Y estos garabatos colgados en la pared, ¿qué son? ¿Retratos suyos?

Mangarrianes, petimetres y fantoches

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La belleza debiera ser sinónimo de verdad y bondad a partes iguales. En su diálogo con Hipias, Platón tomó como básicas cinco definiciones de lo bello: lo conveniente, lo útil, lo que sirve a lo bueno, lo que da placer a la vista y oídos, y la grata utilidad. Cualidades inexistentes en estos aciagos días: trabas y piedras en el camino, inútiles, esbirros de la destrucción, grotescos y desapacibles, tanto entre los propios esbirros como para los demás. Toda sociedad, con sus élites en vanguardia, debería tener el deber y la obligación de defender lo bello y llevarlo a su máxima expresión. De hecho, cuentan con una guía en una hermosa monografía escrita por el director de este periódico (el ensayo El abismo democrático) que bien harían en leer.

Aunque la media española se encuentra en doce lecturas anuales – cualquiera se fía de las estadísticas en este país –, habríamos de preguntarnos qué leen tanto la gran mayoría como la inmensa minoría que nos ha conducido al abismo. Si consideramos que cada uno de les ninistres que forman gobierno ha leído, como poco, una docena de libros, multiplicado por veintitrés, nos daría la nada desdeñable cifra de doscientos setenta y seis títulos. Sin contar asesores ni demás parásitos que viven de lo ajeno. Ahora bien, en una hipotética utopía en que esas lecturas hubieran tenido lugar, ¿qué contendrían sus líneas si lo que de sus mentes a medio hornear sale no son más que chochorradas ecosostenibles? Iluso aquel que esperase algo en la psique de estos analfabetos funcionales.

Mejor ni pensarlo, ya que, sin duda, serían obras merecedoras de los primeros puestos de una nueva congregación del índice que no estaría de más ir pensando en elaborar. Como también debiéramos incluir, en una lista negra, los nombres de aquellos traidores a la patria que han dedicado su esfuerzo y el dinero de todos a dividirla y hundirla.

Ostracismo, en el mejor de los casos, a aquellos que han utilizado y, siguen haciéndolo, las instituciones con fines partidistas. Ojo, que, con mayo a la vuelta de la esquina, el señor ‘Antonio’ ya consumó su golpe de estado el pasado 11 de enero con la incorporación de la ley al servicio del poder, perpetrándose su tan ansiada tiranía. Despotismo político,  cultural e ideológico materializado en la enésima ley de educación y, por supuesto, en la  Ley de Memoria Autocrática, ya  que de democrática tiene entre cero y nada. Por supuesto, sin preocuparse por el contenido de las mismas y sólo siguiendo los preceptos que marcan los ODS y la Agenda 2030 “para un futuro mejor y más sostenible para todos”. Añado, y seremos pobres pero jodidamente felices.

Por no hablar de quienes rompieron lo más sagrado de todo el sistema liberal y que tantas víctimas costó a la historia: la igualdad ante la ley. Con sus políticas viogen de sólo si es sí, están inculcando entre la juventud una afirmación a su proyecto vital, camino en el que la negativa no ha lugar. Tampoco la autoridad, sobra decirlo. Niños mimados, arrogantes y ególatras al servicio de intereses carentes de sentido, espíritu o belleza.

Oscuridad, fealdad, caos, ruina, herrumbre y falta de identidad a la que han contribuido tanto los petimetres del PP como los fantoches del PSOE. Si es que hacen hasta buena pareje, tal es su parecido. La víctima, una sociedad de mangarrianes que han ido moldeando a su gusto en los últimos lustros. Una masa aborregada cuyo único fin es el materialismo instantáneo, la información, escueta y para antes de ayer, sea objetiva o no, lo mismo les da, que les da lo mismo, mientras no se les escapen los cuatro duros que necesitan para sus vicios corpóreos, ya que aquello de cultivar el ánima, deben pensar, forma parte de un pasado muy lejano. Cuán triste es ver cómo el romanticismo de Kennedy Toole en su Conjura de los necios se ha materializado – y de qué manera – en la podrida chusma del ejecutivo. Es hora de dar Vox a una nueva élite política que vele por los intereses ciudadanos, que propicie el cambio que esta nación merece y necesita. Una nueva plutocracia, no de cagalindes, sino de dirigentes osados y resueltos que, de la mano de una ciudadanía despierta y vigilante, finiquite el comunismo de vigilancia que estos mamertos llevan años metiéndonoslo por nuestras más que holgadas posaderas.

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