¿Fue inevitable la ruptura antropológica de 1960-1975 que usted describe en La Fin d'un monde [El fin de un mundo] y en Décadanse [Decadanza]? ¿Fue la consecuencia del hundimiento de una sociedad y de un sistema moral, o fue el resultado de factores externos?
Ante todo, es el producto de la revolución consumista. La transformación del individuo en homo œconomicus, o más bien homo consumerus, y de la sociedad en un mercado, fueron la raíz del cambio de comportamiento y actitudes que se produjo en aquella época. Al promover una economía de objetos que envejecen rápidamente, con una obsolescencia casi instantánea, y al acortar el camino de la tienda a la papelera mediante la rotación de las mercancías y su degradación en residuos, el consumismo ha descalificado la duración y exaltado lo efímero. La cultura de la innovación está instaurando el reino de la inmediatez, el tiempo de la elección permanente y la libre elección. El consumidor, que sólo aspira al beneficio, es a la vez el "yo" que consume y la cosa consumida, al mismo tiempo máquina de consumo y producto consumible. En cualquier caso, algo reducible a menos que su persona.
Entonces, ¿la revolución consumista no sólo ha producido mercancías, sino que también hs creado una nueva humanidad?
Exactamente. El hedonismo de masas que sustenta el consumismo ha llevado a cabo un auténtico genocidio de las culturas populares, en particular aniquilando todos los valores que llevaban a la gente a seguir una concepción religiosa o moralista de la vida. Pasolini describió perfectamente este proceso. La sociedad preconsumista producía "hombres fuertes y castos" guiados por comportamientos no mercantiles: honor, confianza, ayuda mutua, virilidad y dignidad. Para funcionar, la sociedad consumista necesita hombres débiles y lujuriosos,
Esos "autómatas feos y estúpidos, adoradores de fetiches"
esos "autómatas feos y estúpidos, adoradores de fetiches" obtenidos mediante la reproducción mimética de la nueva clase dominante. Allí donde el fascismo y el comunismo habían fracasado históricamente, el totalitarismo consumista se ha impuesto sustituyendo al homo faber por el hombre fabricado. Ya no se trata de una regimentación superficial, sino de una regimentación que roba y cambia las almas, las formas de vivir y de pensar, y difunde nuevos modelos culturales. El hombre nuevo es aquel para el que la naturaleza humana ya no es la instancia que, en últimas, se opone a la modernidad. Ya lo dijo Hannah Arendt cuando previó la posibilidad de una "tiranía sin tirano", una nueva forma de dominación con rostro humano en la que el poder se ejercería de forma anónima e indolora, disolviendo los lazos sociales para crear un mundo artificial de individuos aislados.
Leyendo lo que nos cuenta, descubrimos que la liquidación del viejo mundo se ha logrado mediante una verdadera empresa de ingeniería social que emana tanto de la política pública como de los grandes grupos privados...
El poder material de la tecnología es una fuerza motriz en la historia al menos tan importante como las ideologías. No hubo guerras religiosas sin la invención de la imprenta, ni ofensiva cultural victoriosa de la revolución hedonista sin la aparición de la televisión como cuna del nuevo mundo, sus normas y sus modelos. Los baby boomers urbanos que tomaron las calles en mayo de 1968 eran ante todo "hijos de la televisión", nutridos por ella, si no educados por ella en una adolescencia privilegiada. En el espacio de unos pocos años, la televisión arruinó las relaciones familiares, vació los pubs y las iglesias y compitió con los antiguos círculos sociales de los pueblos. Aquí estamos, desvinculados de los lazos de nuestros antepasados, liberados de todas
Esas opresiones que solían llamarse Dios, familia y patria
esas opresiones que solían llamarse Dios, familia y patria. La luz azul de la televisión sustituye a la luz roja del tabernáculo. Las telenovelas, los magazines y los programas de variedades se inmiscuyen insidiosamente en la intimidad de las conciencias, con el objetivo apenas velado de captar las partes disponibles del imaginario colectivo, remodelar las mentalidades y reconfigurar los comportamientos. Nunca antes se había logrado la sumisión a un magisterio, el de lo "visto en televisión", con tan poca resistencia y en tan poco tiempo. Nunca antes en la historia ningún Estado, ninguna institución ni ninguna Iglesia ha tenido a su disposición una herramienta tan poderosa al servicio de un proyecto de reeducación popular. Nunca antes la clase dominante había llevado a cabo un ejercicio de condicionamiento global tan masivo.
