Dos son las formas principales de enfocar el hombre y la sociedad. O bien el valor fundamental se sitúa en el individuo (y por consiguiente en la humanidad constituida por la adición de todos los individuos): es la idea cristiana, burguesa, liberal y socialista. O bien el valor fundamental está constituido por los pueblos y las culturas, nociones eminentemente plurales que fundan un enfoque “holista” de la sociedad.
En un caso, la humanidad, entendida como suma de todos los individuos, está “contenida” igualmente en cada ser humano particular: se es en primer lugar un “hombre”, y sólo secundariamente, como por accidente, se es miembro de una cultura y de un pueblo.
En el otro caso, la humanidad no es otra cosa que el conjunto de las culturas y de las comunidades populares: es a través de sus pertenencias orgánicas como se funda la humanidad del hombre.
Por un lado, tenemos a Descartes, los Ilustrados y la ideología de los derechos humanos: la nacionalidad y la sociedad se basan en la elección individual y en el contrato-plebiscito revocable unilateralmente. Por el otro lado, tenemos a Leibniz, Herder, el derecho de las culturas y la causa de los pueblos: la nacionalidad y la sociedad se basan en la herencia cultural e histórica.
El individuo sólo existe en relación con las colectividades en las que se incluye (y en relación con las cuales se singulariza).
La diferencia entre estas dos concepciones se encuentra incluso en la forma de enfocar la historia y la estructura de lo real.
Por nuestra parte, nos situamos evidentemente en el lado del holismo. El individuo, a nuestro juicio, sólo existe en relación con las colectividades en las que se incluye (y en relación con las cuales se singulariza). Toda actividad individual representa un acto de participación en la vida de un pueblo. No es posible apreciar “en sí” el interés del individuo.
Alain de Benoist. Orientations pour des années décisives
[Orientaciones para años decisivos], Le Labyrynthe, 1982.
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