«Estableceremos —escribía Jen Monnet, uno de los fundadores de la actual UE— una Europa federal que esté liberada del peso de los siglos y de las imposiciones de la geografía, y que no efectúe ninguna referencia las realidades nacionales.»
Olvidemos el engaño igualitario y su aplanamiento por abajo. Reivindiquemos con todo vigor al pueblo —pero también a las élites. Pronunciemos sin sonrojo la palabra maldita: elitismo.
La nación húngara está siguiendo un rumbo que, desde el año 2010, la ha llevado a apartarse decididamente de la senda liberal. En todos los planos. No sólo en el económico: también en el cultural, también en el espiritual, también en el político.
Entonces la sorpresa se mudó en estupor. Fue como un mazazo. Acababan de enterarse de algo que constituía para ellos la ofensa última, la más dolorosa: la indiferencia de España.
Desde la lógica del liberalismo el discurso separatista es irrebatible
¡Ni siquiera se dan cuenta, pero están dando la razón a sus propios enemigos!… Desde la lógica del individualismo liberal y pragmático, el discurso secesionista es irrebatible.
¡Qué emoción, qué júbilo, aquel 9 de noviembre de 1989! ¡Cómo llorábamos de gozo viendo a los pueblos de Europa derribar las estatuas de Lenin, pisotear la bandera roja del oprobio! Sea lo que sea lo que ha venido después en el conjunto del mundo, era imperativo acabar con aquel horror.