Crónicas de Tabarnia

Con la sangre de los castellanos haremos tinta roja…

Es tan difícil poner letra al himno español porque sigue siendo difícil ponerse de acuerdo sobre qué valores queremos compartir abiertamente como comunidad y como pueblo.

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El problema es tan simple como que a nadie le importó jamás. La lengua. Ni las lenguas. España como tal nunca ha movido un dedo por defender ninguna de sus lenguas cooficiales en ninguno de sus territorios. Mucho menos la común. Dice la Constitución que todos tenemos el deber de conocer el español y el derecho de usarlo. A día de hoy, es mentira.

Que conste que todo esto lo escribe alguien que en su infancia y primera juventud tuvo que soportar un infinito progrepaternalismo cultural hacia la lengua catalana y sus manifestaciones periodísticas o literarias… Lo que molaba era ser divinamente de izquierdas en castellano. Se suponía que todos los buenos intelectuales y escritores de Cataluña eran así o estaban muertos. Era más importante obligar a rotular en catalán los nombres de los colmados que enseñar en las escuelas la obra de Josep Pla. O la de Baltasar Porcel.

De la lengua parecía interesar sólo el excipiente de odio. Como esos violadores que buscan humillar y hacer daño más que follar. Al abdicar España de la defensa del catalán, lo abandonó en manos de quienes estaban y están dispuestos a quedarse lingüísticamente tuertos con tal de dejar ciego al de enfrente. Se alegó en su día a favor de la inmersión que no se podía consentir una doble red escolar, una sociedad partida por el espinazo de la lengua. Visto el resultado, para eso ya podían haber trasladado el Muro de Berlín, piedra por piedra, a Santa Coloma de Gramenet o a Badalona.

Nadie quiere entrar a fondo en el problema porque tiene tan poca o tan mala solución como el timo de las pensiones. A saber: años cotizando para que el Estado se lo gaste en pacharán y, cuando llega la hora de cobrar, como no hay con qué, ni valor para decirlo, pues a calzarte nuevos impuestos, añadidos a la cotización de toda la vida y a la descapitalización de los servicios públicos. Con lo cual la pensión cobrarla la cobraremos, sí; pero después de haberla apoquinado multiplicada, como quien se ve obligado a satisfacer una hipoteca por diez veces el valor del piso que se compra. Al final es suyo, sí…, pero ¿a qué precio?

Tampoco en el tema de las lenguas hay arrestos para llamar a las cosas por su nombre. ¿Casillitas a estas alturas? ¿Para qué, para que quien las marque no pueda salir de casa? ¿Para que, por tener la fiesta en paz, los damnificados lingüísticos parezcan muchos menos de los que son? ¿Para no poder abrir La Vanguardia sin que la sintaxis haga aguas por todas las páginas?

Mala solución tienen siempre, dicen, los problemas que ningún político sufre en sus carnes. Y no hay un solo político en este país (y los de izquierdas menos…) que lleven a sus hijos a la escuela pública. Eso es para los pobres y para los votantes. Esperanza Aguirre tuvo la ocurrencia chulapa de querer dar catalán en un par de coles de Madrid como quien da inglés. Ni un solo representante del famoso lobby catalán llevó allí a ningún hijo suyo. Lo último que se les ocurre, vamos. Pero es que en Cataluña todavía menos. Los llevan a escuelas privadas y carísimas que incumplen clamorosa y descaradamente lo que dice el Estatut. Serán políticos, pero no tontos, o no del todo.

Así nos va que hasta ponerle letra al himno se asemeja a ponerle el cascabel a un gato escaldado y tiñoso. Pobre Marta Sánchez. A mí también me gusta más La Marsellesa, qué quieren que les diga…, pero ¿se imaginan que en lugar de esa letra se le ocurre poner otra, más aguerrida? Predemocrática y todo la han llamado por mencionar la palabra “orgullo” y por alicatar una rima con un “honrarte hasta el fin”…

Collons! ¿Saben lo que dice el estribillo de Els Segadors, el cacareado himno oficial de Cataluña? ¿Saben que anima a atizarle sin fin golpes de hoz al enemigo? ¿Y saben quién es el enemigo? ¿Lo adivinan? Allá va una pista: en la versión tradicional y preconstitucional del himno, no aprobada oficialmente por el Parlamento catalán, ciertamente (no hubo huevos…), pero no creo que les cueste encontrarla si la buscan por Internet, dice textualmente: “Con la sangre de los castellanos haremos tinta roja para teñir las barretinas…” ¿Sigo?

Ojo, que todo esto parece estrafalario y anecdótico, pero no lo es. Tiene un calado profundo. Y triste. Es tan difícil poner letra al himno español porque sigue siendo difícil ponerse de acuerdo sobre qué valores queremos compartir abiertamente como comunidad y como pueblo. Hay quien lo tiene muy fácil porque lo tiene todo clarísimo: vamos a segar enemigos de tres en tres. Pero ¿y los que no queremos tener enemigos sino compatriotas? ¿Dónde nos metemos el himno, la lengua… y el corazón?

 

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