El racismo, una enfermedad de izquierdas

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El racismo es una enfermedad que padece la decrépita izquierda actual. De hecho, no hay actualmente una sola familia política en todo el mundo (con excepción de algún pintoresco neonazi salido de alguna caverna) que lleve como bandera la “política de la raza” como lo hacen los partidos de izquierda, junto con sus intelectuales y la farándula que los apoyan. Para la izquierda ya no existe el ser humano: sólo existen asiáticos, árabes, blancos, negros… Estos últimos han sido los primeros en ser “explotados” y por lo tanto la izquierda ahora reivindica no sólo sus derechos, sino también su supremacía. Según la izquierda, los negros no deben tener los mismos derechos que los blancos, a pesar de que la mayoría de la población europea y norteamericana lo es, sino muchos más y mejores.

La izquierda ha abandonado el discurso de las clases y los obreros, a los que hace mucho tiempo que dejó de lado, asqueados ellos también pesos discursos identitarios y de corte racista. Llama la atención el caso de la candidata socialista a las elecciones regionales de Francia en Ile-de-France, Audrey Pulvar, que hace unos pocos días, en un programa de televisión, dijo que "los blancos no tienen derecho a hablar" sobre ninguna de las cuestiones relacionadas con los negros. Pulvar es experiodista, superestrella televisiva, nacida en Martinica (por lo tanto francesa a todos los efectos) y también negra... En definitiva, una mujer tan “volcada” en aquellos menos favorecidos y en los desheredados que se permite llevar gafas con montura de 15.000 euros: vamos, el típico perfil del socialista del siglo XXI: Falso negro, rico, residente en los barrios más elegantes, con cónyuges con un alto nivel adquisitivo, etc.

Eric Zemmour, en un artículo publicado en Le Figaro Magazine el 2 de abril, afirma, de manera muy acertada, que la izquierda “universalista” e “igualitaria” ha sido sustituida por una izquierda “a la americana”, identitaria y diferenciadora, que “presiona con volver al racismo". En la misma línea de Zemmour se encuentra Douglas Murray, uno de los principales intelectuales conservadores contemporáneos, que el pasado del 1 de abril escribió en Unherd.com un artículo en el que expresaba que el antirracismo, que no es otra cosa que un racismo tradicional pero a la inversa, es ya el único punto fuerte que en materia ideológica le queda a la izquierda, y por este motivo los progresistas necesitan “autonarrarse” el cuento del “antirracismo”, acuñado como "racismo institucionalizado" en el Reino Unido. En contraposición de los mismísimos análisis marxistas, tan típicos de la “vieja" izquierda”, la “nueva izquierda” progresista, identitaria y diferenciadora explica los contrastes económicos y todos los fenómenos económicos en general, a través de las “categorías culturales”, es decir, propone como explicación y justificación la existencia del “racismo”, cuando la realidad es que las desigualdades (que las hay) a menudo no tienen nada que ver ni con el color de la piel y ni con la “cultura” de origen.

Esto no es otra cosa que la implantación, a modo de invasión, del modelo de multiculturalismo de EE. UU., que después de haber causado graves daños en la sociedad norteamericana, está provocando algo parecido también en Europa. Tal y como escribe el periodista conservador británico Ed West en su artículo del Times del 2 de abril, los conservadores históricamente han sido siempre proamericanos, mientras que el antiamericanismo ha sido cosa de la izquierda (West se refiere al Reino Unido, ya que en la Europa continental ha existido también un antiamericanismo conservador y de derechas). Sin embargo, en la actualidad, con un gobierno en EE. UU que roza la extrema izquierda y, sobre todo, es rehén de esas minorías violentas que andan obsesionadas con la raza, el género y la sexualidad, los conservadores deberían ser mucho más críticos y permanecer vigilantes frente a ese nuevo modelo americano que se ha extendido más de lo deseable en Europa.

Racismo, ideología de género, absoluto desprecio por las raíces y la nación…, todo encaja: en el instituto más chic de Londres, la Pimlico Academy, se critican los curriculum demasiado “caucásicos” (Shakespeare y Byron son considerados racistas, así como Dante, entre otros) y también las banderas inglesas izadas en lo alto de los edificios. No son pocos los intelectuales y los militantes laboristas que han protestado porque el nuevo líder del Partido Laborista, Keir Starmer, da sus mitines y discursos con una gran Union Jack a sus espaldas: la bandera nacional es nacionalista. Para Nick Timothy en su artículo del 5 de abril en The Telegraph, las guerras culturales e identitarias iniciadas por la izquierda contra el pueblo inglés (aunque el mismo discurso se podría sostener respecto a Francia, Italia, etc.) conducen a la “perdida del norte moral” de la sociedad.

Por mucha repulsa que nos cause la actual izquierda, todos esperamos que esté dotada de sentido común y atienda a las necesidades de los ciudadanos. Porque, como hemos visto, en Francia se quiere evitar que los blancos hablen, en el Reino Unido querrían deshacerse de su bandera, en Italia se quiere imponer el ius soli[1] para abarrotar el país de inmigrantes ilegales y enviar a la cárcel a quienes critiquen la ideología de género o incluso “osen” piropear a una mujer.

© La Voce del Patriota

Traducción: Cecilia Herrero Camilleri

[1] ius soli es un criterio jurídico para determinar la nacionalidad de las personas. Se contrapone al ius sanguinis. En Italia el debate sobre adoptar el ius soli está abierto desde el año 2015 a raíz de una ley propuesta por el centro-izquierda. (N. d. T.)

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