Esto sí es igualdad

Morir en el altar igualitario

Nada hay más injusto y desigual que, como decía Aristóteles, tratar como iguales a los desiguales.

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Hoy lo vemos todo el tiempo, periodistas que se creen con el derecho de exigirles a los políticos que respondan de cierta forma, que adhieran a la pauta demandada. Es decir, que el gobernante se someta a la autoridad del pensamiento grupal del bobo de turno. ¿Por qué lo haría? ¿Por qué tendría que responder a preguntas cargadas y dar respuestas a energúmenos que no le llegan a las rodillas?

El dialoguismo moderno dice que todo debe discutirse con cualquiera, y por ende disputarse, como si cualquier opinión o punto de partida fuera igual de válido. La pregunta es por qué creerlo.

Si tu hijo se cree en condiciones de cuestionar tu palabra en todo momento, entonces no es tu hijo, es un enemigo viviendo en tu hogar. Lo mismo es válido para tu mujer. Ustedes dos no son iguales, no cumplen los mismos roles, y deben tirar en la misma dirección. Si España quiere seguir siendo un país, ese dialoguismo moderno es el enorme ídolo que debe destruir; de lo contrario, sólo quedarán ruinas.

Muchos, por ejemplo, se preguntan por qué Vox no ganó. “¿Por qué, si tenemos razón?”. La respuesta es sencilla. ¿Por qué sería suficiente tener razón? ¿O el otro tiene que reconocer que tenemos razón para que nuestro argumento sea verdad? ¿Qué sucede? ¿Estamos faltos de validación personal?

El diálogo es importante, pero no funda la autoridad. Lo contrario es contractualismo barato, teorías hobbesianas de legitimidad. El diálogo entre dos que no son iguales es una condescendencia innecesaria; no hay por qué dar explicaciones cuando la autoridad es legítima.

Tu hijo debe obedecer, fin de la cuestión

Tu hijo debe obedecer, fin de la cuestión. El dialoguismo moderno es sólo basura igualitaria diseñada para generar discordia y robarnos autoridad, separarnos y confundirnos mientras los poderes consolidados nos devoran por doquier. Mi mensaje es sencillo: “Españoles, recuperen sus tierras”. Es hora de una nueva reconquista.

La autoridad implica obediencia, ya que los que están abajo no tienen por qué comprender, y si se creen en condición de poder demandar explicaciones es porque no están abajo, sino que se creen iguales o superiores. Tal es la premisa de la democracia y del racionalismo de la Ilustración: todos somos iguales. Pregunto: ¿hasta cuándo vamos a sufrir para sostener esta mentira insostenible? ¿Vamos a morir en el altar igualitario?

La verdadera soberanía empieza por dejar de estar gobernados por caprichos propios o ajenos, por purgarse uno mismo de la “subjetividad democrática” que exige diálogo y someternos a los términos del otro. No somos iguales, y ese debe ser el axioma que pauta nuestras relaciones de autoridad. No hay que darles ni cabida a los separatistas: no son quiénes para cuestionar. Fin. ¿No le gustamos a un gobernante extranjero? Que vaya a chupar limones.

Muchas veces las mejores armas serán las ideas y los argumentos, las imágenes, el arte, siendo mejor persuadir que forzar. Pero circunscribirse a las ideas para evitar conflictos es ser un cornudo que no tiene ni merece autoridad. Y es por este motivo por el que Vox es criticado desde todos los ángulos: por querer dialogar cuando existe un momento donde el diálogo se agota.

La paz está en volverse un guerrero ascético, sin malicia para con nadie, sin fanatismos codependientes ni tiránicos, pero sin jamás jactarse de la democracia o del pluralismo por sí mismos. No seguir esa pauta implica quejarse de “los liberales”, pero en el fondo equivale a ser un liberal. Ése es el potencial talón de Aquiles de Vox y de personas como Putin.

Si Putin, por ejemplo,  fuera verdaderamente ortodoxo, no se jactaría de que su país es un gran lugar para que los musulmanes vivan en él. ¿A quién le importa eso? Eso sólo lo diría quien no suelte la ilusión geopolítica de quedar bien frente a los musulmanes o a los globalistas. ¿Quién gobierna Rusia? ¿Los cristianos o los musulmanes? ¿Los cristianos o los globalistas?

 

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