¡Benditas, las mujeres!
Benditas aquellas que, sumidas en la ventisca de una sociedad engañosa que tergiversa el buen ver de la naturaleza misma, deciden asumir su esencia mater.
Benditas aquellas que, frente al empoderamiento de lo soez, grotesco y desbocado, cuidan su rectitud. Pues no hay nada más poderoso que la feminidad misma, sobrante de todo lo que contra ella atente. Superior a cualquier entretela oscura.
Benditas aquellas mujeres que niegan con rotundidad abrupta cualquier tipo de oportunismo reivindicativo que traiga consigo una pesadumbre aletargada, ventajista e insultante hacia ellas mismas. Aquellas que, lejos de ser representadas por una minoría llamada “feminista”, se sienten —nos sentimos— mujeres. Cautivadas por el gusto hacia lo bello, lo maternal y lo genuino, unidas al ideal de las buenas maneras y antiguas costumbres. Mujeres a las que les gusta ser femeninas y cuya dulzura innata no exime de un regio carácter, fortaleza y valentía ante la vida en cualquier ámbito. Llamadas a ser esposas, madres y estirpe en nuestra más sacra genealogía. Evitar esto es negarse a la fuerza que nos pertenece, al reconocimiento que ello alcanza.
Un reconocimiento que, desde el ruido político-social y mediático de quienes dicen representarnos, no hace sino entorpecernos. Es injusto que las mismas que nos devalúen sean las propias mujeres. ¿De qué desigualdad hablan quienes para sublevar su cobardía, criminalizan al hombre? ¿Es que acaso valemos más obrando de tal modo? Creo, honestamente, que esto nos deja en un lugar en el subsuelo de la mediocridad misma. Lo digo y lo reiteraré cuantas veces haga falta: el hombre no es nuestro enemigo. Ése es el mensaje que pretenden inyectarnos, fruto de una histórica e incesante intencionalidad “con la que España ha venido a menos”, como decía José Antonio Primo de Rivera cuando hablaba de esa triple división. Y a partir de la tercera —la división de clases— llega la cuarta: la división por el sexo. Al amparo del “patriarcado”, su fábula “ejemplarizante”. Que, si bien pone sobre el escenario una serie de personajes cuanto menos esperpénticos, carece de toda enseñanza. ¿De qué “dominio opresor” hablan cuando sentencian que “todos los hombres son violadores o todas las mujeres han sido alguna vez en su vida violadas”? Oigan, señoras ministras, ustedes, como portavoces (que no “portavozas”) de ese feminismo de calle, y por ello, responsables de tales afirmaciones, tienen un concepto de “violación” muy peligroso, muy frívolo y banalizado. Flaco favor les hace a aquellas mujeres que verdaderamente hayan sido víctimas de semejante atrocidad.
¿Pero qué favor va a hacer a la mujer un ministerio que permite que a esos actores se les libere de la justicia? El mismo que para pretender empoderarse frente a un utópico sistema patriarcal, desde la perspectiva de género, promueve leyes que destruyen la familia. Desestabilizan el aprendizaje temprano y objetivo de los más pequeños hasta los más mayores en el ámbito educativo, el entendimiento armónico entre empresa y trabajador en el ámbito laboral, la veracidad del hombre ante una denuncia falsa en el ámbito jurídico, la supervivencia, en definitiva, del bien. Y todo ello a través de medidas de sensibilización e intervención, como ellos llaman, dotando a los poderes públicos de los instrumentos necesarios para ejecutar su populismo de intereses. Tras de sí, perversos fines bajo el sobrenombre de la buena ética. “Ministerio de Igualdad”. El telón se cae. No hay tela que sujete la función política de unos y el silencio que otorgan los otros.
Mientras tanto, la sociedad, incesante de espectáculos que aplaude y paga con sus impuestos, se da de bruces con la naturaleza de las cosas. La cual, “vengada de sus preceptos”, sigue siendo compasiva con los mortales. Y retornando a lo divino, a aquello, a partir de lo cual se fragua lo que en estas líneas defiendo, se antepone a lo burdo. Benditas las mujeres que disienten y defienden con voz nítida su feminidad. Benditas las mujeres que junto a los hombres, con quienes formamos congénita armonía, desbaratamos toda debilidad. Hombres, esposos, padres, es justo que a vosotros también dirija mis alabanzas, pues siempre seréis luz en el corazón de toda mujer que amándoos, honra su feminidad.
Dios con nosotros.