En primer lugar, el tema de las sanciones votadas contra Hungría (y en octubre contra Rumanía). La Unión Europea, ¿está a punto de desplomarse? ¿Cómo explicar el abandono de Hungría por parte de la Austria de Kurz en esta votación?
La Unión Europea no está todavía en trance de derrumbarse, pero se fisura gravemente. Ya debilitada por la crisis del euro, después por el Brexit, hoy se enfrenta a una revuelta popular que está a punto de cambiar todas las relaciones de fuerza. La novedad es que esta revuelta no es un hecho exclusivo de movimientos políticos y de facciones electorales, sino de países enteros, comenzando por Italia y Hungría. Respecto a esta última, la votación a la que hemos asistido es reveladora: la Unión europea, utilizando alternativamente el anatema y el chantaje financiero está a punto de automutilarse.
Si Austria no se ha atrevido a expresar su apoyo a Viktor Orban es para no romper la unidad del grupo al que pertenece en el Parlamento europeo. Cálculo a corto plazo, que atestigua una ausencia de lucidez política y también de rigor moral.
Las elecciones europeas de 2019 se presentan como el enfrentamiento casi decisivo entre la proinmigración y la antiinmigración en Europa. ¿Cómo lo percibe?
Enfrentamiento decisivo, en efecto, sobre el cual todo el mundo está aparentemente de acuerdo, ya sea para afligirse o para felicitarse. El propio Macron ha reconocido: hay que elegir entre, por un lado, Merkel y yo, y por el otro, Orban y Salvini. Pero hay muchas posibilidades de que él no triunfe sobre sus adversarios tan fácilmente como triunfó sobre Marine Le pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, ya que los dos campos en presencia se inscriben en dinámicas totalmente opuestas.
La ola populista, soberanista y euroescéptica no deja de crecer, mientras que la Europa tecnocrática y liberal se reduce progresivamente.
La ola populista, soberanista y euroescéptica no deja de crecer, mientras que la Europa tecnocrática y liberal se reduce progresivamente ‒de ahí la dificultad de Macron para encontrar aliados y los fracasos que registra su política exterior.
En estas condiciones, se puede predecir que aquellos que se preocupan prioritariamente por la inseguridad cultural y la inseguridad social van a marcar los tiempos. La consecuencia será la confirmación de nuevas divisiones que se están afirmando desde hace, al menos, dos décadas: aquellos que dicen “basta” contra aquellos que dicen “aún más”, los pueblos adheridos a su forma de vida y los partidarios de un mercado sin fronteras.
En Francia, el Rassemblement National (antiguo Front National), y más ampliamente, todas las fuerzas de oposición parecen estar “bajo cero” políticamente, sin la menor respuesta ni la menor oposición concreta. ¿Qué hacer?
La vieja cuestión de Lenin se ha convertido en banal, pero la respuesta depende siempre de las circunstancias. En un paisaje político que sólo ofrece ruinas, el estado de oposición “de derecha” es efectivamente lamentable. Contrariamente a lo que muchos se imaginan, el RN no está cayendo, sino que en ciertos aspectos se está reforzando, pero sólo se beneficia de los votos por defecto: la gente no les vota por lo que son, sino por lo que son los demás.
Los Republicanos no logran dotarse de un espacio político propio, porque ellos se niegan a salir de la ambigüedad. Se ha visto claramente en el Parlamento europeo, cuando todos sus diputados (con tres excepciones) han votado a favor de las sanciones contra Hungría. Esta votación les ha desacreditado. Y será así, durante mucho tiempo, mientras los amigos de Laurent Wauquiez no rompan con una ideología liberal que les sitúa objetivamente en las proximidades del campo político de Emmanuel Macron.
Entre los Valérie Pécresse y los Xavier Bertrand, y las aspiraciones del pueblo, hay que elegir. Y también acabar con esa fábula según la cual Macron encarna el “regreso de Hollande”.
Francia está hoy gobernada por la peor de las derechas: la derecha liberal.
En Alemania, una política de extrema izquierda Sahra Wagenknecht, recientemente ha sido noticia anunciando la creación de un movimiento que reclama un estricto control de la inmigración. Esta iniciativa ha desencadenado una crisis de órdago al otro lado del Rin. ¿Le parece anecdótico?
En absoluto. Pienso incluso que es un acontecimiento muy importante. No porque suceda en Alemania, que nos tiene poco acostumbrados a este tipo de iniciativas, sino también teniendo en cuenta la personalidad de Sahra Wagenkencht. Hija de padre iraní y de formación marxista (es la autora de una tesis sobre la interpretación de Hegel por el joven Marx), esposa del famoso político de extrema izquierda Oskar Lafontaine, miembro del Parlamento Europeo, es también vicepresidenta del partido Die Linke, heredero del antiguo SED de Alemania oriental. Se comprende, entonces, que el lanzamiento de su nuevo movimiento Ausftehen (que puede traducirse como “levantarse”, “en pie” o “¡arriba!”), haya hecho tanto ruido. Más de 100.000 partidarios de Die Linke ya se han adherido al movimiento.
