Resilientes e ignorantes, pero felices

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Si el uso reglado de la propaganda en una dictadura está al orden del día y es enormemente criticado por las democracias, más peligro entraña su uso en un gobierno de las mismas, ya que su fin último es la despersonalización del individuo y su transformación en informe masa. Seres insensibles, sin crítica ni capacitación lógica. En los regímenes autoritarios, el terror actúa como herramienta al servicio del poder. En las soberanías mal llamadas populares y liberales, la doma, el sometimiento y la humillación se consiguen a través de una propaganda calculada que tiene por objeto manipular la psique humana. ¿Recuerdan al perro de Pavlov? En grados de estrés continuado, animales y personas transigen con mayor facilidad que en situaciones que podríamos considerar normales. En otras palabras, nos la están metiendo doblada, y sin anestesia, aprovechando una crisis tras otra –Covid, hiperinflación, guerra de Rusia– y pretendiendo hacernos partícipes de sus errores a la par que desvían la atención del individuo hacia situaciones que, aunque lejanas, entroncan rápidamente con nuestras mentes y corazoncitos. Claro está que no siempre puede uno tirar de lo que sucede allende la Madre Patria y es necesario que el cambio social sea endógeno. ¿Qué medio utilizar para ello? La herramienta más sencilla y poderosa para cambiar el mundo: la educación.

La enésima ley educativa formará –impondrá– a las futuras generaciones en el estilo y doctrina de quienes redactan y defienden otra de tantas locuras, la irracional LOMLOE, siglas de Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de la Educación –para ellos–,  pero que bien podría traducirse como Ley (Des)Organizada y Malhecha para Lerdos, Obtusos y Estultos –para quien, como el que esto escribe, vea el disparate de la misma–. El porqué de esta vesania está clara. Si educamos en libertad, las élites dejarán de tener el rebaño a su merced, se acabará su gran chollo de manipulación masiva, por lo que el camino fácil es una educación calculada, politizada y carente de cualquier pensamiento crítico. Titulados ignorantes, pero felices. Y sometidos a un grado tal de estrés –personal y profesional– que les impida salir del redil.

En líneas generales, la nueva ley aboga en la necesidad de propiciar el aprendizaje competencial, autónomo, significativo y reflexivo en todas la materias, integradas en ámbitos y sin olvidar la inculcación de sus valores a través de las mismas. Sólo se permiten dos repeticiones en secundaria y bachillerato, que se producirán única y exclusivamente con carácter extraordinario, ya que el alumno podrá promocionar y, por tanto, titular en la educación obligatoria con más de dos asignaturas suspensas si cuenta con el beneplácito de dos tercios de un profesorado cada día más apesebrado.

Dentro del disparate, la Historia sale muy mal parada. Uno –ignorante, qué duda cabe– pensaba que el estudio de la disciplina de Herodoto nos ayudaba, mediante el estudio del pasado, a comprender el presente para así poder construir un mejor futuro. Por supuesto, atendiendo a la multicausalidad de los procesos históricos mediante un estudio objetivo de todo tipo de fuentes, huyendo de la parcialidad y el sesgo históricos. Pues bien, leyendo el decreto que regula los contenidos de la nueva Historia, uno se da cuenta de lo erróneo en su concepción, ya que ésta tiene, como pilares básicos, la búsqueda del conocimiento y respeto del mundo que nos rodea, el ejercicio de la ciudadanía y, por supuesto, la orientación –enchiqueramiento– de nuestro comportamiento cívico. ¿Hacia dónde? ¡Vayan ustedes a saber! Una historia que basa su actuación en el presente para garantizar la sostenibilidad del planeta y de la humanidad en el futuro, que estudia la realidad tergiversada, manipulada y mangoneada por ppsoe. Un aprendizaje en el que el alumno puede asumir sus derechos (¿dónde quedan las responsabilidades?) y que haga hincapié en la valoración crítica de los hechos y acontecimientos pasados al tiempo que  elimina la filosofía como asignatura obligatoria y se da peso a otras como Formación del Espíritu Nacional. ¡Ay, que me he equivocado, ustedes perdonen!, que la denominación es otra: Educación en Valores Éticos y Cívicos. A su vez, define el  pensamiento histórico como el proceso en el que se crean narrativas sobre el pasado. Y uno pensando que la Historia se estudia, o al menos se intenta estudiar, tal como fue, y no debe ser creada. Por último, y para no alargar tremenda burrada, el mortero que une esta demasía es...¡la resiliencia! Concepto que, visto en el contexto del que hablamos,  es sinónimo de resistencia y oposición, pero no hacia la adversidad, sino contra el esfuerzo, mérito y trabajo para llegar a un único fin: el tan ansiado título del analfabetismo funcional, la necedad y la incompetencia.

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