Nos acabamos de enterar de que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (más conocido como AMLO), acaba de honrarte —así sea denigrándote— al referirse a ti y a tu libro Madre Patria (pero ni se atrevió a nombraros) en el curso de un gran paripé que montaron en la capital mexicana este 13 de agosto para conmemorar el 500.º aniversario de la liberación (para ellos, caída) de Tenochtitlán en tal fecha del año de gracia 1521.
Por si alguien aún no lo supiera, recordemos que el presidente mexicano —cuyo aspecto inequívocamente europeo denota que por sus venas no corre ni una gota de sangre indígena— es quien ha tenido la desfachatez de exigir en repetidas ocasiones que España pida perdón por el Descubrimiento y Civilización de América.
Aparte de agradecerle una referencia que va a impulsar aún más si cabe el éxito de tu libro, ¿qué se te ocurre decirle al señor presidente?
Si pudiese tener la oportunidad de celebrar un debate cara a cara con el señor presidente de México, don Andrés Manuel López Obrador, le leería estas palabras de Eva Perón: “La leyenda negra [de la cual usted es hoy un portaestandarte] con la que la Reforma se ingenió en denigrar la empresa más grande y más noble que conocen los siglos, como fueron el descubrimiento y la conquista, sólo tuvo validez en el mercado de los tontos o de los interesados.” ¿Se atrevería el presidente de México a llamar a Eva Perón promonárquica y a sostener que la mujer antimperialista más importante de la historia de América es la expresión de un pensamiento colonialista, como sostuvo refiriéndose a mi persona en su discurso del 13 de agosto? Pero vayamos al fondo de la cuestión. Lo esencial es que como los magos —y el presidente de México no es uno de los buenos—, trata, con sus gestos y palabras, de ocultar la verdad. La supuesta valentía del presidente de México al denunciar la conquista española de América es una cortina de humo para encubrir su cobardía frente a los Estados Unidos. Porque él, como ningún presidente negrolegendario de México, se ha atrevido a denunciar —ni siquiera en voz baja— que una de las causas principales del subdesarrollo que sufren los mexicanos tiene su origen en el robo, por parte de los Estados Unidos, del 60 por ciento del territorio que México heredó de España cuando se independizó. No supieron ni siquiera conservar la herencia recibida, y eso que en 1810 México era mucho más poderoso y rico que los Estados Unidos, hasta el punto de que, al dólar, los estadounidenses lo respaldaban contra el peso del Banco de México. Mi abuela diría: pobrecito AMLO, tan valiente frente al rey de España y tan cobarde ante el presidente de Estados Unidos.
Sería bueno, para demostrar que la frase de mi abuelita es una afirmación completamente infundada, que el presidente López Obrador, el próximo 2 de febrero, en que se cumple un nuevo aniversario del ignominioso tratado de Guadalupe Hidalgo —por el cual, después de haber sido derrotado militarmente, México se vio obligado a entregar a Estados Unidos 2.378.539 kilómetros cuadrados de su territorio—, realice un gran acto como el que organizó para el 13 de agosto. Que para realzarlo, invite al presidente de los Estados Unidos Joseph Biden y en un gran discurso, cuando estén cara a cara, le exija a Biden que pida perdón al pueblo mexicano por haberle robado Texas, California, Nuevo México, Nevada, Utah, Colorado y Arizona que fueron indiscutiblemente parte de México. Podría también López Obrador aprovechar la ocasión para recordarles a los mexicanos que ese mismo año de 1848 en que se firmó el tratado de Guadalupe Hidalgo, Estados Unidos se convirtió, gracias a haberse apropiado por la fuerza de California, en el principal productor de oro del mundo. Un oro que le permitiría financiar la construcción del primer ferrocarril transcontinental que se inauguró en 1869 y que dinamizó espectacularmente la industria norteamericana. Sería bueno que le recordara también al pueblo de México que, gracias al oro negro de Texas, Estados Unidos se convirtió a partir de 1901 en uno de los principales productores de petróleo del mundo. Sería magnífico que el presidente de México cerrara su discurso exigiéndole al presidente de Estados Unidos que pida perdón por las matanzas de los indios californianos cometidas por el ejército norteamericano desde 1846, cuando Estados Unidos le arrebato California a México, entre ellas las masacres del río Sacramento ocurrida el 6 de abril de 1846, la masacre del lago Klamath en el 12 de mayo de 1846 o la masacre de Sutter Buttes del 21 de junio de 1846, todas ellas ejecutadas por el capitán John Frémont, amigo y protegido de Joel Roberts Poinsett.