Pero no debemos confundirnos sobre sus intenciones. Favorable al derecho de asilo, bajo reserva de un control más estricto (los beneficiarios deberían volver a su país cuando las circunstancias que les llevaron a salir hayan desaparecido), ella condena, por el contrario, toda política laxista en materia de inmigración, por el motivo, especialmente, de que las clases populares le son hostiles y que la apertura de las fronteras ejerce sobre los salarios una presión a la baja: “El problema de la pobreza en el mundo no puede ser resuelto por una inmigración sin fronteras, cuyo único efecto es el de proporcionar mano de obra barata al mercado y al patronato”.
¿No es una traición a los principios de la izquierda, con el único objetivo de recuperar votos de la Alternative für Deutschland (AfD), que parece imponerse como una fuerza ascendente en el paisaje político alemán?
Esto es lo que haría creer un análisis superficial. Pero pienso que Sahra Wagenknecht ha comprendido, sobre todo, que la primera causa del éxito de la AfD, que explica también que el Rassemblement National se haya convertido en el primer partido obrero de Francia, es que la izquierda ha traicionado su razón de ser: la defensa de los trabajadores y la lucha contra el capital. Alineándose con la sociedad de mercado y con la ideología del “deseo” individual, la izquierda se ha separado del pueblo, con el que ya no comparte sus aspiraciones. Desde este punto de vista, el nacimiento de Aufstehe no marca una traición de los principios de la izquierda, sino más bien la reaparición de un socialismo fiel a sus orígenes.
Se olvida, con demasiada rapidez, que Karl Marx condenaba ya la competencia desleal que representaban los trabajadores inmigrantes para el proletariado autóctono: la inmigración era, para él, el “ejército de reserva del capital”. En la década de los años 50 del pasado siglo, el Partido comunista, al mismo tiempo que denunciaba la contraconcepción y el aborto como “vicios burgueses”, razonaba de otra forma: internacionalismo y cosmopolitismo no eran sinónimos. Jean–Claude Michéa lo repite en la actualidad:
La mundialización no es más que la extensión planetaria de un capitalismo especulativo y desterritorializado cuyos pueblos pagan los costes.
la mundialización no es otra cosa que la extensión planetaria de un capitalismo especulativo y desterritorializado cuyos pueblos pagan los costes. No olvidemos tampoco las tomas de posición de André Gérin, antiguo alcalde comunista de Vénissieux (“la inmigración no es una oportunidad para Francia”), ni las del sindicalista comunista Jacques Nikonoff, antiguo presidente de ATTAC–Asociación para la imposición a las transacciones financieras y por la acción ciudadana (“hay que detener la inmigración y organizar el retorno sobre una base voluntaria”), ni, por supuesto, la carta dirigida en 1981, en una época en la que el FN no era más que un grupúsculo, por Georges Marchais al rector de la mezquita de París: “El nivel de alerta se ha alcanzado. Preciso más todavía: hay que detener la inmigración oficial y clandestina”.
Esto plantea la cuestión de saber si un populismo de izquierdas es posible en otros países, como en Francia…
Unas cifras claves al respecto: según un sondeo IFOP del pasado enero, el 51% de los electores de Mélenchon encuentran que la inmigración se efectúa en Francia a un ritmo demasiado elevado, contra solamente un 31% en los de Macron. No es, en efecto, un secreto para nadie que Francia Insumisa [el equivalente francés de Podemos, N. d. R.] tiene dos electorados muy diferentes. Esto es lo que explica la guerra cada vez menos encubierta que se libra en las filas de los progresistas libertarios del tipo Danièle Obono o Clémentine Autain, y los partidarios de un auténtico populismo de izquierda. Djordje Kuzmanovic, portavoz de FI para cuestiones internacionales y que se sitúa en la segunda categoría (se presentaba como “candidato patriota” en las últimas legislativas), concedió recientemente una entrevista a L’Obs, en la cual declaraba no encontrar nada normal que, sobre la inmigración, la izquierda tenga el mismo discurso que la patronal empresarial. “la buena conciencia de izquierdas, añade, impide reflexionar concretamente sobre la forma de ralentizar, incluso de secar, los flujos migratorios”. Jean-Luc Mélenchon, del que tengo buenas razones para creer que no piensa de forma muy diferente, ha tenido que desautorizarlo por temor a las consecuencias electorales. Es, en mi opinión, una gran metedura de pata estratégica.
Alain Soral parece tener un enfoque muy crítico (o escéptico) sobre sus análisis y su trabajo. ¿Qué le respondería?
Alain Soral es libre en sus opiniones. Pero, ¿por qué quiere que le responda? Nuestros centros de interés son diferentes, yo no soy un actor de la vida política y detesto las polémicas, que no son, en mi opinión, más que una pérdida de tiempo. Además, sólo me interesan las ideas, no las personas. En fin, yo no frecuento las redes sociales. Alain Soral tiene sus opiniones y sus actividades, yo tengo las mías y estoy muy bien así. El pluralismo es algo bello.
© Boulevard Voltaire.
Traducción de Jesús Sebastián Lorente.
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