[LITERATURA] Ruano y Pemán, una tarde de febrero

"El 13 de febrero de 1955, Ruano visitó a José María Pemán en su discreto departamento madrileño en la calle de Felipe IV, frente a la Real Academia Española."

Compartir en:

Desde la publicación de El marqués y la esvástica (Anagrama, 2014), la figura de César González Ruano terminó de hundirse en la densa niebla de la leyenda negra que ya pesaba sobre él. En el libro, Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas, investigan los días del gran escritor madrileño en la Francia ocupada por los nazis. Si bien la investigación no prueba apodícticamente la implicación del periodista en la estafa a los judíos en su desesperación por emigrar, la supuesta acreditación de vender su pluma a Goebbels, su salida de la prisión de Cherche-Midi a costa de delatar compañeros ante la Gestapo y aquello que “de la pura mentira hizo arte y de la media verdad, pura seducción”, acabaron acortando los bigotitos de Ruano, poblándolos densamente e imponiéndole un sello hitleriano a su rostro de dandy. No es materia de este artículo ingresar en aquellas historias ni expedirnos sobre el caso Ruano; preferimos ser mineros de talentos que denunciadores a destiempo. Por lo demás, ya lo hemos dicho alguna vez: al progresismo bobo del siglo XXI le encanta hacerse el guapo con las estatuas de las plazas y las tumbas de los cementerios. Si todo aquello fue cierto, que Dios se apiade de su alma, pero que a nosotros no nos falten los libros de Ruano por mera genuflexión ante la corrección política.

Entre noviembre de 1953 y junio de 1955, el controvertido periodista español desarrolló una serie de entrevistas a modo de charlas distendidas pero exigentes, con una pléyade de reconocidas personalidades, desde Baroja a Di Stéfano y desde Orson Welles a Pérez de Ayala. Todo ese material (más dos entrevistas anexas correspondientes al año 1965) fue reunido y editado en una obra titulada Las palabras quedan; lectura que aconsejamos sin ninguna duda.

El 13 de febrero de 1955, Ruano visitó a José María Pemán en su discreto departamento madrileño en la calle de Felipe IV, frente a la Real Academia Española. Lo primero que llamó la atención al periodista fue la austera decoración de aquel lugar. Escribe Ruano: “Un tresillo de pana castaño, una mesa muy sencilla, quizás excesivamente sencilla, sobre la que hay un flexo y dos tinteros grandes. Un relojito barómetro, un cuaderno con notas para artículos. En las paredes dos cuadros religiosos y dos fotografías: Cervantes y Lope. […] La casa de Pemán tiene algo de apeadero. Se ve que él vive en Cádiz, que en Madrid sus días son de paso”.

Que Pemán viva sencillamente, no podía causar sorpresa a un sabueso literario como Ruano. Tampoco a nosotros, que llevamos siempre a flor de piel ese verso tan redondo de su Elogio de la vida sencilla:

Ni voy de la gloria en pos,
ni torpe ambición me afana;
Y al nacer cada mañana,
tan sólo le pido a Dios
casa limpia en que albergar,
pan tierno para comer,
un libro para leer
y un Cristo para rezar…

Umbral decía que Pemán tenía una cosa provinciana de “señorito del mar”, pero que fundamentalmente era un hombre bueno. El escritor gaditano no ocultó su grata sorpresa ante la prosa de Umbral y le dedicó dos o tres terceras de ABC, una de ellas dedicada a su libro sobre Larra Anatomía de un Dandy, que significó para Paco, un enorme impulso literario.

Los hombres buenos suelen escribirle al pan, a los geranios, a la luz de la tarde, a los leños que se queman en el hogar y al Cristo de la Buena Muerte. Cada vez que tomo de mi biblioteca un grueso volumen de tapas verdes con letras doradas que dicen “José María Pemán” celebro mi encuentro con ese hombre bueno.

Ruano templa e invita a Pemán. Con su elegancia, abanica y empieza a sonsacarle algunas cosas: que la oratoria es decididamente un género literario, que la poesía es más orgánica y por ello más afín a su fisiología, que la memoria es un sagrario e ir perdiéndola una profanación. Podemos cerrar los ojos e imaginar un piso madrileño mientras avanza la tarde tras los cristales y el sol del invierno va dorando las paredes blancas. Podemos pensar a Ruano con el cigarrillo en la mano izquierda, la misma en la que luce un fastuoso anillo en su dedo anular:

Fumando frente a José María, sin prisa, oyéndole hablar con su charla nerviosa y rica, con su fonética gaditana, propensa a la divagación y a la tolerancia —es un acento como de comprensión, de intimidad, de disculpa a las cosas—, pienso que muchos tienen un clisé deformado de la personalidad de Pemán, en quien ven algo así como un eterno niño prodigio y bueno para recreo de gente “de derechas”, José María no tiene nada de ñoño, de encanto de priores y duquesas.

Ruano carga la suerte, tuerce el perfil y mira fijo a su contertulio:

— José María…
— ¿Qué?
— Me gustaría tocar eso tan llevado y tan traído de lo de “tu público”, que supongo te ha dado más de una vez la gran tabarra. Me gustaría saber por ti mismo cuál crees que es “tu público”.
— La verdad es que yo no entiendo mucho por dónde van los perfiles de eso que llaman “mi público”. Tengo la seguridad de que no haya jesuitas y duquesas bastantes para llenar las representaciones de tantas comedias mías. Aparte que los jesuitas no suelen ir al teatro y las duquesas van cada vez van menos. ¿No es ése el público que se me atribuye?

La pregunta se impone por propio peso arribando ya al final de estas líneas: ¿qué conclusiones sacamos de todo esto? Al menos dos, a saber:

Por un lado, que la mojigatería es la caricaturización de los poetas místicos. A San Juan de la Cruz le sobraron cojones y grilletes, a Claudel dulzura empapada de vida, y a Pemán, una serena paz con las cosas. Por otro lado, creemos que el mismo Ruano es quien tenía algo de duque y de jesuita. Una vez me dijo un cura que nos enseñaba teología: ¿sabes qué es lo único que Dios ignora? Lo que piensa un jesuita. Yo creo que en el encuentro con Di Stéfano, Ruano y la Saeta Rubia hablaron de fantasías, de engaños y de quiebres de cintura. Pemán fue un hombre bueno y Ruano, un delicioso enigma.

 

 

 

 

Artículo relacionado: "Fray Diego de Cádiz, Pemán y Turina".
Francisco Núñez Roldán

 

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar