En cuanto a las próximas elecciones, que son la pieza clave de casi todos los cálculos, el paisaje más probable es este: una victoria insuficiente del Partido Popular. No es una hipótesis que hayamos visto en una bola de cristal: es el producto aritmético de combinar los resultados de las últimas elecciones municipales –la pasada primavera- con los sucesivos sondeos de opinión de este año, incluidas las necesarias correcciones de tendencias. Las otras posibilidades son algo menos probables (una minoría mayoritaria del PSOE) o francamente improbables (una mayoría absoluta de Zapatero).
Si Rajoy gana por mayoría insuficiente, ¿qué ocurrirá? El escenario será el mismo que hemos visto en multitud de comunidades autónomas y municipios: una coalición de perdedores –socialistas y separatistas o regionalistas- podría arrebatar el poder al vencedor. Ahora bien, esto, que en el ámbito local ha venido siendo tolerable, sería mucho más difícil de aceptar en el ámbito del Estado, donde cada medida de un Gobierno de esas características vendría afectada por un toque de ilegitimidad.
Lo más natural, institucionalmente hablando, sería que una oposición mayoritaria, pero dividida, aceptara la constitución de un Gobierno en minoría, como lo fueron los de UCD en 1977 y 1979, el del PSOE en 1993 o el del PP en 1996. Pero para eso hay dos obstáculos. El primero es que estamos en una situación institucional tan alterada (reformas autonómicas, remodelación del modelo de Estado, quiebra de consensos básicos, etc.) que no hay certidumbre de que nadie vaya a comportarse con sentido de la responsabilidad. El segundo obstáculo, vinculado al anterior, es que ese Gobierno minoritario tendría que hacer verdaderas contorsiones para conseguir acuerdos parlamentarios, porque éstos sólo podrían venir de las formaciones separatistas, las cuales ya están jugando abiertamente a dinamitar la estabilidad nacional.
¿Una gran coalición?
La única manera de que ese Gobierno en minoría del PP –mantengamos la hipótesis- saliera adelante, sería que el centroderecha pudiera llegar a determinados acuerdos básicos con el Partido Socialista. Tales acuerdos básicos descansarían, en realidad, en dos únicos puntos: cierre del modelo autonómico y política antiterrorista, que son las grandes cuestiones en las que un Gobierno de la nación no debería depender de los intereses de las minorías separatistas. Pero repárese en que se trata de los dos puentes que Zapatero ha volado. ¿Es posible reconstruirlos? Con un PSOE donde Zapatero siguiera de líder, no.
En los últimos meses se ha hablado mucho de una “gran coalición” inspirada en el modelo alemán: en una situación de empate técnico, los dos grandes partidos nacionales suscriben un amplio acuerdo de mínimos. Tanto en el PP como en el PSOE (y, sobre todo, en la Zarzuela) hay quien sueña con un pacto así. La medida no sería insensata, pero hace tiempo que la sensatez se cotiza a la baja en la política española. Además, permanece el obstáculo de Zapatero: el PSOE sectario y radical de ZP no podría pactar nada con un PP al que ha tenido cuatro años sometido a un antidemocrático “cordón sanitario”. ¿Y entonces? Entonces, y siempre dentro de la hipótesis (muy probable) de que el PP gane con mayoría insuficiente, habrá que esperar a una sola cosa: la reacción de la izquierda, y no tanto de la izquierda política (el PSOE) como de la izquierda mediática y financiera.
Todo apunta a que Zapatero, en una situación de minoría, no tendría el menor empacho en proponer un pacto de perdedores con ERC, el PNV, CiU y con quien haga falta, con tal de seguir en el poder. Vendería el pacto como una prolongación de su proyecto de “modernización” (la palabra mágica de la legislatura) y ofrecería como contrapartida la confederalización del modelo de Estado. Con un Tribunal Constitucional obediente y una Justicia purgada, la jugada sería posible. Las consecuencias, sin embargo, serían letales para el Estado, y eso lo saben muy bien la izquierda mediática –especialmente el grupo PRISA- y la izquierda financiera, que ven con pavor una hipótesis de este género.
Para esa otra izquierda, que probablemente es la que más contaría en semejante paisaje, el “escenario” idóneo no es el de una especie de Frente Popular constituido sobre la base de una derrota electoral, sino el de un gobierno de centroderecha minoritario y, por tanto, vulnerable y controlado por la izquierda. En las prospecciones más afinadas –hasta lo improbable- de la “gran coalición”, el resultado final debería ser el de un Ejecutivo compuesto mayoritariamente por ministros del PP pero con un presidente socialista (no han renunciado a Solana). Esto es, seguramente, ir demasiado lejos. Para otros, sería suficiente con un PP neutralizado y un Gobierno encabezado por alguien como Alberto Ruiz Gallardón. ¿Y aceptaría esto último la “base” electoral del PSOE? Si la alternativa es ver a Carod Rovira de ministro de Asuntos Exteriores y a Josu Jon Imaz de ministro del Interior, por supuesto que la base de la izquierda española aceptaría que gobernara el más votado. Pero añadamos una cuestión nada menor: por el camino, Zapatero tendría que marcharse a su casa. La elegida para sucederle es, según dicen en los mentideros, Teresa Fernández de la Vega.
¿Elucubraciones? Por supuesto. Pero no son irreales. Al revés, se trata de tendencias concretas, y los movimientos que se están sucediendo en los márgenes derecho e izquierdo de la política española no han perdido de vista ese horizonte. Para corregir o verificar estas tendencias, habrá que estar atentos, ante todo, a tres cuestiones: una, la estrategia de ETA, porque los terroristas serán los primeros perjudicados si Zapatero deja el poder (así son las cosas); la segunda, la evolución de la economía, que parece ir cabeza abajo varios meses antes de lo que el Gobierno había previsto (véanse las últimas cifras en el sector de la Construcción); la tercera, los movimientos en la cúpula institucional del Estado, y en particular en el Tribunal Constitucional, donde se están librando batallas cuya resolución puede ser irreversible. Los tres elementos pueden modificar los cálculos de los gabinetes de prospectiva.
Guarde usted este artículo hasta finales de marzo. Después, hablamos.