Sus bocas son mentirosas, las de los rifeños no (Memorias del Rif)

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Gualo majanduchi mentiras, nada de mentiras, en las lenguas de los bravíos cabileños del Rif. Porque los chivanis, los viejos, enseñan a los niños que la palabra de un hombre tiene que valer más que su firma y así son nuestras leyes: claras como plumón de pichón blanco. Las de ustedes no. Sus leyes contienen falsedad y las letras son hermosas, como caligrafía de escribano del zoco de Fez, pero embusteras. ¿Qué comentan? ¿Que estoy hablando imbuida en la cantinela de la lengua tamazigth? En efecto, si quieren vienen y me lo impiden cortándome los dedos ¿Ahora que comentan? ¿Que en España no se cortan los dedos de los periodistas? Vale, ni en el Rif tampoco, pero si el plumilla se pasa un pelín le meten en la cárcel y las prisiones de allí no son Colegios Mayores como los centros penitenciarios de ustedes.

En Marruecos no existen grandes libertades, pero todos hemos sabido siempre a que atenernos, porque lo que ustedes llaman “lenguaje políticamente correcto” allí es considerado engaño y los eufemismos babosos del Lourdes lingüístico occidental brillan por su ausencia. Es más, los embustes se castigan y están mal vistos, no como en España, donde todos hablan con bocas pequeñas y, aunque dicen que tienen libertad, lo que tienen es miedo de ofender a algo o a alguien y su libertad es diminuta como ladilla en ingle de soldado de regulares. Diminuta y picajosa. Llena de recelos, de sospechas y de miradas de soslayo. ¿Qué musitan? ¿Que si me creo la Maestra Liendre, que de ná sabe y de tó entiende? Me lo creo. De hecho, “soy” la genuina e irrepetible Maestra Liendre y más desde que, a lo largo de mis años vomitando sentires y pareceres sobre la patria chica del teclado de mi ordenador, muchos españoles libres me han comentado: “Liendre, dices lo que todos pensamos y no nos atrevemos a decir”.

¿Y por qué en nuestra vieja Iberia alguien puede “no atreverse” a decir algo? ¿De qué tienen miedo? En el Rif teníamos miedo de Rabat y de los mejannies, del Cadí y de los douaniers, de despertar envidias y que nos echaran un mal de ojo o nos hicieran brujería, y de la sarna, la tiña y la lepra. Sobre todo de esta última, porque allí, en mis tiempos, no existían lazaretos y los desdichados leprosos, con sus orejas colgantes, andaban limosneando mientras tocaban un cachivache de madera para alertar al pueblo de su presencia. ¡Más raras tienen los leprosos las orejas! Pero, para que enseñara la cara semicubierta por la capucha marrón de la chilaba, había que arrojar unos francos en la escudilla; entonces el manojo de penas en cuestión se desvelaba para mostrar el rostro carcomido y tumefacto, o los ronchones de piernas o brazos, según atacara a cada cual, aunque, si amén de los francos le dabas el bocadillo de la merienda, se despojaba entero de su veladura, porque los leprosos, en mi idílica y bucólica infancia, eran un acercamiento a las películas de terror o a los sacamantecas. Algo había en ese parque temático de mutuas insensibilidades, párvulas morbosas y enfermo showman, de brutalidad y de arquetipos de aquellos sanguinarios hombres de la Montaña que adoraran a dioses de esa antigua religión que prohibiera posteriormente la implantación del Islam.

El miedo en Marruecos no es de los fantasmas, sino de las realidades, porque las leyes son claras y no pretenden “quedar bien” con los súbditos del Príncipe de los Creyentes. Aquí, lo vivido y posteriormente regurgitado desde mi alma mestiza me hace determinar que la mayor parte de lo que los españoles escriben en sus libros son puras mentiras, igual que mercaderes que, en día de zoco, vendieran mula vieja teñida con betún. Pero ustedes inventan las falsedades y, encima, son felices, o están medianamente conformes, creyéndoselas. Crean la mentira en sus leyes para vivirla con intensidad. ¿Que dé un ejemplo? Sí. Nunca en mi tierra oí hablar de algo semejante a eso que ustedes llaman “la presunción de inocencia”, allí es al revés y lo decimos. Aquí es igual de al revés y retorcido, pero lo esconden apretando los labios y el trasero. Nadie es inocente en esta España que acaba por helarnos el corazón. Cualquier criatura que es acusada o detenida, bien puede verse al día siguiente en la prensa, con la historia de sus miserias publicitada. ¿Es así como la Justicia española trata a los inocentes? Hablan y hablan las leyes de que todos son inocentes hasta que no se demuestre lo contrario y sólo se demuestra lo contrario cuando el tipo es condenado por una sentencia firme, entonces es culpable. Y quien ha escrito esta falacia es visto con desagrado por los ojos de Dios.

