Nietzsche es un perspectivista, es decir, un pensador que nos dice que todo es cuestión de punto de vista. Pero también es un vitalista, una forma de pensar que nos dice que la vida —es decir, el movimiento, la metamorfosis, la muerte y el renacimiento— es el valor más elevado, es lo que debe guiar nuestra forma de ver el mundo. ¿Qué se interpone en el camino de la vida? Esta es la pregunta que se hace Nietzsche. Y como cualquier médico, primero intenta comprender, empieza por observar, no por releer su guía práctica o sus sagradas escrituras.
En el centro del pensamiento de Nietzsche está la constatación de que no logramos "afirmar la vida". No nos atrevemos a hacerlo. No nos atrevemos a vivir. Detrás de nuestras opiniones, a menudo se esconde algo. Detrás de nuestras racionalizaciones suele esconderse un miedo: el miedo a afirmarnos, a ser realmente nosotros mismos. Ésta es la filosofía de la sospecha. Con Nietzsche, podemos ir de sospecha en sospecha, de cueva profunda en cueva aún más profunda, cada vez más río arriba. Podemos y debemos volver atrás. No debemos temer lo que descubriremos en esta investigación. Un viaje terrible, que por supuesto incluye la idea del inconsciente, o preconsciente (que precede a la consciencia, como un prejuicio antecede a un juicio).
También podría decirse que Nietzsche deconstruye el sujeto, en el sentido de que deconstruye su autoevidencia. No, el sujeto no siempre es racional; no, no siempre es previsible. Nietzsche examina al sujeto para reconstruirlo, pero de otro modo, con menos falsas pretensiones. Del hombre al superhombre, que es un hombre más allá del hombre: éste es el camino que Nietzsche despeja. Según Nietzsche, el superhombre es el hombre que comprende y acepta esto:
Somos llevados por un soplo de vida que nos trasciende
somos llevados por un soplo de vida que nos trasciende. La voluntad es lo que nos permite aceptar que estamos atravesados por fuerzas que nos empujan hacia más ser, más poder, más vida, más creación. Pero, ¿cómo se puede decir esto, y se puede decir con palabras?
Por qué Nietzsche es irrefutable
Como filólogo —fue profesor en Basilea desde los 25 años—, Nietzsche se planteó la siguiente pregunta: ¿puede la realidad ser captada en su totalidad por el lenguaje? Él no lo creía. Las palabras se convierten en ídolos: el amor, la sociedad, la humanidad, el progreso... Dios mismo es un ídolo. "Me temo que no podemos deshacernos de Dios porque seguimos creyendo en la gramática" (El crepúsculo de los ídolos, "La razón en la filosofía", 1888). Somos prisioneros de la fijeza de las cosas, o más bien de nuestra propensión a ver las cosas en su fijeza, porque eso nos tranquiliza. Somos prisioneros de la creencia hegeliana de que todo lo real es racional y todo lo racional es real. Nietzsche rechaza así el espíritu de sistema. Ese espíritu que pretende tranquilizarnos y nos impide volver a las cavernas más profundas. "El espíritu del sistema es una falta de probidad" (El crepúsculo de los ídolos, párrafo 26). Contra el sistematismo, Nietzsche aboga por el perspectivismo. Las cosas siempre se ponen en perspectiva, y estas perspectivas siempre cambian. Es un movilismo (en el que las cosas nunca dejan de cambiar), como el de Heráclito. Panta Rhei: "Todo fluye". Todo está sujeto al devenir. Llevado por un devenir. Son las pulsiones, o instintos, los que dan sentido a los fenómenos. "Todo lo que es bueno procede del instinto y, por tanto, es ligero, necesario, libre" (El crepúsculo de los ídolos, "Los cuatro grandes errores", 2).
