Durante este Ramadam, que otoñea, he recuperado la musicalidad de dulce de arropía y buñuelos de miel de la lengua cheljaoui. Se me hace el oído, en una mente que se vuelve contumaz y revolvedora de recuerdos y vivires, que no vivencias. Los payos tienen vivencias finas, los rifeños calorros vivires y sentires. Y pensares. Y mucho malaje cuando nos tocan nuestra libertad, que es como el aire caliente y cargado de arena del lejano Sáhara, que respiramos. No es un aire de calidad, ni cargadito de ozono puro, tampoco polucionado por smog, es la verdad. Resulta pesado y caldeoso, pero es el nuestro y a él nos aferramos para seguir vivos y siendo porculeros, con perdón de la palabra y con excusas por la aseveración. Nos agarramos al aire, como nos enganchamos con las uñas a la libertad, a la nuestra, que no es gran cosa, pero que es la que tenemos y la queremos Una, Grande y Libre, como rezaba el escudo de España de cuando yo era niña.
Rifeñilla orejuda y apestando a ZZ, que sabía, ignoro si por ciencia infusa, que allí, en la tierra de la chumbera y el eucalipto, el término “República Independiente del Rif” estaba terminantemente prohibido. Era algo que, en Rabat, el sultán consideraba malo y perverso, como perversos y salvajes nos consideraban a los hijos de las montañas. En 1958 Mohamed V bombardeó las cabilas con napalm, porque siempre creyó a los cheljaouis vacilones y trabajosos. Y con nuestra rosa de los vientos enloquecida, sin lugar al que regresar, amamantadas con eufemismos, entre ellos la negativa de nuestros padres a autodenominarse “hijos de emigrantes” por considerarlo vulgar y oprobioso, por lo que sustituían la realidad por la elegancia de “españoles residentes en Marruecos”, muchas de las párvulas, con los oídos empapados de historias antiguas y de leyendas de los viejos Dioses, nos considerábamos rifeñas republicanas, que no marroquíes y monárquicas. Que lo correcto y adecuado era seguir al Príncipe de los Creyentes, que no a cuatro caudillos asilvestrados de la zona de Quetama, ni a locos de Alhoceimas que se revolvían contra los españoles, que era aceptable, pero también contra cualquiera que osara ponerles la brida, que no era aceptable. Así que unos pildorazos de napalm, pueblos churruscados y vuelta a las normas del libro de la educación y de la vergüenza.
Republicana me sentí siempre en mi terruño y me aferraba a la mano de Famma que siempre llevé al cuello, atada con un cordel y bajo la medallita del Santo Ángel de la Guarda, regalo de la Primera Comunión; me aferraba al sagrado talismán contra el mal de ojo, para soñar con una libertad que los hombres susurraban en los cafetines, pero que era una palabra muy pérfida. Tampoco los españoles de Melilla, que siempre nos parecieron los más pretenciosos del Universo, nombraban la palabra con voz fuerte. Y en 1974, cuando aterricé en la Universidad de Granada y vi por vez primera en mi existencia un ascensor, me asusté ante el susurro enorme, clamoroso, ensordecedor…
Cuando el Caudillo, que tanto protegió a los hispanorrifeños, porque los moros le temían más que a una vara verde, descansó y nombró como su sucesor a Juan Carlos, de quien en Marruecos decíamos que había criado y educado como a un hijo, a mí, personalmente, me dio lo mismo. Tal vez porque la República Española arrastraba una pésima fama, hasta el punto de que todos sabíamos en Nador que la franja morada era el luto por los cien mil cristianos a quienes esos criminales habían asesinado durante los años oscuros. Pero también sabía, en mi catetería de niña destetada con calostro de hiena y criada ahuyentando a pedradas a los leprosos del pueblo, que “se podía” ser republicana y no tener nada en absoluto que ver con el gentucerío que quemaba conventos y asesinaba monjitas. De hecho, siempre opiné que a los descendientes políticos de esos salvajes tenían que prohibirles el uso del término “República” que, en mi Rif, significaba libertad y que en España tenía el significado envilecido y encanallado, por traer reminiscencias de sangre de católicos, lágrimas de madres con hijos presos en las checas y llamas de retablos de iglesias.
No es así. La República es para gente sencilla y chusquera, como servidora, gentes que madrugamos y nos partimos el alma por el pan nuestro de cada día y por eso no creemos en los privilegios heredados, sino en los currados. Reverencias y pleitesías tan solo ante el buen Dios y su Santísima Madre, que nosotros no quebramos el cuello ante hijo de hombre, ni doblamos la rodilla sino ante el Santísimo. Veo, como hija de un lugar donde cada crepúsculo es un estallido violento tras el Gurugú, veo y siento que los corazones españoles son hipócritas, como sonrisa de vendedor del zoco. Unos piojosos queman unas fotos de los reyes y hay gran escándalo y todos hablan, algunos llorando como plañideras en entierro de ricos, otros diciendo “libertad” con boca pequeña, como flor de pitiminí. Luego los homosexuales salen en la fiesta de ellos, riendo y cantando como en boda moruna y blasfeman contra la Santa Madre de Dios, sacan burlas del Papa, hacen escarnio cruel de los cristianos, atacan los Mandamientos y a la Iglesia. Y no pasa nada, porque dicen “libertad” con bocas gozosas y escupen en los ojos de quienes lloramos. A los que queman las fotos de la monarquía, porque no están de acuerdo, se les lleva a los tribunales para que el cadí les ajusticie, porque es injuria muy grave. A quienes nos destrozan el corazón a los creyentes con blasfemias horribles, no les llevan al cadí por injurias, ni los guardias les meten en el calabozo. Eso a mí, rifeña, me hace pensar, primero, que el rey de ustedes no es Príncipe de los Creyentes, porque si lo fuera no permitiría jamás que nos humillaran ni causaran dolor, pero sí que los que gobiernan le consideran más que a Dios y su figura más importante, digna de respeto y venerada que la del Altísimo. Yo no les comprendo ¿Ustedes se comprenden? Yo, al menos sé lo que soy: rifeña, católica y republicana, porque me da la gana y neoconservadora de derechas. Mi líder espiritual es Ratzinger, ante él quiebro mi cabeza. Mi líder político es Sarkozy y pongo mis manos en sus manos. Mis grandes amores son Dios y España. Mi bandera es roja y gualda. Y mis quereres la honra, el valor y la libertad.