Debo reconocerlo. Hace cosa de quince años alguien me propuso publicar un libro de Pablo Victoria, autor colombiano afincado desde hace años entre nosotros. Su título: El día que España derrotó a Inglaterra. Con un subtítulo: De cómo Blas de Lezo, tuerto, manco y cojo, venció en Cartagena de Indias a la otra “Armada Invencible”. Vería la luz en Ediciones Áltera, la editorial que había fundado y estuve dirigiendo hasta sustituirla por el actual sello de Ediciones Insólitas.
Pero no es esto lo que importa. Lo que importa y debo reconocer es otra cosa. Cuando se me propuso dicha edición, me vi obligado a preguntar: “¿Blas de Lezo?... ¿Quién es?”. Nunca había oído su nombre. Como casi nadie, en la España de entonces, había oído hablar, para vergüenza de todos, de ese almirante de lisiado cuerpo y poderosa alma que obtuvo una de las más grandes victorias que vieran los siglos, como dijera de aquella otra victoria aquel otro héroe.
Las cosas han cambiado desde hace 15 años en España. ¡Vaya si han cambiado!
Las cosas, desde entonces, han cambiado. ¡Vaya si han cambiado! Ya tiene Blas de Lezo su estatua en la madrileña plaza de Colón, situada bajo la inmensa bandera que la preside. Cantidad de otros libros se han ido publicando a lo largo de estos años. Entre ellos, la primera novela histórica sobre el héroe que impidió que la América hispana cayera bajo dominio inglés: Almirante en tierra firme, de José Vicente Pascual, que también vio la luz en Áltera.
Las cosas han cambio hasta el punto de que Santiago Abascal no tuvo que dar ninguna precisión cuando, el otro día, les hizo una sugerencia a los izquierdosos cineastas de un país que les paga casi tanto como ellos lo desprecian. ¡Dejen de vilipendiar a España y hagan una película sobre un héroe como Blas de Lezo!, les sugirió el líder de VOX.
“¿Un héroe? ¡Qué asco! ¿Y español? ¡Peor aún!”, debió de exclamar ese tal Borja Cobeaga antes de soltar su exabrupto: “No vamos a hacer una película sobre Blas de Lezo porque no nos da la puta gana”.
Las mismas putas ganas que tiene el público español de acudir a una salas de cine cada vez más vacías.
Las mismas putas ganas que tiene el público español de acudir a unas salas de cine cada vez más vacías ante los bodrios de unas películas que bañan en la ideología de género y rezuman todas las naderías del nihilismo contemporáneo. Las naderías y lugares comunes en cuyos estercoleros llevan décadas hozando la gran mayoría de nuestros creadores e intelectuales. Impunemente. Incluso con aplauso, hasta hace poco.
Pero los tiempos, ¡ay!, han cambiado una barbaridad. Por ello, cuando la España viva esté, ya pronto, muy cerca del poder, se podrá contemplar con pasmo —no os quepa la menor duda— un extraño espectáculo: los mismos que el sábado impedían que sus dirigentes pisaran la roja alfombra (nunca mejor dicho), la desplegarán, presurosos y chaqueteros, bajo sus pies. Lamentablemente para sus asuntos y negocios, será demasiado tarde.
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