Cada nación, digna de serlo, tiene un proyecto geoestratégico, para el cual sus dirigentes juegan sus bazas. Se trata de situarse en el mundo. Hubo un tiempo en el que algo llamado “la Cristiandad”, aún no compartiendo un mismo proyecto, tenía consciencia de pertenecer a un conjunto en el que todos, aunque con matices, se reconocían. Y cuando las cosas se ponían feas y el enemigo común amenazaba la unidad de ese mundo, todos (algunos más que otros) partían y daban la batalla por defender ese mundo en el que se reconocían.
Hoy la vieja Cristiandad se niega a si misma, mientras los hijos de Mahoma se reafirman en su objetivo: la conquista del mundo infiel en nombre de Alá. Puede parecer que no tienen los medios para alcanzarla, pero cada día están más cerca, y si algo nos les falta es el sentido de unidad en el destino.
Tiempo atrás mi espíritu aventurero me llevó de un país a otro, y pude comprobarlo: ¡en todos y cada uno de ellos vi una mezquita! El Islam está presente en todos los continentes. En China, por ejemplo, son más de 100 millones de musulmanes que tienen el mismo objetivo que los 20 millones de musulmanes de Europa o que nuestros queridos vecinos del sur.
En Beirut estuve en una clase de historia de la que consideran la mejor universidad del mundo musulmán, la American University of Beirut, donde se adiestran sus élites y donde no faltaban descapotables conducidos por chicas de pañuelito o sin él. Allí el profesor de historia (norteamericano,), desplegando un mapa en el que Israel no existía, explicaba que en el sur de España la gente quiere la independencia en nombre de Alá. Añadía que en España cuando decimos olé queremos decir Alá. Os podéis imaginar cuál fue mi respuesta y la que se armó en el aula.
En Siria encontré un gran comercio llamado Alhambra y otro Al-Andalus. A buen entendedor pocas palabras bastan.
En Tioman, una islita paradisíaca (sin carreteras y sin vehículos) de Malasia, saludé a un imán y a su sequito (llevaban todos su túnica blanca) con un: “Sala malik ken”. El imán abrió los ojos de par en par y me preguntó de dónde era. Al final nos entendimos en ingles. “Soy español”, le dije. Ante lo cual me tendió la mano justo antes de preguntarme si era musulmán, y al responderle que católico, apostólico y romano, le mudó la cara de color y se marcharon. Me quedé hablando con uno del séquito, quien me explicó que aquel con el que había hablado era el nuevo imán mandado desde Arabia Saudí y que en teoría no dan la mano a infieles.
Por cierto, en la playa hacía un calor de mil demonios. La verdad es que nunca he conseguido entender cómo logran sobrevivir al calor yendo vestidos de la cabeza a los pies. (Yo, por mi parte, iba armado con bermudas y la primera novela de Esparza.)
En Hainan, una isla del sur de China situada en el Mar de Vietnam, una chinita musulmana intentaba vendernos perlas en la playa, y nosotros íbamos diciéndole que repitiera ”Zapatelo embustelo” mientras lo grabábamos con el móvil. Cuando le pedimos que dijera algo de Sadam —ya ni recuerdo de qué se trataba; que seguro que ella ni lo entendía—, sus ojos se encendieron como los del imán y se puso a gritar algo contra América, Bush y los cristianos. Así que no compramos las perlas terroristas y nos fuimos.
En Phi-Phi una islita del sur de Tailandia, nos despertaban los cánticos del imán llamando a la oración cada mañana al salir el sol.
En Bondi Beach (Sidney) no pudimos ir a las playas durante días, pues la policía las había cercado. La violación de una australiana a manos de un musulmán había dado lugar a batallas campales en todo el país. Miles de jóvenes se daban cita en las playas a través de internet. De un lado, jóvenes australianos, experimentando aquellos mismos sentimientos que tiempo atrás habíamos vivido nosotros en El Ejido o Ca’n Anglada. Del otro, jóvenes musulmanes (en su mayoría nacidos en Australia) que en vez de avergonzarse y rechazar el comportamiento de su paisano, acudían en manadas a la llamada étnica del grupo.
¿Qué es lo que os quiero decir con todas estas anécdotas? Que no son coincidencia, que todo musulmán siente un nexo de unión muy fuerte. Aunque les separen miles de kilómetros, raza e idioma, todas sus élites persiguen un mismo fin del que ha ido mamando el pueblo a través de la televisión, la radio, la escuela, las mezquitas y los imanes. Añoran un pasado de esplendor personificado en el califato de Córdoba.
Después de Israel, justo en el momento en que éste caiga, toda esa presión, odios y rencores se abatirán sobre España. Israel no es, para mí, un ejemplo a seguir, ni histórico ni etico, pero aquí me remito a las palabras de José Javier Esparza: ”Y mi enemigo no será sino éste: el que con más fuerza amenace mi supervivencia”.