No confundamos amor y matrimonio

El matrimonio de amor, en el que la intensidad prima sobre la duración, es hoy la primera causa de divorcio.

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Para la derecha católica y para el conjunto del movimiento conservador, la familia nunca ha estado tan amenazada. Sin embargo, quienes son considerados sus enemigos tampoco paran de hablar de “familia”. ¿Cómo aclararse?

Todas las encuestas muestran, en efecto, que la familia sigue siendo, en la opinión, el valor más seguro, se podría decir que el valor refugio por excelencia. Pero también es cierto que está constantemente amenazada y atacada. Lo que pasa es que en ambos casos no estamos hablando de lo mismo. Para la mayoría de nuestros contemporáneos, la familia es una especie de nido bastante igualitario donde se reúnen los sentimientos y emociones del momento. Para los defensores de la “familia tradicional”, ésta es un asunto de duración. Se trata de una estructura jerárquica que remite a la sucesión de generaciones y ante la que se tiene un cierto número de deberes. Pese a la resonancia carcelaria del término, la familia se define como la “célula base” de la sociedad. Pero eso es precisamente lo que ha dejado de ser.

En los países occidentales, la época actual ha experimentado el fin de la civilización patriarcal, que ha corrido parejas con la desaparición de las sociedades organizadas principalmente en torno al imperativo de la reproducción y a la autoridad del “jefe de la familia” (hoy oficialmente eliminado). También se han de considerar cuatro hechos concomitantes: la desconsideración de los valores "varoniles", comenzando por los del guerrero o del ciudadano soldado, en beneficio de un simbolismo femenino materno. La desexualización de la procreación, que ahora es una cuestión de relaciones comerciales y de técnicas asistidas; la “sentimentalización”, la privatización y la desinstitucionalización del matrimonio y de la familia, a la que “ya no se le pide nada en cuanto a la constitución del vínculo social” (Marcel Gaucher); finalmente, la consagración de la “pareja” entendida como una simple asociación contractual entre dos personas jurídicamente iguales, la cual, como asociación privada que es, no ejerce ninguna función social.

 

¿No ha evolucionado a lo largo de los siglos el concepto de “familia”? ¿Es hoy forzosamente el mismo en las diversas culturas y latitudes?

La familia es una invariante, pero sus formas son incontables. Lo que muchos llaman la “familia tradicional”, el trío papá-mamá-niño (s), es algo que, en realidad, surgió tardíamente. La verdadera sociedad tradicional sólo concibe a la familia extendida, a menudo hasta el tamaño del clan. Partiendo de una tipología rigurosa de las relaciones de parentesco, de la tendencia más o menos fuerte a la endogamia, de las normas relativas a la elección del cónyuge o al reparto de la herencia, Emmanuel Todd, cuyos trabajos se sitúan en la línea de Frédéric le Play, distingue varios tipos de estructuras familiares, que luego pone en relación con las principales tendencias político-sociales: la familia nuclear absoluta (liberal e indiferente a la igualdad), la familia nuclear igualitaria (liberal e igualitaria), la familia de pura cepa (autoritaria y desigual) y la familia comunitaria (autoritaria e igualitaria). En Francia, la familia nuclear igualitaria domina en la parte norte. La familia de pura cepa, que se ha mantenido fuerte en el sur, se encuentra también en muchos países del tercer mundo, especialmente en el Magreb y el Próximo Oriente.

 

A menudo se tiene la impresión de que muchos confunden las nociones de “amor” y “familia”. Como si bastara amarse para formar una familia, cuando hay también hay familias sin amor, a veces más sólidas que otras. ¿Podría decirse que existe ahí una especie de confusión de géneros?

¡Ah, el amor! “Lo infinito al alcance de los caniches”, que decía Céline. “El Hamor con hache mayúscula”, que decía Flaubert. Pero ¿de qué estamos hablando? ¿De eros, de filia o de ágape?[1] ¿Del amor por una o más personas concretas, o del amor de todos, es decir, de nadie? Por supuesto, es preferible, o necesario, que haya amor dentro de las familias y de las parejas. Sin embargo, no basta para que reine en ellas la armonía. En cuanto al matrimonio, todo depende también de la forma de considerarlo: como un contrato entre dos individuos o como una alianza entre dos linajes. En la Edad Media, el amor cortés ataca esencialmente la institución del matrimonio. En la concepción moderna de las cosas, donde el matrimonio es sólo un contrato entre dos personas que se atraen, el amor es, obviamente, el elemento clave. Pero también es lo que lo hace frágil: nos casamos porque nos amamos, nos descasamos porque ya no nos amamos. No nos engañemos ni lo disimulemos: el matrimonio de amor, en el que la intensidad prima sobre la duración, es hoy la primera causa de divorcio.

Es también por esta primacía de un “amor” mal definido por lo que se origina la confusión entre Venus y Juno. Cualquier amante de un hombre casado sueña con tomar el lugar de su mujer, como si sus papeles fueran intercambiables. Sin duda conoce usted esas palabras, a veces atribuidas a Demóstenes y otras a Apolodoro, que fueron pronunciadas en el siglo IV antes de nuestra era ante los ciudadanos reunidos en la Asamblea: “Tenemos las hetairas o cortesanas para el máximo placer; las concubinas, para la atención diaria; las esposas, para que nos den una descendencia legítima y sean las fieles guardianas de nuestro hogar”. Creo que contienen mucha sabiduría. Los antiguos conocían la diferencia entre Venus y Juno.[2]

Entrevista efectuada por Nicolas Gauthier

© Boulevard Voltaire

 



[1] Eros: amor erótico; philia: amor en la amistad o en la familia; ágape: amor incondicional, sacrificado y carente de atracción erótica. (N. d. T.)

[2] Venus, diosa del amor erótico; Juno (esposa de Júpiter), diosa del matrimonio. (N. d. T.)

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