Leyendo las palabras de López Obrador, ¿no tienes la impresión de dos cosas? La primera, que han acusado el golpe: tu libro les ha hecho realmente daño. La segunda, que para sortear tus argumentos, el hombre tuvo que ponerse abiertamente a la defensiva.
Lo digo por dos cosas. Por un lado, por lo que significa que en un acto público de tal envergadura el muy ilustre presidente de México se sintiera obligado a intentar rebatir tu libro (¡Un libro, oiga! ¿Habrá leído alguno en su vida?). El segundo aspecto son las palabras mismas con las que pretendió rebatirte. Lo hizo reconociendo dos puntos: que “puede ser cierto que Moctezuma fuera un tirano”; y que si el tirano y sus súbditos fueron derrotados, fue porque los demás pueblos oprimidos se rebelaron y lucharon al lado de los españoles. ¿No te parece alucinante que el presidente de México se ponga a reconocer tales cosas nada menos que en el gran acto público destinado a homenajear al tirano y a los opresores?
Para intentar justificar dicha opresión sólo fue capaz de recurrir al argumento del “¡Tú más!”. Lo de siempre. Los españoles aún oprimieron más, vejaron más, mataron más...
¿Qué dices a todo ello?
En mi libro y en las entrevistas que me han realizado dije una verdad sencilla, pero que nadie se atreve a decir por temor a las represarías de los guardianes —de los rottweiler implacables— del sistema mediático académico que ha instaurado la dictadura de lo políticamente correcto, una verdad, repito, sencilla pero irrefutable que los ha demolido: Si España tuviese que pedir disculpas por haber vencido al imperialismo antropófago azteca tanto los Estados Unidos como Rusia tendrían que pedir perdón por haber derrotado al imperialismo genocida nazi. La batalla por Tenochtitlán fue sangrienta, pero tan sangrienta, por cierto, como la batalla por Berlín, que puso fin al nazismo.
En su discurso, López Obrador estaba efectivamente a la defensiva y trató de esquivar el tema de la antropofagia de los aztecas, y lo entiendo porque las pruebas que presento en mi obra Madre Patria. Desmontando la leyenda negra desde Bartolomé de las Casas al separatismo catalán sobre el holocausto azteca son abrumadoras. Hoy la evidencia científica es abundante e irrefutable: piedras de sacrificios con restos de hemoglobina, herramientas de obsidiana para esta labor, esqueletos humanos ejecutados por cardioectomía con marcas de corte en las costillas, decapitaciones... Cuando se analiza la historia sin prejuicios y no se quiere ocultar la verdad (como hacen los supuestos historiadores que asesoran a López Obrador y escriben sobre el pretendido genocidio
La evidencia científica de los sacrificios aztecas es hoy irrefutable
que implicó la conquista española de América, pero callan el tema de los sacrificios humanos) se llega a la conclusión que los aztecas llevaron a cabo como política de estado la conquista de otros pueblos indígenas para poder tener seres humanos para sacrificar a sus dioses y usar la carne humana así conseguida como alimento principal de los nobles y sacerdotes. Año tras año, los aztecas arrebataban a los pueblos que habían conquistado a sus niños y niñas para asesinarlos en sus templos. Como compruebo en Madre Patria, el imperialismo azteca fue el más atroz de la historia de la humanidad. Era tal la cantidad de sacrificios humanos que realizaban los aztecas de gente de los pueblos por ellos esclavizados que, con las calaveras, construían las paredes de sus edificios y templos. El número de víctimas inmoladas fue inmenso. Casi ningún científico lo computa en menos de 20.000 cada año, y aún hay alguno que lo hace subir hasta 50.000. Es por eso por lo que el 13 de agosto de 1521 los pueblos indios de Mesoamérica festejaron la caída de Tenochtitlan. Ese día una inmensa alegría inundó el corazón de las masas indígenas oprimidas por los aztecas. La contradicción principal, para las naciones dominadas por los aztecas, era la de la vida enfrentada a la muerte. Continuar bajo la dependencia azteca habría significado, para los tlaxcaltecas y totonacas, por ejemplo, seguir siendo —literalmente— devorados por los aztecas. La liberación significó dejar de ser su principal alimento. Las otras contradicciones eran, dicho esto, evidentemente secundarias.
