Uno de los (múltiples) males de la modernidad –aparte de la cuota de autónomos–, es la gradual extinción de los que popularmente se conocen como bares ‘de viejos’. Ya saben, esos locales en los que el tiempo se detuvo décadas atrás, y cuyos parroquianos acostumbran a ser jubilados de avanzada edad, ataviados con boina o sombrero y bastón, como Dios manda.
Entrar hoy en uno de estos espacios anacrónicos es lo más parecido a una experiencia mindfulness. La propia decoración merece la misma contemplación que El triunfo de Baco: botellas de Ruavieja, Anís del Mono y Ballantines como telón de fondo; una hilera de tapas –de dudosa salubridad– en bandejas de acero inoxidable; el típico calendario que nadie cambia desde 1960; una máquina tragaperras acostumbrada a los improperios diarios; la bandera del equipo de fútbol local; mesas de madera contrachapada con sillas escolares que acentúan la lumbalgia; y ese suelo de baldosas que atrapa a todo aquel que osa transitar sobre ellas (y que en realidad responde a una ingeniosa estrategia para evitar los tradicionales ‘simpas’). En ocasiones, si el bar tiene pedigrí viejuno, una ristra de ajos completa el escenario.
Entre las actividades que podrían llevarse a cabo en estos locales, solo tres están permitidas: leer el periódico con un chato de vino; jugar a las cartas con un chato de vino; y charlar animosamente –en todos los sentidos– sobre política y otras cuestiones trascendentales con un chato de vino. De hecho, en los bares ‘de viejos’ –y a diferencia de la pestilencia de los bares ‘de reguetón’–, se han desarrollado tratados de paz para las guerras, se ha reestructurado el sistema político del país y se han formado debates entre virólogos. En definitiva, se ha arreglado el mundo.
En ocasiones, si el bar tiene pedigrí viejuno, una ristra de ajos completa el escenario
Todo ello, por supuesto, con un chato de vino en mano. De tal magnitud e intensidad son a veces dichas intervenciones, que yo misma he llegado a presenciar siestas sobre un taburete, desafiando la ley de Newton.
En resumen, entrar en un bar ‘de viejos’ es vivir en el presente. No verán un solo smartphone sobre las mesas, ni personas inmersas en sus portátiles con un té matcha y los AirPods conectados.
¿No son los bares ‘de viejos’ sino las últimas pinceladas de un lienzo que se derrite entre nuestras manos? ¿Cuántos quedarán en pie en cuestión de diez años? Sin duda, el combate del siglo no es el de Mohamed Ali y Joe Frazier, sino el del chato de vino contra el metaverso. Hagan sus apuestas.
No es de un bar como éste de lo que habla el anterior artículo. Pero Chen Xiangwei (más conocido como "el chino facha" de Usera, en la periferia de Madrid) es un personaje tan simpático, divertido y pintoresco que no nos resistimos a publicar uno de los múltiples videos que existen sobre su bar
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