José María Pemán con Rafael Alberti

El secreto del artículo

Pemán: "Creer sólo en dos o tres cosas y burlarse de todo lo demás"

"El arte del articulista es dejar caer una gota de perennidad en lo “diario” y efímero."

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Al pasar por la casa de Pemán, donde una placa dice “Aquí nació don José María…”, al Beni de Cádiz lo detiene su compadre, el Cojo Peroche, con una angustia gaditana y estival: “¿Qué crees que pondrán en nuestro balcón cuando faltemos, Beni?” Y el Beni contesta: “Se vende”.

José María Pemán es el articulista con balcones a la calle, que es la Gran Vía.

Escribir en ABC es como hablar en un balcón de la Gran Vía.

Umbral, que va de articulista, lo aborda en el café Gijón porque Pemán, dice, tiene el secreto del artículo (“quizás sólo Ruano y él lo tenían, tan diferentes”).

Mire usted, hay que creer sólo en dos o tres cosas fundamentales y burlarse de todo lo demás. Así se hacen los artículos –es el consejo que le da Pemán.

Pemán y Ruano, al irse, nos dejan los artículos, pero se llevan el secreto. “Menos escritores y más periodismo”, vocea editorialmente, contra ABC, Salas (Juan Tomás), que se ve mangoneando la Santa Transición, y su periodismo-cover va de “Mendoza, el hombre de Moscú” (Cambio 16) a “Maricones en el Ministerio de Cultura” (Libre).

En realidad, la Transición supone la desnacionalización de España y la desarticulación del artículo como planteamiento (noticia), nudo (ensayo) y desenlace (poema). Nacen los aspergiadores del Consenso –concepto franquista donde los haya–, y todos los cursis se hacen politólogos, pero igual que después del Vaticano II no hay teólogo capaz de dar con una oración en la Biblia, después de la Transición no hay politólogo (uno, al menos, no lo conoce) capaz de enumerar un solo principio de la democracia representativa.

Frente al humanismo de Pemán (“ludismo de las ideas”, dice Umbral de lo de Pemán, “que viene de Voltaire hasta André Gide”), el articulista transicionero maneja una morralla fascicular y septembrina con que rellenar un onanismo de yesaire que produce columnas-pisapapeles en forma de gatitos de escayola (¡aquellos estucos de los portales con pretensiones!) y marmolillos de Jadraque, dejando al oficio sin público.

Pemán se ufana de “haber devuelto la ironía y el humor a la defensa de las cosas serias y fundamentales”

Pemán se ufana de “haber devuelto la ironía y el humor a la defensa de las cosas serias y fundamentales”. Sus enemigos lo llaman “facilidad”, y él no la niega: “Tres cuartos de hora para cualquier artículo, un poco escandaloso para esta hora que tiende a conceder admiración como los vales de leche, 'nada más que a la miseria y a la angustia'”.

Para el lector medio parece que toda prosa se vuelve jeroglífico. Está tan persuadida la gente de que uno no dice lo que quiere decir, que a todo le buscan reticencias y alusiones. Los artículos de temas domésticos, casi lindando el “cuadro del género”, son los que más eco producen.

Pero ¿y el secreto del artículo? ¡Desconfiad siempre de los tristes, de los petulantes y de los afectados! Hay que dosificar, dice, como en una salsa los varios elementos de amenidad, doctrina, ironía y seriedad.

El arte del articulista es dejar caer una gota de perennidad en lo “diario” y efímero. El lapso que va del desayuno a la sobremesa de la cena es la “inmortalidad” a que debe aspirar el articulista.

© ABC

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