Nuria Van den Berghe
Sé que he hecho novillos. Pero en este mes místico del Ramadam hay que excusar los fallos humanos de las plumillas hispanorrifeñas, porque nos entra eso que los franceses llaman “le cafard”, melancolía, penosidad; recordamos más que nunca, y entre eso y los horrores que presenciamos en esta piel de toro que nos quieren descuartizar, nos da el jamacuco.
Mis paisas residentes en esta tierra de María Santísima me vienen invitando casi a diario a romper el ayuno, justo a la hora del crepúsculo, en la que no se distingue un cabello blanco de otro negro, pero ¡Ayya!, la sopa de jarera es sabrosa y nutritiva, con ese toque lejano de cilantro, las tortas no tienen desperdicio, aunque las traigan congeladas desde Tetuán, y el dulce de arropía destila dulzor. Todo es bueno y bello, es decir, es como Dios manda, hasta que abren sus bocas y comienza una conversación que hace que hasta los dátiles amarguen. “¿Has visto, hermana, la televisión españolía?”. Trago y pongo una expresión neutra, porque “sé” por dónde van, lo han comentado en las tiendas y en los bazares, en las carnicerías morunas y hasta en la puerta de la mezquita. Por aquí, por acá y por acullá. Con horror y con incredulidad. Mi anfitrión es hombre sabio, se define así mismo como “musulmán de pensamientos muy pensados”, conoce el misticismo sufí y escribe con diferentes caligrafías árabes. Ni es un manta ni un botarate, ni un morito fino y enteraíllo, ni un pobre paterista. Mi amigo no necesita estar subvencionado por el nauseabundo asistencialismo estatal, fábrica de gandules y de chupópteros, ni mucho menos pertenece a una oenegé ventajista. Es un rifeño legal. “¿Has visto hermana que han puesto en una iglesia vuestra unos cuadros sacrílegos contra el profeta Jesucristo y contra vuestro Gran Papa Juan Pablo II?”.
Asiento y aprieto los labios. “¿Y no va a haber fatwa contra los enemigos de vuestra fe?”. ¿Y que le respondo a mi hermano rifeño? ¿Que yo me eché a llorar cuando presencié, en televisión, la grabación de las imágenes blasfemas? Pero no. Aquí no va a haber fatwa porque somos los buenistas oficiales de Occidente y nuestros espíritus puros, nuestras almas cobardes y amariconadas y el estar desunidos, sin nadie que nos aglutine, como ovejas sin pastor, ese estado de puta indigencia moral, nos hace lloriquear, pero no reaccionar. Ya no existe “la furia española” que tanto glosábamos los hispanorrifeños en nuestro árido terruño. Y no es que “sienta” el abaratamiento de los valores, sino que escudriño y no veo un valor que echarse a la boca para calmar nuestros estómagos constreñidos de cristianos acojonados.
¿Qué puñetas le puedo contestar a mi amigo el Hach? ¿Que no hay cojones en toda España, desde lo más alto hasta lo más bajo de nuestras Instituciones, para aprovechar una mezquita para montar una exposición sacrílega contra el Profeta Mahoma, porque aquí se jiña hasta el apuntador, por puro miedo, pero que a los cristianos no nos temen, es decir, nos desprecian y nos hacen sangre? Hablo y noto que lo hago con una deglución blanda y babosa: “Tú sabes, Hach, que si un cristiano lanza una fatwa, le meten en la cárcel y le buscan la ruina, eso sólo es para los islámicos”. Mi anfitrión reflexiona, pensando, seguramente, sus pensares: “¿Y que le importa la cárcel a un creyente, si le cargan de cadenas por defender el nombre de Dios? Si va preso, será Insha´Alá y su nombre será venerado por todas las generaciones, Inbislá”. Sí. En el nombre de Dios. El Hach, que tiene derecho a portar el turbante blanco porque no es que haya peregrinado una vez a la Meca, sino que se pilla un visado en el antipático consulado de Arabia Saudí y se alarga a purificarse unos días de cada Ramadam, el hombre piadoso me mira con una franco reproche: “¿Y tu, hermana, rifía ¿No vas a hacer nada? ¿Tú, que eres del Rif, te vas a quedar con las tripas negras como si se te hubiera metido un yin por la oreja?”.
Me pide furia rifeña. Porque es nuestra leche, con leche de chacal rabioso nos destetan y con veneno de serpiente nos duermen las encías en la primera dentición. ¡Cuitada de mí! ¿Qué puede una mísera como yo contra los Poderosos? ¿Qué murmuran con esas miradas escéptico-despectivas? ¿Que si me considero una mísera por ser cristiana? ¡Ayya! Capaz soy de lanzar una fatwa, sin sobrepasar los límites de las rígidas leyes, ofreciendo algunos euros a quien escupa en la cara a los culpables del sacrilegio. Pero más capaz soy, en mi inmensa insignificancia de creyente, de redactar una denuncia por delito contra la libertad religiosa y malos tratos, contra los apóstatas que nos han herido el alma y luego ensartar las frases de una querella por injurias graves y mandársela al procurador, porque con los gastos del comienzo de curso no están las cosas como para ir a Ibiza. Hach, hermano de tierra y de sangre, que al Rey, la hacienda y la vida se han de dar, pero el honor, es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios. Mi fatwa de furia rifeña irá con artículos de unas leyes que no protegen a los cristianos, irá con tinta de ordenador, que no con sangre, pero siente, hermano, que en cada palabra contra los sacrílegos, los blasfemos y los apóstatas, la tinta se trasforma en furia y sangre del Rif . Y más aún. Del Rif Español.