¡Ayyá! ¡Whó por mí se haga! Que es como decían los judíos sefarditas de mi pueblo, antes, lógicamente, de que huyeran despavoridos por los ardides del descansado Mohamed V, que Dios tenga en su gloria. Es más, repito el lamento o admonición: ¡Whó por mí se haga! Porque yo no he venido a esta Península, cual atlante huyendo del gran diluvio y enrollándose con la cultura neolítica, no he llegado para sufrir en silencio este inefable mamoneo. Dicho sea con todo respeto y sin ánimos de señalar. O con ánimos de señalar, porque el batasunerío vasco, esos marginales zarrapastrosos, tiene una envidia claramente insana de los levantiscos rifeños y, haciendo una macabra pirueta cronológica, quiere copiarnos. Por supuesto que no nos llegan ni a la suela de la babucha, porque los independentistas del Rif, que soñaban con separarse de Rabat y hacer del chelja, el hermoso tamazigth, lengua vernácula, idioma oficial, eran absolutamente mágicos.
¿Qué están murmurando? ¿Qué bien que nos escarmentaron? Vale. Es verdad, pero, en mi Nador, de “eso” no podía hablarse más que en susurros y aprovechando las tinieblas del fondo del cafetín. De acuerdo, Mohamed V en el año 1958 bombardeó las cabilas rifeñas con napalm y allí se achicharraron hasta las ladillas de las ingles de las cabras morunas. Por supuesto que es “muy” políticamente incorrecto impartir correctivos disuasorios a los cien mil piojosos que secundan al batasunerío. El descansado Mohamed V y su hijo, también descansado Hassan II, hubieran empleado medios algo coercitivos para atajar la problemática y lo digo sin que mi entonación haya de sonar crítica, porque a ambos Monarcas Alaouitas, descendientes del Profeta, debo la relativa calma de mi niñez y años mozos. Como hispanorrifeña y bien nacida, soy agradecida. Por mucho que Mohamed V, que en gloria esté, hiciera pinchitos rifeños de mis paisanos de las tribus. A nivel general nos escoció. Por los métodos y por las habladurías posteriores. De hecho, algunos de los más desfavorecidos emigrantes españoles, que vivían en un lugar paupérrimo llamado Los Palomares y que subsistían malamente con los oficios más humildes, soñando con ayudas para regresar a la Península y que tenían muy mala lengua y eran muy chismosos, susurraban que en una de las avionetas cargadas de fuego líquido rezaba una pancarta dirigida a los revoltosos con la leyenda: “¡A joerse por reveníos!”. Eso era mentira y se notaba. Lo primero, porque los pilotos ni hablaban andaluz ni iban a escribir pancartas en español, si un caso en árabe, porque todavía no se había rescatado la escritura de signos esotéricos de los amazighs y si algún slogan presidió la escabechina, apuesten cualquier cosa a que las víctimas no lo pudieron leer, porque eran analfabetas, las criaturitas. Los españoles de los Palomares eran emigración andaluza, de las últimas boqueadas del Protectorado, primera generación de emigrantes. Yo era de tercera generación, para nosotros no existía esperanza de regreso, que no de retorno, porque mi progenitor se negaba ni tan siquiera a plantear la idea. Por más que nuestras condiciones de vida rozaran a veces lo infrahumano.
Los españoles del Protectorado no es que mamaran lo mejor de las dos culturas, sencillamente allí no había ninguna cultura que mamar. Ni sociedad multicultural, en un enclave donde el analfabetismo era la norma, si acaso se intercambiaban atavismos y costumbres con los autóctonos, se compartía malamente el idioma en plan pichingli, cada cual respetaba la religión del vecino y los descendientes de españoles constituíamos el único referente cultural, importando “lo nuestro”. En cutre y anticuado, pero no había más. Españoles eran Braulio el médico y Avelino el boticario; españolas las monjas que desasnaban a la infancia; español el cruel dentista Melivéo; de Rute, Braulio el practicante; de algún lugar de Extremadura, Miguelito, dueño del bar“Miguelito”…
¿Quiénes quedamos allí tras las revueltas de 1956? ¿Cien familias? Las más arraigadas y también las que menos arraigo teníamos en la Península, pero aún en la vorágine de banderas rojas con la estrella verde de cinco puntas, allí se seguía latiendo en español, hablando español y llorando a lágrima viva, moros y cristianos, con las sentidas coplas de Antonio Molina que era un ídolo y un icono. De hecho, cuando en la radio de los cafetines sonaba “El emigrante” no se sabía quien se emocionaba más, si la morería o los “ispanioles”. ¡Una congoja! Rifeños y españoles, en revoltillo, bajo las órdenes de los nuevos amos de Rabat, aunque en el Rif se profesaba una pasión sin límites por Francisco Franco. Que había residido, siendo teniente, en el pueblo y que después se había llevado a la guerra del 36 y dado jornal a la mitad de los varones de Nador, que le estaban por ello muy reconocidos, ya que en las guerras se hacen muchas amistades y los ejércitos viajan gratis. Los ex combatientes de la guerra civil española recordaban con nostalgia sus experiencias bélicas y eran considerados “talentos”, que es como allí se llamaba a la gente que había viajado y se había promocionado socialmente. Llegaba el primero de cada mes y los soldados de Franco se tocaban con sus gorras militares, lucían arreos sobre las chilabas y se iban cantando himnos, marciales y altivos, a hacer cola en la puerta del Consulado Español para recibir “la paga de Franco”. Retribución a su salvaje heroísmo y fantasías con ser movilizados de nuevo y formar parte de la Guardia Mora del Caudillo, capa blanca, briosos corceles y la cercanía al héroe común. De la soldada vivía medio pueblo.
A los españoles nos respetaban porque Franco les causaba pavor. Nosotros somos así, o tememos o despreciamos, es el carácter rifeño, con escaso margen de maniobrabilidad en cuanto a término medio. Como no hubo término medio en 1958 con los revoltosos. ¡Ayyá! Se pronuncia Ay-yá. Y destetados con esos modismos, los hispanorrifeños no es que no queramos, sino que no “podemos” entender la debilidad de los Gobernantes. ¿Qué dicen? ¿Que no soy más que una mísera integrante de una inframinoría étnica y que mi opinión interesa bien poco? ¡Whó por mí se haga! ¿No comprenden ustedes que si hay que meter a cien mil hijoputas proterroristas en la cárcel, para que vivan felices cuarenta millones de españoles, ya están tardando en construir Centros Penitenciarios en plan cárcel de Kenitra? Lo digo y lo pienso, y si ustedes me discuten es porque me desprecian, por ser minoría étnica, porque son racistas. Lo digo a lo moruno: ¡Rassistas! Y de eso les voy a acusar cada vez que me discutan y me quiten la razón. ¡Rassistas!