La biotecnología y la ingeniería genética han abierto nuevas y esperanzadoras perspectivas dentro del campo de la investigación médica (fármacos, técnicas curativas), así como también en la ámbito de la explotación agrícola (alimentos) Sin duda éste sería un resultado positivo y representaría un avance para la humanidad en su conjunto, pero estas incipientes disciplinas científicas plantean muchos problemas de tipo ético: la moderna biotecnología también se desarrolla, muy rápidamente, a la sombra de los intereses humanos, en busca de lucrativas patentes sobre los seres vivos manipulados genéticamente.
Por nuestra parte, nos quedamos con una definición de la biotecnología que consiste precisamente en la utilización de la maquinaria biológica de los seres vivos de forma que resulte en un beneficio para el ser humano, ya sea porque se obtiene un producto valioso o porque se mejora un procedimiento industrial: para generar alimentos más saludables, mejores medicamentos, materiales más resistentes o menos contaminantes, cultivos más productivos, fuentes de energía renovables e incluso sistemas para eliminar la contaminación.
Sin embargo, en la dinámica de un mercado único y globalizado, la revolución que han experimentando las ciencias biotecnológicas, gracias al potencial desplegado por las tecnologías de la información, abre también nuevas posibilidades para la economía y la creación de riqueza, transformando el sueño de un modelo de desarrollo sostenible en otro de “crecimiento infinito”, acompañado de una enorme insensibilidad ecológica y motivado, exclusivamente, por una amplia gama de objetivos dirigidos a obtener beneficios económicos en los campos de la industria, la agricultura, la alimentación y la medicina.
La Nueva Derecha se situó, a mediados de la década de los 80 del pasado siglo, en el bando de la ecología antiglobalización. Al fin y al cabo, la cuestión ecológica se situaba en el campo del conservatismo medioambiental. Aunque en su primera época, los neoderechistas reflexionaban sobre la biología y la genética, así como sobre un uso de la tecnociencia no dirigido al desarrollo y crecimiento acelerados, sino a la mejora de las condiciones del hombre en tanto “ser biocultural” (Yves Christen) –pero siempre dentro de su crítica a la modernidad tecnocientífica–, la meticulosa construcción de una plataforma ideológica compartida entre los autores de la Nueva Derecha y los activistas de la llamada Nueva Ecología (antes, también, de la ecología profunda), aparcaron, provisionalmente, las profundas reflexiones antihumanistas de las que había hecho gala, hasta ese momento, la escuela de pensamiento neoderechista.
La crítica radical, por parte de la Nueva Derecha, de todos los factores de alienación del mundo moderno (racionalismo, individualismo, cristianismo, economicismo, liberalismo), la hizo atractiva a ojos de la pujante nueva ecología europea. Los neoderechistas y los neoecologistas, unidos en una estrategia transversal ninista (ni de derechas, ni de izquierdas), caminan juntos durante un buen trecho. Pero, repentinamente, algo va a cambiar, radicalmente, esta alianza ideológica. En el número 97 (2000) de Éléments, bajo el título genérico “La revolución biotecnológica”, Charles Champetier abre el dossier con su ensayo Voici l’ère néobiotique (“Aquí está la era neobiótica”). Inmediatamente después, la organización Synergies Européennes, escisión de la Nouvelle Droite liderada por Robert Steuckers, publica un texto de los ecologistas de Laurent Ozon en el que, de forma sorprendente, se desvinculan de la Nueva Derecha y critican ferozmente su doctrina antihumanista.
En opinión de los nuevos ecologistas, la Nueva Derecha no había podido desprenderse de su visión favorable a la tecnociencia moderna (en su concepción fáustica y europea), defendida durante su primera época de existencia, pero mantenida oculta con el objetivo de lograr nuevas convergencias ideológicas con otros movimientos antimodernos y antiliberales. La revista ecologista Les recours aux forêts, en una especie de manifiesto titulado “Nuestras diferencias. Breve enfoque sobre el desarrollo de nuestras ideas y las de la Nueva Derecha”, lamentaba el hilo conductor permanente e inherente a la doctrina neoderechista: su antihumanismo. Seguido de la siguiente reflexión: «Si la crítica del humanismo nos parece legítima cuando conduce a poner en cuestión el antropocentrismo, un universalismo reductor y negador de las diferencias, una antropología simplista y, sobre todo, un imperialismo occidental disfrazado de moral hipócrita, el humanismo no es, sin embargo, nuestro blanco principal. Que los avances biotecnológicos pongan en cuestión los postulados del humanismo occidental no nos hará aplaudir el registro comercial y la mercantilización de los seres vivos». Consecuencia: algunos activistas de la nueva ecología se alejarán de la facción neoderechista liderada por Alain de Benoist y pasarán a formar parte de la red Euro-Synergies de Robert Steuckers.
¿Quizás fue éste el motivo del prematuro abandono del combate metapolítico por parte de Charles Champetier? En cualquier caso, la libertad y flexibilidad reflexivas inherentes a la escuela de pensamiento neoderechista, que permiten una amplio margen doctrinal a sus autores, si bien dentro de la crítica general de la modernidad y de las ideologías igualitaristas y universalistas, han provocado, ya en demasiadas ocasiones, la enajenación, cuando no el fracaso más absoluto, de determinadas confluencias ideológicas transversales, ya sea con formaciones políticas populistas, ya sea con movimientos antiglobalización, neoecologistas o neoizquierdistas. Es el precio de la libertad discursiva.