Fernando del Pino Calvo Sotelo
Para entender la enorme importancia de las próximas elecciones presidenciales estadounidenses, es útil hacer algo que puede parecer extraño, es decir, releer con atención el extraordinario discurso de despedida del presidente Eisenhower pronunciado desde la Oficina Oval el 17 de enero de 1961, tres días antes de abandonar la Casa Blanca con evidente alivio.
Elegido en 1952 y reelegido en 1956 por abrumadoras mayorías, Eisenhower fue uno de los presidentes más honestos y capaces del siglo XX. Su experiencia como prestigioso militar y comandante en jefe de los ejércitos aliados en Europa en la Segunda Guerra Mundial le llevó a aborrecer el horror de la guerra, rehuyendo guerras innecesarias (como la actual guerra de Ucrania) y evitando el enfrentamiento con la Unión Soviética mediante una mezcla de diplomacia firme y demostración de fuerza ( si vis pacem, para bellum ). Era, además, una persona de profundas convicciones cristianas, algo natural cuando en aquella época el 90% de los estadounidenses creían en la divinidad de Cristo [1] .
El discurso de despedida de Eisenhower es el más famoso de la historia de Estados Unidos y tiene un carácter casi profético que ayuda a entender lo que ocurre hoy, pese a que las circunstancias han cambiado considerablemente. En efecto, en 1960 Estados Unidos tenía una hegemonía económica aplastante (su PIB representaba el 40% del PIB mundial frente al 25% actual) y un enorme poder militar que podía proyectar en cualquier lugar del mundo: su Armada contaba con 24 portaaviones y 223 destructores frente a los 11 y 62 actuales, respectivamente [2] . Además, gracias en gran parte a su religiosidad cristiana (aspecto que tiende a olvidarse), EE.UU. también gozaba de una salud social envidiable, con unas tasas de divorcio, de nacimientos fuera del matrimonio y de abortos órdenes de magnitud inferiores a las actuales y una tasa de criminalidad tan baja que se triplicaría en los próximos 30 años. Las parejas casadas estables con hijos representaban el 44% del total de hogares (en comparación con el 18% actual [3] ) y era el vigésimo país con mayor esperanza de vida (hoy ocupa el puesto 40) [4] .
Pues bien, aquella fría noche del 17 de enero de 1961, Eisenhower quiso transmitir a sus conciudadanos un mensaje al que el presidente saliente concedía gran importancia, no en vano había empezado meses antes a trabajar en los más de veinte borradores que redactaría. No se trataba de un discurso autocomplaciente, sino de un testamento político de una profundidad inusitada. Sin embargo, no necesitó más de 15 minutos, como manda la tradición (frente a los 50 minutos de autobombo del narcisista Obama).
El papel de Estados Unidos en el mundo
El primer mensaje de Eisenhower se refería al papel que Estados Unidos debía desempeñar en el mundo en el futuro y, sobre todo, a su misión moral. Así, quería advertir a sus conciudadanos de que el prestigio y el liderazgo de Estados Unidos dependían “no sólo de nuestro progreso material, riqueza y fuerza militar sin parangón, sino de cómo utilicemos nuestro poder en beneficio de la paz mundial y el mejoramiento humano”, advirtiendo que “cualquier fracaso atribuible a la arrogancia” infligiría graves daños a Estados Unidos dentro del país y en el extranjero. Por el contrario, el presidente norteamericano habló de cómo este mundo “nuestro”, compartido por todos, “debe evitar convertirse en una comunidad de miedo y odio espantosos, y ser, en cambio, una confederación orgullosa de confianza y respeto mutuos, una confederación de iguales en la que los más débiles deben acudir a la mesa de negociaciones con la misma confianza que nosotros [los EE.UU.]” [5] .
Hoy sabemos que esta advertencia y este deseo cayeron en saco roto, pues el Anillo del Poder corrompe a los gobiernos y a los pueblos tanto como al individuo que lo porta. Así, tras su indudable victoria en la Guerra Fría, Estados Unidos nunca buscó crear una confederación de iguales basada en el respeto mutuo y el liderazgo moral, sino que aprovechó su hegemonía para imponer, mediante la intimidación de su fuerza militar y el poder del dólar, un sistema internacional asimétrico, miope en la defensa de los intereses económicos de corto plazo de Estados Unidos e injusto en la aplicación de un principio único: “gobierna para ti, no para mí”. Resulta sorprendente para quienes vivimos con inefable alegría la ansiada caída del comunismo soviético darnos cuenta de que la ausencia de un contrapoder, lejos de contribuir a la paz mundial, envolvería la política exterior norteamericana en un manto de arrogancia y transformaría al Departamento de Estado en una fábrica de conflictos que aseguraría un estado de guerra permanente.
Eisenhower, por cierto, dejó claro que la Guerra Fría no era un enfrentamiento contra un país (la Unión Soviética o Rusia), sino contra una ideología “hostil”, “global en su alcance, atea en su carácter, despiadada en su propósito e insidiosa [es decir, maliciosa con apariencia inofensiva] en su método [6] ”, una de las mejores definiciones del comunismo jamás hechas. Conviene rescatar esta distinción hoy con la guerra de Ucrania, ya que la propaganda occidental ha tratado de hacer creer a la población que estábamos ante una nueva agresión “soviética” nostálgica del imperio, un engaño absurdo para cualquiera que se detenga a pensar un minuto (una minoría), pero eficaz en la psiquis inercial de quienes vivimos la Guerra Fría desde el lado libre del Muro.
