lo que viene […]: el surgimiento del nihilismo. […]. ¿Qué significa nihilismo? Significa que los valores supremos están devaluados. Carecen de propósito. Falta la respuesta a «¿por qué?». […] Así que] no podemos postular ningún «más allá» ni ningún “en sí mismo” de las cosas. Falta el valor, falta el sentido. […]. Resultado [de esta devaluación]: los juicios morales de valor son […] negaciones: la moral es dar la espalda a la voluntad de existir.
Die Heraufkunft des Nihilismus, «el surgimiento del nihilismo» es lo que Nietzsche describe in statu nascendi en su propia época, profetizando el carácter dominante que adquirirá en la historia por venir («la historia de los próximos dos siglos»). Además de esbozar su desarrollo, Nietzsche destaca algunos rasgos definitorios del fenómeno del nihilismo. En primer lugar, pone el acento sobre su carácter como proceso: el nihilismo no es un «hecho», sino un proceso que ha comenzado y está en fase de desarrollo, cuya lógica consiste en el hecho de que die obersten Werte sich entwerten, «los valores supremos están devaluados”. En virtud de este Umwertung, faltan «el fin» (das Ziel), la respuesta al «porqué» (Wozu), el valor, el sentido, el más allá y el en sí mismo de las cosas, la moral. Todo se precipita en el abismo del sinsentido, ya que la nada devora cada cosa y cada proyecto, todo significado y todo valor. Y, por esta vía, el hombre occidental se encuentra condenado a vivir en el nihil de una civilización en la que Dios ha muerto y ya no hay respuesta a las cuestiones fundamentales, que ya ni tan siquiera se plantean.
Como en la película La historia interminable (1984), basada en el libro homónimo, la nada ha devorado toda realidad y todo ideal. Éste es el horizonte del sentido o, mejor, del sinsentido de la era posmoderna, perpetuamente suspendido entre el «nihilismo pasivo» y el «nihilismo activo» tematizados por Nietzsche, que entendía a este último como superación del primero. En la era posmoderna, como se ha subrayado, conviven el nihilismo activo y el nihilismo pasivo como un desencanto depresivo de los que ya no creen en nada y un superhombrismo consumista de los que hacen coincidir su propio ser y su propio poder con el poder adquisitivo en el mercado. Con la muerte de Dios, el sol se apaga, entendido en su doble sentido: a) de centro de gravedad alrededor del cual gira la vida, ahora a merced de la desorientación y el extrañamiento (Entfremdung); y b) de fuente de energía capaz de iluminar y calentar la vida de los mortales. Se apaga el sol, que Platón asumió en La república como imagen del «bien en sí mismo»y como «más allá de la esencia superándola en dignidad y poder». Y sólo queda la gélida oscuridad de la realidad desdivinizada, mero fondo disponible sin límites para los procesos de usabilidad y transformación de la voluntad de poder tecno-nihilista.
Surge el desolado escenario del desierto oscuro de la «noche del mundo» (Weltnacht): la oscuridad cae sobre el mundo y los humanos no perciben la ausencia de Dios como una carencia, incluso burlándose de quienes, como el loco nietzscheano, heredero lejano del cavernícola liberado de Platón, se atreven a plantear el problema de la Gottes Tod. De hecho, el loco, cuando anuncia al mercado la muerte de Dios, provoca «grandes carcajadas».
«¿Dónde se ha ido Dios? –exclamó– ¡Os lo voy a decir! ¡Lo hemos matado, vosotros y yo!»
«¿Dónde se ha ido Dios? –exclamó– ¡Os lo voy a decir! ¡Lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! Pero, ¿cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar bebiéndolo hasta la última gota?». El asesinato de Dios coincide con el proceso de desvalorización de los valores y de consumo del ser: proceso mediante el cual, al final, de los valores y del ser no queda nada, ya que todo –a nivel material e inmaterial– se convierte en fondo disponible por la voluntad de poder tecnocapitalista, que todo lo negocia e intercambia, lo produce, mercadea y consume.
En el tiempo de la Vollendung, del «cumplimiento» de la metafísica en la técnica planetaria, lo que sobrevive es sólo un grandioso aparato que, disponiendo todo en vista de su propio poder ilimitado, el mismo Heidegger interpreta como la Weltbild, la «imagen del mundo» fundamental en cuyo interior puede constituirse la figura del moderno Weltmarkt, del «mercado global», la culminación de la técnica y el nihilismo. Así escribe Heidegger en “¿Para qué sirven los poetas en tiempos de miseria?”:
Lo humano del hombre y el carácter de cosa de las cosas se disuelven, dentro de la producción que se autoimpone (des sich durchhsetzenden Herstellens), en el calculado valor comercial (in den gerechneten Marktwerk) de un mercado que, no sólo se extiende para abarcar toda la tierra como un mercado mundial, sino que, como voluntad de la voluntad, mercadea con la esencia misma del ser (im Wesen des Seins marktet), introduciendo así a cada ente en la operación de un cálculo que domina con mayor tenacidad precisamente donde no tiene necesidad de números.
El ser y los valores se consumen y, en su lugar, sobrevive la desorientación posmetafísica, la “ausencia de patria” (Heimatlosigkeit) evocada por Heidegger y la caída en un abismo sin fin. La ontología del capital es nihilista, en cuanto presupone que el ser no es y sólo existen entes disponibles para los procesos de manipulación tecnocientífica orientada al crecimiento desmesurado; igualmente su moral es nihilista y relativista, ya que se basa en la negociabilidad universal de los valores, que se precipitan todos en la nada y se vuelven relativos al único valor sobreviviente, el valor de cambio de un mercado que no tiene como objetivo nada más que el ilimitado autoempoderamiento del dispositivo de la Wille zur Macht, de la «voluntad de poder».
La tesis nietzscheana de la muerte de Dios ha tenido, además, una importante repercusión en el campo teológico: y ello según un espectro de posiciones que va desde la teología de la crisis de Karl Barth hasta la de la desmitificación de Bultmann, desde la teología del «vaciado» de Bonhoeffer a los llamados «teólogos de la muerte de Dios». La tesis generalmente compartida por estos autores, aunque bastante diferentes entre sí, es que la secularización es completa, el hombre es maduro y, por lo tanto, ya no necesita a Dios. En palabras de Bonhoeffer: «el mundo vive y se basta a sí mismo, en la ciencia, en la vida social y en la política, en el arte, en la moral, en la religión. El hombre ha aprendido a valerse por sí mismo sin recurrir a la hipótesis de trabajo: Dios […] Hemos visto que sigue adelante –exactamente como antes– incluso sin Dios”. No hay duda: el tiempo de la muerte de Dios coincide con el del relativismo nihilista absolutizado, es decir, con la «dictadura del relativismo», como tuvo que definirla Joseph Ratzinger.
© Posmodernia
Comentarios