Los puntos de vista son luces. Son antorchas que brillan en una dirección. Por eso Nietzsche se expresa a menudo en aforismos que, más que palabras, son sonidos. "¿Acaso los sonidos no permiten seducir tanto a todo error como a toda verdad: quién soñaría con refutar un sonido?" (La gaya ciencia, párrafo 106). Así pues, más que posibles refutaciones de Nietzsche, existen múltiples interpretaciones posibles de su pensamiento. "El elefante es irrefutable", decía Alexandre Vialatte. También lo es Nietzsche. Sobre todo, hay tantas interpretaciones de Nietzsche como lectores de Nietzsche. El propio Nietzsche dijo: "Uno no sólo quiere ser comprendido cuando escribe, sino que ciertamente tampoco quiere ser entendido". "No es en absoluto una objeción a un libro cuando alguien lo encuentra incomprensible: tal vez formaba parte de la intención del autor no ser comprendido por 'nadie'" (La gaya ciencia, párrafo 381).
Nihilismo bueno y malo
A principios de la década de 1880, Nietzsche se alejó del pensamiento de Schopenhauer. Para Schopenhauer, el hombre era el juguete de una voluntad de vivir universal y sin rumbo. Schopenhauer llegó a la conclusión de que era necesario renunciar al deseo como única forma de evitar ser zarandeado por él. Nietzsche, en cambio, cree que debemos anclarnos en el deseo. El deseo debe reconciliar el cuerpo y el alma. Por eso, la salud del alma y la del cuerpo son un mismo tema. El filósofo es un médico cultural. Estudia los síntomas de la enfermedad o enfermedades que afectan a la cultura. Y señala la causa de las enfermedades, por ejemplo, las religiones que inducen a la culpa, o las filosofías que devalúan la vida en favor de un trasmundo, de un mundo 'de antes', o de un mundo que 'debería ser' pero no es, o de un mundo 'salvado' que vendrá 'después' de la vida, etc.
De este rechazo de los trasmundos procede la crítica de Nietzsche al nihilismo. El cual puede ser pasivo. Es el más común. Es el nihilismo del 'para qué'. El nihilismo del cansancio de vivir y de ser uno mismo. Ya no se cree en nada y ya no cree en uno mismo. Esto es la acedía [el desaliento vital]. Pero el nihilismo también puede ser activo: quiere destruir lo que vale algo, quiere envilecer. Quiere quitar el gusto por el trabajo bien hecho, el sentido de la honestidad, el pudor, etc. Se trata de un cinismo. Ya que la sociedad no es perfecta, que cada uno sea lo más imperfecto posible. Es un nihilismo de rabia. Y no es tanto una rabia de vivir como una rabia contra la vida.
Existe, no obstante, otra forma sutil de nihilismo que no consiste en querer destruir, sino al contrario en afirmar valores. Pero se trata de valores falsos, según Nietzsche, o más bien de valores débiles: el amor universal, la caridad mezquina sin generosidad, los derechos humanos, el igualitarismo, e l culto al progreso, el positivismo de un Auguste Comte...
Liquidar los valores bajos, los valores no aristocráticos
Se debe desmantelar esta forma sutil de nihilismo, que no se presenta como destructora, sino que sólo deja subsistir lo que es bajo y mediocre. Y para desmantelarla, puede haber (¡por fin!) un nihilismo bueno: un nihilismo activo que consista en barrer lo que nos rebaja, en liquidar los valores bajos, los valores no aristocráticos. Este nihilismo activo es entonces una negación de la negación, y esta negación es necesaria.
Proactivo, no reactivo
Tenemos que luchar contra lo que nos niega, y entre lo que nos niega están todas las utopías, desde la Utopía de Tomás Moro (1516) hasta 1984, de George Orwell (1949), pasando por Nosotros, los otros, de Zamiatine (1920), La Ciudad del Sol, de Campanella (1602) y La República, de Platón. Estas utopías son "fuerzas reactivas". Quieren reaccionar contra lo que impediría al hombre ser feliz, o justo, o bueno, o abierto al progreso, o todo ello a la vez. Quieren que el hombre sea perfecto, racional y previsible. ¡Atrevámonos a decir que entonces sería tremendamente aburrido! Así que tenemos que protegernos de los ideales basados en grandes ideas como el imperativo moral categórico de Kant, o el Espíritu Absoluto de Hegel que reconcilia la Lógica y la Naturaleza, y rechazar las utopías que imaginan al hombre reconciliado consigo mismo y con el mundo porque su propia naturaleza ha cambiado (o ha sido cambiada). Los dos procesos, uno aparentemente metafísico (por ejemplo, Hegel), el otro aparentemente imaginativo (por ejemplo, Campanella), son ambos utopías y pueden superponerse.