La amenaza desde dentro de EE. UU.
Sin embargo, la preocupación última de Eisenhower tenía que ver con el creciente poder que el complejo militar-industrial estaba alcanzando dentro de los propios Estados Unidos, algo que, como militar de gran experiencia, era capaz de vislumbrar con más claridad que la mayoría de los observadores de su tiempo. De ahí su famosa advertencia, escrita con la precisión de un cirujano. Por favor, léanla despacio: “Debemos cuidarnos de la adquisición de influencia injustificada, ya sea buscada o no, por parte del complejo militar-industrial. El potencial para el desastroso ascenso de un poder mal ubicado existe y persistirá. Nunca debemos permitir que el peso de esta combinación ponga en peligro nuestras libertades o procesos democráticos, y no debemos dar nada por sentado” [7] .
Así, concluye Eisenhower, la única defensa contra un poder tan incipiente, “esa conjunción de un inmenso establecimiento militar y una gran industria armamentística que es nueva en la experiencia estadounidense”, es una “ciudadanía alerta y conocedora [8] ”.
Hoy sabemos que esta grave advertencia también cayó en saco roto, pues la ciudadanía no está alerta ni informada y quienes alertan sobre la realidad son condenados al ostracismo por defender “teorías conspirativas”, esa difamación eficaz generalmente destinada a ocultar la verdad. De hecho, quizá el mayor obstáculo que enfrenta la población para comprender el estado actual de cosas no es sólo su desconocimiento de los hechos, promovido por la corrupción moral de los grandes medios de comunicación, sino sobre todo la imposibilidad de creer en la existencia del mal absoluto, algo que los adictos al poder explotan continuamente.
El complejo militar-industrial estadounidense o Deep State , que incluye a la industria de defensa, el Pentágono, las agencias de inteligencia y el Departamento de Estado, es hoy más poderoso que nunca. A todos ellos los une el mismo afán de poder y dinero, y todos dependen de un estado de guerra perpetua facilitado por los belicistas del Departamento de Estado. En EE. UU. esta situación de guerra perpetua (o sucesión continua de conflictos) se sostiene con el argumento de la defensa de los “intereses nacionales” y bajo la coartada hipócrita de los “valores occidentales”, que curiosamente nunca incluyen el bien ni la verdad, sino que se limitan exclusivamente a una supuesta democracia diosa y sucedánea de la libertad, la misma libertad que esta “democracia” nos viene robando subrepticiamente desde hace décadas.
Por otra parte, Eisenhower también alertó a sus ciudadanos sobre la posibilidad de que los científicos se vean corrompidos por la monopolización del dinero público en la financiación de proyectos científicos. En este sentido, alertó del “peligro igual de que la política pública pueda convertirse ella misma en cautiva de una élite científico-tecnológica [9] ”. La persistente estafa del cambio climático y la dictadura sanitaria impuesta bajo la coartada de la covid son claros ejemplos del carácter visionario del expresidente.
Por último, Eisenhower advirtió a sus conciudadanos sobre la necesidad de «evitar el impulso de vivir sólo para hoy, saqueando, para nuestra propia facilidad y conveniencia, los preciosos recursos del mañana» e hipotecando «los bienes materiales de nuestros nietos». Esta advertencia también cayó en saco roto: en 1960, EEUU no tenía déficit, y su deuda pública era inferior al 60% del PIB. Hoy tiene un déficit (creciente) del 6% del PIB y una deuda pública de más del 120%, cifras que reflejan el precio de la descarada compra de votos que implica el sufragio universal y su consecuencia natural, ese fraude llamado pomposamente Estado del Bienestar, en el que siempre hay más promesas que dinero.
Las elecciones de 2024
Y ahora se preguntarán ustedes: ¿qué relevancia tiene un discurso pronunciado hace más de 60 años para entender las elecciones estadounidenses que se celebrarán dentro de un par de semanas? La respuesta es: todo. De hecho, en las próximas elecciones la cuestión básica es si EE. UU. limitará o no el poder incontrolado del Estado Profundo y sus consecuencias directas, como el impresionante deterioro de la libertad personal y, en particular, de la libertad de expresión (su némesis), y la existencia de un estado de guerra permanente que impide un orden internacional más equilibrado y justo, compatible con un mundo multipolar que mantenga contrapoderes y evite la mera sustitución de una potencia hegemónica (EE. UU.) por otra (China).
En nuestro próximo artículo haremos una previsión obligada del resultado de estas elecciones y exploraremos hasta qué punto representan una confrontación entre dos conceptos de democracia. Uno se basa en la libertad de expresión y en la limitación del poder del complejo militar-industrial y de la élite científico-tecnológica sobre cuya amenaza nos advirtió el presidente Eisenhower. El otro defiende una mezcla de plutocracia y oligarquía de una élite mesiánica que esconde, tras unos ideales cínicos, una enorme arrogancia y una voluntad desnuda de poder absoluto.
[1] INTRODUCTION (eisenhowerlibrary.gov)
[2] US Ship Force Levels (navy.mil)
[3] How have American households changed over time? (usafacts.org)
[4] Living Longer: Historical and Projected Life Expectancy in the United States, 1960 to 2060 (census.gov)
[5] President Dwight D. Eisenhower’s Farewell Address (1961) | National Archives
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Ibid.
[9] Ibid.