Mi primera pregunta no puede dejar de lado la actualidad. ¿Qué piensa de la victoria de Giorgia Meloni y Fratelli d’Italia en las elecciones italianas de este 25 de septiembre? ¿Comparte mi esperanza de que ello pudiera representar un inicio de ruptura con el actual orden (o desorden...) del mundo? ¿O teme, por el contrario, que nada fundamental vaya a cambiar?
Lamentablemente, no puedo compartir la esperanza de que se trate de una nueva etapa o de la promesa de una ruptura con el orden neoliberal dominante. Al fin y al cabo, la derecha neoliberal y atlantista de Giorgia Meloni representa perfectamente el sistema dominante, basado en la soberanía de los mercados y el imperialismo atlantista complementario. En este sentido, se equivocan al decir que el partido de Giorgia Meloni es un partido neofascista. En cambio, es un partido totalmente neoliberal que está al menos tan alejado del fascismo como la actual izquierda rosa y arco iris lo está del comunismo. El orden neoliberal actúa hoy como un águila con dos alas: tenemos el ala izquierda rosa del vestido, y luego el ala derecha azulada del dinero. La derecha y la izquierda neoliberales, supeditadas al capital, representan a los de arriba contra los de abajo, al capital contra el trabajo, a la globalización capitalista contra las naciones soberanas y democráticas. Por eso en Italia ha vuelto a ganar el Partido Único articulado neoliberal, con su alternancia sin alternativa. En el sexto canto del Purgatorio, Dante compara a Florencia con un enfermo que se vuelve a la derecha y a la izquierda de la cama para encontrar un alivio temporal a su propio sufrimiento: esto es lo que hacen hoy los pueblos de Europa, que se vuelven ahora a la derecha neoliberal y ahora a la izquierda neoliberal; por eso, el verdadero gesto revolucionario que hay que hacer consiste, en primer lugar, en superar la dicotomía de la derecha y la izquierda que beneficia únicamente a los de arriba para crear una nueva geografía política de los de abajo, es decir, del Pueblo de las clases trabajadoras de las clases medias.
En su impugnación, precisamente, del actual orden del mundo, usted es catalogado a menudo como “rossonero” (en español decimos “rojipardo”, aunque lo correcto, en España, sería decir “rojiazul”), lo cual, como ya ha quedado claro en su anterior respuesta, implica defender principios tanto de derechas como de izquierdas. De las de verdad, por supuesto: no los principios de la derecha liberal o de la “izquierda rosa”, como usted la llama. ¿Cuáles son dichos principios?
Digamos que “rossonero” es presentado por el discurso único políticamente correcto y éticamente corrupto... Por mi parte, me considero más allá de la izquierda y de la derecha, un alumno independiente de Hegel y Marx. Como escribí en mi libro Pensar diferente, "hoy es necesario tener ideas de izquierdas y valores de derechas, y por ideas de izquierdas entiendo la defensa del trabajo y la solidaridad, la comunidad y los intereses de las clases trabajadoras. Por derecha entiendo la patria y la familia, el honor y la trascendencia. Nada de esto se puede encontrar hoy en día ni en la derecha de un azul desvaído ni en la izquierda rosa neoliberal, que son simples apéndices de la cultura de la nada del capital cosmopolita.
Nuestras sociedades están marcadas por un profundo conflicto al que suele usted referirse con el término de “lucha de clases”. Mi pregunta es: junto a esta lucha de naturaleza fundamentalmente económica entre “los de arriba” y “los de abajo”, ¿no existe también otro conflicto que, de manera transversal, estremece los cimientos de nuestra civilización? Me refiero al conflicto entre, por un lado, quienes, impregnados de materialismo e individualismo, pretenden aniquilar el sentido y la belleza del mundo; y, por otro, quienes luchamos por defenderlo y engrandecerlo?
La lucha de clases existe y, como dicen las propias clases dominantes, la están ganando en forma de masacre de clase en un solo sentido. La lucha de clases existe hoy en día, pero no en la forma en que Marx la pensó: la nueva composición de clases presenta de hecho en la cima el bloque oligárquico financiero capitalista, en la base la unión de la burguesía media y las clases trabajadoras. En palabras de Hegel, el amo global elitista frente al siervo nacional popular. Pero la diferente lucha de clases de nuestro presente tiene que ver también con el hecho de que no es sólo una lucha material y económica, como ciertamente lo es . También se trata de una lucha cultural y espiritual, porque el elitista Amo Global está enraizado en el relativismo posmoderno y nihilista, en la cultura de la cancelación y en el nuevo orden mental que refleja la nada de la forma mercantil globalizadora. El Siervo Nacional del Pueblo, en cambio, sigue enraizado en la historia y en la cultura, en la tradición y en la comunidad, en los lazos con los territorios y con las personas, con lo Sagrado y con la trascendencia, por lo que la lucha de clases es también una lucha cultural, que se presenta también como una lucha entre los flujos del territorio, y la regulación, entre la desregulación y las normas que pueden dar sentido al mundo y a la existencia. La llamada cultura de la cancelación, que no es una cultura del borrado, sino que consiste en borrar toda la cultura, es lo que mejor expresa la civilización de la nada de la actual clase plutocrática mundial, así como el movimiento de desarrollo del capital que precede como la nada de la conocida película y libro La historia interminable. Combatir en la lucha de clases hoy en día significa defender los intereses de las clases medias y trabajadoras, tratar de ir más allá de la cosificación del capitalismo; pero también tratar de detener el avance de la nada tecno-capitalista valorando nuestra civilización, nuestra historia, nuestra cultura. Por eso, hoy en día, defender a Platón y Aristóteles no es, para Dotti, un gesto aristocrático de bulto, sino el gesto fundamental de defender nuestra civilización.
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