¿Debemos entonces destruir estas fuerzas reactivas que son los grandes relatos engañosos y las propias utopías? Nietzsche no lo cree así. Necesitamos estas fuerzas reactivas como enemigas. Es enfrentándonos cara a cara con estas fuerzas reactivas como podemos desarrollar nuevos valores que afirmen la inmanencia de la vida. Necesitamos convertir nuestras vidas en obras de arte y hacer así que los valores estéticos triunfen sobre los valores morales. Pero la estética significa aceptar tanto la alegría como el sufrimiento. El eterno retorno —una idea que se le ocurrió a Nietzsche a orillas del lago Silvaplana, en la Engadina, en agosto de 1881— significa el eterno retorno de todo, tanto de la alegría como del dolor. Es
Un sí incondicional a la vida, y no sólo un sí a las alegrías de la vida
un sí incondicional a la vida, y no sólo un sí a las alegrías de la vida. Si la voluntad de poder es la fuerza motriz de este eterno retorno, no es sólo la voluntad de disfrutar, ni es principalmente la voluntad de dominar, a menos que incluyamos en la dominación la voluntad de dominarse a uno mismo. Como escribió Heidegger en Nietzsche II, la voluntad de poder es el qué, lo que la vida es (su esencia) en su inmanencia (el quid, la quiddidad), mientras que el eterno retorno es el cómo: cómo se manifiesta en cuanto inmanencia (el quod, la quoddidad).
Deseo de deseo y voluntad de voluntad
La voluntad de poder se opone a la voluntad de verdad, porque la búsqueda enfermiza de la verdad a toda costa puede ser exactamente lo contrario de la voluntad. La voluntad de poder es ante todo la voluntad de ordenar las propias pasiones. Nietzsche critica la "anarquía de los instintos" (la ve en Sócrates, el hombre que dijo: "La vida no es más que una larga enfermedad", el hombre enfermo por hipertrofia de su razón razonante). Así pues, la voluntad de poder es ante todo una voluntad de querer. Nietzsche rechaza de antemano cualquier interpretación puramente libertaria, hedonista o espontaneísta de la entrega a las fuerzas instintivas. Dicho de otro modo, Dioniso debe ser moldeado por Apolo. El uno sin el otro no tiene sentido. Sin Dioniso, no hay vida. Sin Apolo, la vida no produce ninguna obra de arte. Si Nietzsche acusa a Sócrates, a la metafísica y a la dialéctica de haber devaluado la vida, es porque quiere ser médico, recetando remedios para una "gran salud". Nietzsche opuso la metafísica y la dialéctica a la danza. ¡A Nietzsche le faltó conocer a una Lucette Almanzor! [la mujer de Céline. N. del T.].
Toda la búsqueda de Nietzsche consiste en rechazar las mentiras de un sentido del mundo que ya está dado, que sólo consistiría en el consuelo de una salvación, como con el cristianismo y las demás religiones, en el más allá. Nietzsche no niega que haga falta encontrar un sentido a nuestras vidas, pero su filosofía de la sospecha significa que el sentido se hace inaprehensible a medida que exploramos cada vez más profundamente la cueva. De ahí la apuesta de Nietzsche:
Debemos disociar la cuestión del sentido de la cuestión de la verdad
debemos disociar la cuestión del sentido de la cuestión de la verdad. El sentido no se encuentra en las profundidades, sino en la superficie misma de la vida. En La gaya ciencia (Prefacio, IV), Nietzsche escribe: "Oh, aquellos griegos, cómo sabían vivir. Para ello hace falta a permanecer valientemente en la superficie, para ceñirse a los ropajes, a la epidermis, a adorar la apariencia y creer en la forma, en los sonidos, en las palabras, en todo el Olimpo de la apariencia. Los griegos eran superficiales… en la medida misma en que eran profundos".
Fuente: Éléments