¿Con efectos retardados?
No. Con efectos inmediatos. Asistimos rápidamente a la desaparición de ciertos tipos humanos, de cierta calidad humana, por utilizar la expresión de Montherlant, que era el producto de la cultura popular modelada esencialmente por el mundo rural. En este sentido, hay un abismo entre 1958 y 1968, entre el regreso de De Gaulle al poder y su (casi) partida: es sorprendente ver en las películas de los años 1958-1960 que la ropa, las formas de ser, los interiores domésticos y los coches se parecen infinitamente más a lo que eran veinte años antes (1938) que a lo que serán diez años después (1968).
¿No desempeñó la publicidad el mismo papel, aunque en menor medida?
Absolutamente. El sistema publicitario es el otro antropofactor de los tiempos modernos, mediante la construcción del comportamiento de compra y el control del "tiempo cerebral disponible". También utiliza toda una retórica destinada a provocar compras reflejas mediante la desestructuración de las categorías mentales para eludir los principios de la lógica con fines manipuladores. También aquí se ha puesto en marcha una vasta empresa pavloviana de condicionamiento, tanto en su funcionamiento como en su finalidad. Ya se trate de la reducción de todas las alegrías humanas a placeres consumibles, o ya se trate del mandato de consumir, es decir, de existir únicamente a través del acto de comprar.
Una de las tesis de su libro es desmitificar la revolución sexual de los años 70...
El golpe maestro de la revolución sexual fue haber conseguido identificar, en la mente de la mayoría, sexo y libertad, consumo sexual y liquidación de viejas opresiones, haber hecho del sexo, adornado con el prestigio de la revolución, el acto subversivo por excelencia que abría el camino a la libertad.
En realidad, la pseudoliberación del sexo se reveló muy pronto como el lugar por excelencia de una nueva alienación y de un nuevo conformismo. El mandato de disfrutar "sin pausa y sin trabas" pronunciado en los muros de Mayo del 68 no era en realidad más que una intimación a pagar. La revolución sexual sólo fue una liberación en el sentido liberal de la palabra, es decir, una aparente desregulación que en realidad condujo a un nuevo sistema hipernormativo de la sexualidad y a una tarificación general de los placeres que convirtió el sexo en un mercado y los cuerpos en una mercancía.
En su opinión, la pornografía forma parte de este sistema de control social...
Cuando el presidente Giscard d’Estaing levantó la censura sobre las películas pornográficas, obviamente estaba haciendo un cálculo político. "Mientras se hacen una paja, nos dejan en paz", dijo su ministro Michel Poniatowski. El consumo pasivo y masivo de imágenes obscenas, lejos de contribuir a la liberación prometida, se promovió como el nuevo sedante para las clases trabajadoras en una estricta división de bienes: el erotismo para la élite, la pornografía para el pueblo. Mediante una diversión no prevista por Wilhelm Reich, el atontamiento a través del sexo fue, en cierto modo, la última artimaña del capitalismo para alienar la conciencia de la clase obrera, desviar al proletariado de las luchas revolucionarias y alejar el fantasma de un retorno del Mayo del 68, que aterrorizaba a la burguesía. Solzhenitsyn fue uno de los primeros en comprenderlo cuando escribió: "Es más fácil esclavizar a la gente con pornografía que con torres de vigilancia". Básicamente, el hipersexualismo de los años 70 dio paso a una nueva forma de vigilar la sociedad.
Ya Hannah Arendt previó la posibilidad de "una tiranía sin tirano"
La religión había cumplido esta función durante mucho tiempo, pero también era una fuente de sentido y de interioridad. La cuestión no es tanto si, como decía Marx, la religión es el opio del pueblo, sino más bien qué calidad de opio queremos ofrecer al pueblo.
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