Diálogo entre un identitario blanco y un africano negro

Anhelar ser occidental... para no ser nada

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Hoy* he estado un buen rato charlando con un chico de Senegal. Ha sucedido en un parque de Estocolmo, pero la conversación la hemos tenido en español. Lleva seis meses de ilegal en la capital de Suecia, y antes lo había sido durante dos años en Valencia. Huyó de España y buscó refugio en el Norte. Sabe que la situación económica aquí es mejor, pero ignora la dureza del frío invierno.

Me ha gustado la conversación. Supongo que ambos hemos aprendido. Al despedirme tenia un nudo en mi garganta. Mientras yo acababa de comer a placer en un buffet libre, él seguramente tenía hambre, no lo sé, no me lo ha dicho. No me ha pedido nada: yo en ese momento tampoco poseía mucho que ofrecerle, salvo una onza de chocolate negro con menta, y es lo que le he dado.
 
Me ha escuchado hablar español, los dos estábamos en el único banco libre que había, intentando disfrutar de los últimos rayos de sol de la tarde. Y hemos comenzado a hablar: de España, de cómo funciona para alguien que llega sin nada, de Senegal y de algunas cosas más; luego de Suecia.
 
No tiene papeles, sabe que no va a ser fácil, pero alguien que abandona la bonanza del clima español para aventurarse a latitudes de frío polar, no está dispuesto a rendirse: ha venido para quedarse. Anhela lo que no tiene. No dejaba de mirar mi ropa, y aunque no decía nada, yo me daba cuenta de que miraba pensando “un día tendré un polo y unas zapatillas iguales”. Pero no decía nada, sólo miraba, mientras yo le interrogaba sobre cómo era la vida en España, sobre cómo había hecho el viaje, por qué se había ido, por qué había llegado y otros muchos interrogantes más. La conversación ha sido amistosa, me daba la sensación de que hablaba con alguien de mirada transparente, limpia. Lo ha abandonado todo, no tiene nada que perder, salvo el tiempo. Sabe que peor no puede estar —pero se equivoca.
 
Le pregunto qué va hacer en Suecia sin papeles (aquí es imposible encontrar un trabajo sin un número de identificación, sin un DNI). Las autoridades suecas son benévolas a la hora de conceder asilos, pero se toman muy en serio los flujos migratorios ilegales. No los toleran y saben cómo atajarlos con efectividad. El primer día que lo encuentren (ocurrirá algo que en España no ocurre) lo identificarán y al poco tiempo lo deportarán. Él espera otro final. Solo hay otro, él lo sabe y lo afirma medio avergonzado: "una mujer", de esa manera obtendría los papeles. Pero no puede pagar por un matrimonio falso; no tiene trabajo y tampoco papeles; sin éstos no tiene dinero, y sin dinero no tendrá éstos. Así que quiere encontrar una sueca de verdad y formar aquí su nueva vida, para él y todos sus descendientes. De esto otro no hemos hablado, pero ambos sabemos que es así.
 
¡Cuánto daño está causando y repartiendo la mundialización neoliberal y su necesaria casta política, corrupta y colaboracionista! Es esto lo que engendra la deslocalización del ser humano en aras de un mundo sin rostro, regido por los números, donde el individuo intenta poseer lo que anhela, lo que le han hecho desear y creer que necesita…Y sin darse cuenta perderlo todo, solo por eso, que no es poco. 
 
* Sábado 25 de agosto de 2012, Kungsträdgården, Estocolmo.
 
Juan Montero es un militante identitario 

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