Desde que en los años ochenta la influencia de San Foucault y compañía infectó las universidades americanas, los estragos de lo que el gran Harold Bloom denominó el mal francés no han dejado de corromper la mente de europeos y americanos.
La OTAN, la UE y los demás instrumentos del poder del dinero deben ser destruidos en la guerra –fría o caliente– que vendrá, como lo fuera Cartago por Roma.