Vivimos bajo una dictadura planetaria de la izquierda burguesa: puritana, fanática e hipócrita, llena de palabrería pseudorrevolucionaria y de actitudes tan vociferantes como inocuas.
Hay entre ambos campos —el político, por un lado, y el cultural o metapolítico, por otro— una complementariedad obvia. Pero una diferencia igual de obvia también.