Babosos: ¡Apaciguadnos! (Memorias del Rif)

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Nuria Van den Berghe
 
Los calores agosteños, relativos si los comparo con los de mi tierra, me hacen sentir madurar espiritualmente, como higo chumbo al sol del Rif. ¿Que como recolectábamos los higos chumbos en mi Nador? Pues con un ingenioso artilugio, tipo invento del gran Leonardo, consistente en una caña con una lata atada en el extremo: se pinchaba el chumbo y caía en la lata, mondarlo para comer era otra cuestión en la que resultaban virtuosos los morillos, que, a cambio de un chicle Bazooka, se hartaban de limpiar espinas. Ya saben, la ley de la oferta y la demanda. Pero no traten de distraer mi atención con detalles autóctonos, porque, en este mes de bochorno y mares meadas por los guiris, me entran nostalgias de esos lugares que se viven con los sentidos y me pongo rifeña a tope, en plan melancólico y al tiempo levantisco.
Será que, ustedes, los españoles de origen, nos ponen la altivez a huevo, con tanto paternalismo y tanta política de apaciguamiento hacia nosotros, los morunos. Para mear y no echar gota, dicho sea con todo respeto y en términos de defensa ¿Que por qué utilizo la ñoña fraseología jurídica conformada por cursis coletillas? Por nada, solo por zaherir un poco y molestar un mucho. Y quien no esté conforme es que es un racista. “¡Rassista!” se pronuncia con un parpadeo de furor oculto en las pupilas y una pincelada de recochineo implícito en el alma. Porque no hay acusación que más angustie a un melindroso español del siglo XXI que la de ser tachado de “rassista”,”insolidario” o “intolerante”. Y es que la moralina de la pamplina es como el dulce de chupaquía, dulzona e indigesta y encima pegajosa como la arropía. Siendo obvio que los dulces y golosinas de mi tierra son los mejores del mundo, y si alguien nos acusa de que, a veces, llevan mosca verde incluida, es que el sujeto en cuestión es un insolidario, un intolerante, va en contra de los Derechos Humanos y encima peca de envidioso, porque, que yo sepa, ninguno nos hemos muerto por darle una dentellada a un buñuelo de miel o a un cuerno de gacela y, si no hemos retirado a los intrusos pegados a tiempo, llevarnos un fragmento de moscardón al gaznate. Al revés, más materia orgánica para el buche, y si da colitis se toman los polvillos marrones de plantas machucadas que vende el santón y se cierra el grifo intestinal. Y con el té de adormidera se palian los retortijones. Pero ¡Qué digo! Si quieren aprender remedios, viajen a Larache o cómprense el “ABC de las plantas”, servidora se encuentra demasiado ocupada burlándose de ustedes, como cada año por estas fechas. Y es que la morunidad crece y florece ante la política de apaciguamiento que se traen los gobernantes con respecto a nosotros. Andamos más que sobrados. Y es para.
Llega la famosa “Operación Paso del Estrecho” que consiste en que, los moros que residimos en Europa, nos dirigimos a vacacionar a nuestro terruño. A pasar unos buenos días de asueto, se entiende, a gastar dinero, a organizar fiestas, a contar mentiras y a dejar con la boca abierta de admiración a los que, aún, no han conseguido llegar al paraíso de las subvenciones y el asistencialismo que es el continente europeo. Y mientras a los automovilistas españoles les brean a multas, que si exceso de velocidad, que si no ha pasado el coche la ITV, que si la mandanga del seguro, que si el carnet de conducir, que si en ese coche van demasiados ocupantes, lo normal en un país civilizado que, encima, tiene que costear las Autonomías y a cientos de políticos, altos cargos, secretarios, subsecretarios, cargos de confianza, asesores, funcionarios, familiares, adeptos, afines y pensiones blindadas de listillos electos. Vamos, que las autoridades españolas ven a una farola y le piden un euro de multa por estar ahí y ocupar la vía pública. Normal. Todo el mundo tiene derecho a vivir. Y más de los complejos ajenos. Y mientras a ustedes les amargan, nosotros presentamos la circunstancia eximente de nuestra morunidad, que nos hace intocables e inimputables.
Porque, cada verano, las autopistas de la vieja Iberia se llenan de veraneantes magrebíes, camino a la holganza, sin riesgo de que nos paren por no llevar la ITV, ni que nos quiten puntos del carnet. De hecho, se nos escapan risillas sarcásticas cuando comprobamos cómo nuestros paisanos se mueven en vehículos atestados de bultos y paquetes, con cargas imposibles, con diez personas donde las leyes físicas señalan cinco ocupantes, sin visibilidad de tipo alguno por el exceso de equipaje y no hay guapo que nos tosa. Una suerte el que traten a los que van de turismo a Marruecos como si fueran refugiados huyendo de guerras, hambrunas y calamidades. Que si carpas en el puerto de Algeciras para hacernos sombrita, que si reparto de agua, asistencia de la Cruz Roja y de Protección Civil, guarderías y juegos para los más pequeños ¿Se han dado cuenta ustedes, payasos, del perraje que les cuesta cada año a sus bolsillos el célebre “Paso del Estrecho”? Ni un céntimo de las bien nutridas arcas marroquíes, todo lo pagan los “primos” españoles, así da gusto. ¡Igualito tratamos a los españoles que regresan a su Patria tras pasar por Marruecos! Pero ni los rifeños, ni el resto de los magrebíes, tienen que practicar hacia ustedes política de apaciguamiento alguno, es más, nuestra especialidad es hacernos los perpetuamente agraviados, para que nos apacigüen. ¿Qué murmuran con esas caras de dromedarios regurgitando vinagre en el zoco de Oujda? ¿Que hoy me ha dado fuerte y burlona la vena del Rif? Vale. Pues sí. Contemplo los melindres y la política de apaciguamiento, tan paternalista, tan asistencialmente “solidaria”, tan de edén de la tolerancia. No sé, me entra vergüenza ajena y, por egoísmo y por razones de salvaguardar mi autoestima y no socavarla, prefiero sentirme dignamente rifeña que española y babosa.

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