Esta salmantina nacida en época prerrenacentista y fallecida casi a mediados del siglo decimosexto,de alcurnia hidalga venida a menos, tuvo una influencia capital en la que es considerada, por unanimidad, y no por una cadena pública distorsionada y desapasionadamente vulgar, una de las mujeres de más alta consideración de nuestra historia. Y nuestro pasado, inmaculado y lleno de brotes coléricos, es fortísimo.
Esta preceptora de la familia de la Católica , nuestra querida Isabel, fue apodada La Latina. Para nuestro beneficio como polímatas, no solamente conocía de sobra el latín, sino que también devoraba con entusiasmo la lengua helena. Y eso ayudó para que nuestra reina Isabel quedase prendada por su habilidad para el trato personal, su belleza y su sabiduría.
Ahora que las feministas se engalanan con espumosas y epilépticas formas, ésta sí lo fue. Y antes que Concepción Arenal. Y antes que Clara Campoamor. Tan exaltadas por las misándricas. Mucho antes, hasta casi cuatro centurias. Y antes que la Yoli (y utilizo el artículo determinado porque la nulidad de sus propuestas políticas me permiten juzgarla de igual modo).
Creían los padres de Beatriz que , como muchas niñas de su edad , habría de ser recluida en un convento, pero para paz y desarrollo de nuestra patria permitieron que ingresase no sólo como maestra de la reina e hijas, sino también como su consejera espiritual. Y vaya sí se lo agradeció la reina. Con un matrimonio con Francisco Ramírez y que su hermano formase parte del círculo del testamento de la venerada monarca.
Eso no era hembrismo. Era sentido común y sentido devocional hacia la cultura. Esa cultura amnistiada ahora por una sociedad plurilingüe, repleta de anglicismos y condecorada por letras vacías de reguetón.
Beatriz no era únicamente bella, sabia y trabajadora. Fue una madre (según los cronistas) llena de vitalidad, ternura y compromiso. Y no dejaba a sus retoños con los abuelos o se implicaba en la dictadura del techo de cristal o la discriminación positiva. Al contrario, todo lo hacía y hacía de todo. Madre, consejera, preceptora y mujer. Maravillosa. Esa Puella doctæ, una vez muerto su cónyuge, se dedicó a levantar una escuela y un convento en el barrio que le dio nombre: la Latina.
Eso sí que es igualdad. La prosperidad y el sacrificio para ayudar a gente que de verdad lo merece, lo necesita y es agradecida. No las personas subvencionadas que soflaman y se apropian de lo público. La señora Galindo ayudó, sirvió y creó ella sola situaciones para beneficio de los otros. ¿Es un oxímoron, dadas las actuales políticas “comunistas”?
Les dejo el beneficio de la gran duda. Piensen, luego somos.