¿Les he contado ya que yo fui catalanista? De eso hace tiempo, pero no tanto; más o menos el mismo tiempo que hace que los pijoprogres (que no pijoapartes) de Barcelona se reían de cualquiera que escribiera o que hablara demasiado seguido en catalán y le llamaban botiguer, payés o todo a la vez: ¡pujolista!
Nadie que me conozca y que conozca mi trayectoria me podrá negar el don de la oportunidad. Fui catalanista cuando serlo era inofensivo y era una putada. Me empecé a salir de la tribu cuando ésta se empezó a poner de moda y a molar, pero, ay, también a romperme a mí los esquemas… y el corazón. A mí nadie me había avisado de que para ser los buenos de la película había que cagarse en España y en Dios, en la realidad y en Cervantes, y de paso volverse un fascista de andar por casa. A medida que más y más pijoprogres caían fascinados por el nuevo mesianismo en toda España, yo salía por pies más y más horrorizada. Del lumpen en que veía degenerar al que una vez se autoproclamó el pueblo elegido.
“A lo mejor eso es por tu carácter, porque no te gusta que te empujen”, me sugirió socarronamente una vez nada menos que Jorge Verstrynge. Él estaba encantado diciéndome en una entrevista: “Pero si los catalanes os queréis ir, ¡iros!, yo desde luego no voy a hacer como Manuel Fraga, que declaraba Cataluña tierra conquistada…”. Ya. Lo malo es que, ¿a dónde vamos los que no nos queremos ir y nunca hemos tenido nada que ver con ese señor, con ese Fraga?
Créanme, en casos así te quedas en una tierra de nadie muy dolorosa. No es tan simple como cambiar de ideas, de principios o de punto de vista. Es toda el alma que se da la vuelta. Océanos de calidez que siempre te habían arropado se recubren súbitamente de hielo. Da pavor oírlo quebrarse. Braceas a la deriva y nadie te aguarda en ninguna playa. No hay compañeros de odisea ni de naufragio. No hay Ítaca. No hay nada. Hasta ahora. Hasta hace muy poco.
A veces todavía siento nostalgia del rebaño, de lo a gusto que se está pensando igual que la presunta mayoría. Me digo: ¿y lo feliz que sería yo de ser independentista o por lo menos catalanista ahora? ¿Y lo entretenido que sería, lo contenta que tendría a la familia y lo que triunfaría en TV3? Esa TV3 donde evidentemente hace años que no aparezco, excepto para hacer de sparring…, como me pasó no hace mucho, el sábado 3 de febrero.
Para mi sorpresa no sólo me invitaron al FAQS (algo así como la Sexta Noche en versión low cost de TV3), sino que insistieron y dieron toda clase de facilidades, tales como pagar el transporte y el hotel (no siempre es así). Cuando me dijeron que los entrevistados estrella de la noche iban a ir el presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, y la ganadora de las elecciones y, sin embargo, jefa de la oposición, Inés Arrimadas, empecé a verle la lógica. Por alguna razón, pensé, esa noche interesaba apostar por la pluralidad.
Acepté sin pensarlo. ¿Quién dijo miedo? Nunca me ha amedrentado torear en territorio hostil y además históricamente mi experiencia en TV3 era que siempre se habían cuidado más las formas que en otras televisiones donde te puede llegar a dar la impresión de que haya que matar para hablar. En la tele catalana es costumbre esperar que te den el turno, la gente es más educada, més neta i més feliç… ¿Quién decía eso o algo parecido? Ay…
Fue como un viaje en el tiempo. Como una excursión retroactiva a la tribu. Viejos amigos de la casa vinieron a saludarme y a abrazarme con extraña efusión. “¿Estás bien?”, me preguntaba una y otra vez la jovencísima y por lo menos conmigo muy amable presentadora del programa, Laura Rosel. Mientras yo de reojo contaba los lazos amarillos que se multiplicaban en las pecheras de TODO el público del plató… y hasta en las barandillas de los pasillos que llevaban a la sala de maquillaje de TV3.
Luego vi que en las mismas redes sociales donde cientos de trolls indepes rugían indignados por mi presencia en el programa (“¿qué hace esta puta en el programa, por qué tenemos que aguantar sus estupideces españolistas, etcétera?”) ponían a caldo a esta chica, a Laura Rosel, porque en su opinión no había entrevistado a Arrimadas con bastante dureza. Por no haberla machacado, que es lo que abiertamente le pedían.
