Asomarse hoy a los diarios de centro derecha, digitales incluidos, es descorazonador. Más allá de los artículos sobre lo bien que funciona nuestro material de guerra; de las exageraciones cortesanas; de la inútil obsesión con Sánchez, algo que refuerza al personaje gracias a esa polarización de la que sólo tienen la culpa los demás —nunca la derechita Norit— y escamotea a los españoles el auténtico debate, que es del Régimen que le permite hacer de su capa un sayo; más allá de la posición acrítica, o directamente sumisa, con respecto de quienes nos gobiernan desde el extranjero, más allá de todo ello, ya digo, también hay una serie de opinólogos que rematan el esperpento.
Los pensadores y plumillas más respetados dentro del área centrista han hecho campaña por Emmanuel Macron contra lo que llaman el «lepenchonismo» (asimilando a Le Pen con Mélenchon, líder del partido de izquierda La Francia Insumisa) o la derecha «dinosáurica» de Agrupación Nacional (RN). Alguno llega más lejos y trata a Macron de «último moderado», lo que es francamente llamativo. Abel Bonnard, ministro durante el régimen de Vichy, describía la moderación como una especie de fascinación por la derrota, como un altavoz anunciador de grandes principios a los que se extirpa la fuerza o la virtud necesaria que los acompaña y los anima. Esto nos suena porque lo padecemos a diario, pero, en realidad, poco tiene que ver con el terminator oligárquico creado en la era Sarkozy que hoy funge de Presidente de la República francesa.
Macron es otro narcisista de la política europea representante de ese liberalismo disolvente —pleonasmo— que se traviste en política para adultos. Tras legislatura y media, el Hexágono es un sindiós cuyo único responsable es el inquilino del Elíseo. Nuestros intelectuales orgánicos y columnistas del consenso que, como el Presidente de la República, utilizan el trampantojo de los «extremos» y la «moderación», pretenden hacer de ello el único problema al que se enfrentan nuestros vecinos. Sin embargo, a los franceses les toca librarse del proyecto fracasado de un vendehúmos cuya última hazaña ha tenido por objeto la readquisición de la compañía Arabelle —división nuclear de Alstom— a la norteamericana General Electric por más del doble del monto por el que fue vendida en 2015. Dicha operación fue autorizada por el propio Macron como ministro de Finanzas de Hollande (con la oposición de Arnaud Montebourg, a la sazón, ministro de Renovación Industrial en la época).
Uno de nuestros pensadores 3 en 1 —filósofo, plumilla y tertuliano— nos contaba hace un par de años que era «un espectáculo» oír hablar al Presidente de la República de economía. También debe ser un espectáculo oír hablar a Alfonso Guerra de termodinámica.
Por lo demás, es curioso que se amalgame interesadamente el RN al Nuevo Frente Popular, entre otras cosas porque en caso de un posible triunfo de la derecha lepenista, Mélenchon aconsejaría, de cara a la segunda vuelta, votar al grupo de Macron como antídoto contra el «fascismo». El programa del partido que reúne a las izquierdas es un auténtico dislate basado en el odio de clases; un compendio de lo peor de la izquierda, clásica y posmoderna.
El RN, al que las encuestas dan la victoria en las elecciones legislativas que se celebran hoy en Francia con un 37% de los votos, no es aquel de 2017, mítico, donde reinaban Marine Le Pen y Florian Philippot. Tampoco podemos seguir comparándolo con el FN de Jean-Marie que llegó a la segunda vuelta en las presidenciales en 2002. Agrupación Nacional se ha transformado en un tipo de derecha «melonizable», si se me permite la expresión, que vamos a seguir viendo en Europa, bajo unas siglas u otras, en los años venideros mientras persistan las causas que la justifican. Los franceses dan hoy el primer paso para «deshacerse» de un personaje —al que empiezan a abandonar hasta en su círculo más íntimo— cuyo peligro se atisbó en las elecciones presidenciales, dignas de una república bananera, de 2017 y que en este tiempo no ha hecho más que degenerar.
Si bien 2014 fue el año cero de un descontento popular que cristalizó en el Brexit y la victoria de Donald Trump, en 2024 puede que vuelva a haber carambola a ambos lados del Atlántico (siempre que la guerra «permita» que USA siga su curso democrático). Conjunción planetaria lo llamarían algunos.
Fuente original: La Gaceta
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