Todos los españoles que se ven acusados y son detenidos son culpables. Nadie les respeta ni les trata como a buenas personas inocentes. Normal cuando es un criminal peligroso a quien se sorprende en el momento cometiendo una fechoría. Pero, en mi tierra, tan sólo se esposa a un perro a la espalda cuando es violento. Y ni entonces, porque, si se pone violento, porque es una mala persona que comete la torpeza de no respetar la Autoridad, los que representan el orden y esa autoridad le propinan una buena paliza para hacerle aprender maneras. Y se acepta con naturalidad y con hombría, porque él se lo ha buscado, por malo y por irrespetuoso. Aquí no pegan, porque está prohibido desde que llegó Felipe González; antes sí pegaban: a mi esposo, el anciano Erik el Belga, gobernando Calvo Sotelo le torturaron durante una semana en la comisaría de la Vía Layetana de Barcelona y no era asesino ni terrorista sino un simple ladrón y falsificador de arte, pero aquellas alimañas sanguinarias le aplicaron torturas tercermundistas e imaginativas para hacerle confesar, y de ello guarda claro testimonio el cónsul belga en Barcelona de aquellos años. ¿Que como aguantó un diabético enfermo coronario una ordalía semejante? Pues porque no estaba. Cada vez que le introducían en el cuarto alicatado susurraba el verso que memorizó de Gonzalo de Berceo: “Ave Santa María, que pariste Mesías”, comenzaban a quemarle, a aplicarle electrodos y derechos humanos similares, pero la Madre le acunaba. Bueno… Disculpen. ¿Qué le interesan a ustedes las historias viejas sobre que los hijos de las tinieblas nada pueden contra los hijos de la Luz?

Tinieblas en las frases torticeras de ustedes que prohíben “las torturas y los tratos vejatorios y humillantes”¡Por favor! ¿Qué gana la Justicia de España metiendo una noche en un calabozo inmundo a una tonadillera? Eso sí, al día siguiente comparece ablandada y destrozada ante el Cadí, no, perdón, ante el juez. Los Cadíes respetan a las mujeres y a las madres y no hacen poner esposas, como si fuera fiera salvaje, a una niña como es la hija de Roca ante sus compañeros de clase, para castigar y causar dolor a su padre. ¿No es eso un trato vejatorio y humillante? ¿Y esa niña no era, de entrada, una inocente? ¡Mentirosos! En la tierra salvaje del Rif hay pocos derechos, pero, los que no existen, no se inventan en los libros ni las personas se ilusionan por frases engañosas. ¿Presunción de inocencia? Que se lo pregunten al juez De Urquía, que ya ha sido juzgado, condenado y difamado por todos los periódicos. Ustedes, medrosos y afeminados, chillan como gallinas ante la pena de muerte, pero matan civilmente a las criaturas, les ejecutan la honra, el honor, la dignidad y la vergüenza, les linchan en sus noticias morbosas y en sus tertulias de casquería. Aquí, cualquier indeseable aparece en la televisión y habla como mojammi y Cadí, como abogado y juez. Los documentos que guardan vidas de personas, los autos judiciales, son fotocopiados y están en las bocas más viles y en las lenguas más dañinas. ¿Derecho al honor y a la intimidad? El Hijo de Dios y también el Profeta les señalarían con el dedo y les llamarían hipócritas y fariseos que causan repugnancia ante el Más Grande, el Creador.

Imbislá. En el Nombre de Dios les pido, para que no sigamos sintiéndonos engañados, que escriban leyes verdaderas, que pongan con buena caligrafía que cualquier acusación policial significa que la criatura es culpable y que el único derecho que tiene es a gastarse lo que pueda en abogados y partirse el alma y el culo para lograr demostrar su inocencia. Previo paso por calabozos inmundos, miedo, zozobra y conducciones de presos en ataúdes inhumanos de metal, donde falta el aire. Pero sin fumar. Aquí no se protege honra ni inocencia, pero se cuidan muchos los pulmones de los detenidos.

Soy la Maestra Liendre que de ná sabe y de tó entiende. Y entiendo que hablo con boca de sabio, que no con boca de puta, y entiendo que todos ustedes viven mirando de reojo y rezando: ¡Dios nos libre y que no nos toque! ¿Y esa es su libertad?

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