Joder, no es que no se intentara. Uno de los periodistas invitados, como yo, arrancó preguntándole “por su padre, que fue policía franquista”. La acusaron de poner medallas a los represores, de hablar más en castellano que en catalán en actos públicos –nadie le supo explicar por qué a Roger Torrent nadie le pedía cuentas de utilizar exclusivamente el catalán, obviando enteramente la otra lengua cooficial en Cataluña…–, una y otra vez le afearon que no criticara a los jueces por mandar independentistas a prisión y poco menos que no descolgara un teléfono para sacarlos… Ella devolvía todas las pelotas con seguridad y firmeza. Sospecho además que fue la única persona en el plató que entendió el verdadero alcance de la pregunta que yo le hice, y que es si, cuando acabe toda esta patochada, toda esta pantomima indepe, ERC no será la primera interesada en buscar nuevos consensos con Ciudadanos, algo que sirva para en realidad desbloquear la mala hostia –por la tele dije “mala baba”– que ahora mismo destruye la sociedad catalana como un ácido…
Arrimadas sólo se negó a debatir con una persona: Pilar Rahola, que se presentó vestida como el presentador de un circo de tres pistas e hizo una intervención que me dejó tiritando incluso a mí, que la conozco de hace tantos años. Definitivamente toda sutileza, toda complejidad de intención, perdida está como la Atlántida para la intelligentsia del procés. Rahola soltaba sapos y culebras por la boca, con su arrobada claque aplaudiendo, y yo que, insisto, la conozco de toda la vida, reflexionaba para mí: qué curioso, todo lo que Pilar Rahola toca acaba mal, la ERC de los años 90 escindida y destruida (por ella), Artur Mas arruinado, Carles Puigdemont en Bruselas y no sé cuántos más en la cárcel, la misma TV3 ahogada financieramente…, mientras ella, Rahola, emerge más pimpante que nunca. Pilar Rahola me recuerda al rockero Ozzy Osbourne. ¿Saben qué decía la mujer de Ozzy Osbourne? Decía: “Si un día hay una hecatombe nuclear en la Tierra, sólo sobrevivirán las cucarachas y Ozzy”. Y la Rahola.
Luego vinieron Pilar Urbano y Juan Carlos Monedero a hablar de la monarquía. Yo que en la vida he sido monárquica me vi defendiendo que el rey de España, como su nombre indica, está para que se cumpla la ley del país del que es soberano. Se dijeron una de burradas… Si no lo entendí mal, cada catalán independentista es libre de interpretar las leyes españolas como le salga del forro de los testículos. Ah, pero el rey no. Él es el único que no puede decir ni mu.
Recuperados de este debate de fondo, van y sacan a un rapero de Lérida, llamado Pablo Hasél, que acumula no sé cuántas denuncias y peticiones de condena porque no sabe cantar sin insultar a nadie. Que si los Borbones son unos ladrones, que si la policía asesina, que si esto, que si lo otro… Cuajo tuvo incluso de defender una vez que agredió a dos reporteros de la casa que le estaba entrevistando, arrojándoles un spray de esos antiviolación a la cara. Él declaró que en realidad había apuntado a la cámara de los reporteros, no a los ojos, y que si de verdad se los hubiera querido cargar de ahí no salen vivos, que por algo el menda mide metro noventa y pesa cien quilos. Ah, y sobre todo no se nos olvide: él es un indomable que sempre diu les coses pel seu nom.
Entusiasmada y animada por este cántico al liberalismo, yo también me animé a llamar a las cosas por su nombre: le informé de que a mí el rap no me gusta porque me parece una música absolutamente cafre y tan sutil como unas bragas de alambre de espino, que tras escuchar atentamente al tal Hasél mi honesta impresión es que se trata de un follonero y de un liante, pero que eso sí, yo no pediría penas de cárcel para las colosales burradas que dice, obviamente con ánimo de ofender y de hacerse ridículamente famoso: que con una multa va que arde. Huelga decir que me gané otra catarata de insultos en redes, cuestionando mi gusto musical y mi franqueza. Está visto que lo de ser indomable y dir les coses pel seu nom es privilegio restringido a algunos.
Menuda excursión al pasado, ¿eh? Fíjense en cambio que me quedé intrigada con una luz de asombro que vi despuntar en los ojos de Laura Rosel, la presentadora, insisto que jovencísima, a la que ya habían puesto a salir con una camiseta con la cara del rey Felipe y a arrancar el programa con una entrevista a Ana Rosa Quintana en la que la primera pregunta era: “¿Es usted la mujer que se ha cargado el procés?” Hablábamos de la monarquía, y del rey Felipe, y yo me limité a observar que esta institución ha vivido una democratización innegable sobre todo en Cataluña. Recordé que en los años 90 Jordi Pujol, por entonces todo un molt honorable president de la Generalitat, tuvo que pedir perdón casi de rodillas porque otro showman de la tele pública, Mikimoto, se había permitido ciertas bromas de mal gusto con las imágenes de la infanta Elena llorando en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. En cambio ahora el programa satírico Polònia dirigido por Toni Soler (el mismo que se preguntaba en Twitter si será delito de odio desear que un camión arrolle a los miembros del Tribunal Supremo…), se ha permitido un vídeo de supuestas tomas falsas del “qué rica está esta sopita” de Felipe, Letizia y las niñas… Busquen ese vídeo, véanlo, y comprobarán que, a su lado, la famosa portada de El Jueves, ya saben de cuál les hablo, se queda en retrato de los reyes a caballo pintado por Velázquez. Obviamente Laura Rosel no sabía de qué le estaba hablando, tan redonda y enorme era la curiosidad en sus, insisto, jóvenes ojos.
¿A lo mejor hay que volver más seguido a la tribu para que los últimos en nacer ahí conozcan la verdad? Todo el mundo debería tener el hecho de despertar de ese profundo, narcótico letargo…