“La conquista la hicieron los indios” (José Vasconcelos)
Como AMLO tuvo que reconocer en su discurso, a regañadientes y entre líneas, resulta materialmente imposible pensar que, con apenas 300 hombres, cuatro arcabuces viejos y algunos caballos, Hernán Cortés pudiera derrotar al ejército de Moctezuma integrado por 300.000 feroces soldados disciplinados y valientes. Hubiese sido imposible, aunque los 300 españoles hubiesen tenido fusiles automáticos como los que hoy usa el ejército español. Miles de indios de las naciones oprimidas lucharon, junto a Cortés, contra los aztecas. Por eso su compatriota José Vasconcelos afirma que “la conquista la hicieron los indios”. Me gustaría tener la oportunidad de hacerle la siguiente pregunta a López Obrador: ¿Usted en 1943 o 1945 hubiese estado del lado de los que construían las cámaras de gas o del lado de los que combatían para poner fin al holocausto que llevaba a cabo el régimen nazi?
Una cosa que me ha sorprendido es la presencia en el acto en cuestión de dos indígenas: una senadora estadounidense y la lideresa de una comunidad canadiense. Lo sorprendente no es que hayan ido a buscar a esas indígenas, sino que no hayan conseguido traer a nadie del propio México, es decir, a ningún descendiente de los indígenas oprimidos u opresores, comidos o comedores, ¿no te parece?
Si hubiera tenido que invitar a los descendientes de Moctezuma no hubiera podido explicar por qué éstos, después de la conquista —como la mayoría de la nobleza azteca—, fueron riquísimos y se emparentaron mediante múltiples casamientos con lo más granado de la nobleza española. Es más fácil mentir delante de extraños. En un rapto de sinceridad y acorralado por las pruebas que presento en Madre Patria tuvo que aceptar que el emperador Moctezuma había sido un “tirano”, e hizo bien en reconocerlo. Claro que hubiese sido mejor que les informara a sus dos invitadas especiales —Jamescita Mae Peshlakai, senadora estadounidense por Arizona, y Kahsennenhawe Sky-Deer, Jefa del Consejo de la Comunidad Kahnasake en Canadá— que bajo el despotismo de Moctezuma —como demostró el mexicano José Vasconcelos— “las mujeres eran poco menos que mercancía y que los reyezuelos y los caciques disponían de ellas a su antojo y para hacerse presentes”. Podría también haberles informado de que “el lazo que unía a Moctezuma con sus feudatarios era de terror, que cada rey comarcano dejaba en rehenes en la capital hijos, parientes, amigos”. Así la senadora Jamescita se hubiera evitado el papelón de afirmar que “la democracia alrededor del mundo se basa en valores indígenas de igualdad y justicia”.
Relacionado con lo anterior, otra pregunta. Ya nos has hablado en estas mismas páginas de cómo los indígenas hispanoamericanos se pusieron al lado de España cuando a los criollos les dio por independizarse. Ahora bien, ¿cuál es la situación en la actualidad? Es obvio que no es entre los indígenas donde ha surgido la actual ola consistente en derribar estatuas y promover un indigenismo antiespañol o, más generalmente, antiblanco. Ahora bien, me parece igual de obvio que una ola así no puede dejar de afectar —pero no sé si poco o mucho— a las comunidades indígenas. ¿Qué puedes decirnos al respecto?
El Foro de San Pablo está detrás de todo esto. Sus miembros predican el “fundamentalismo indigenista” porque tienen como objetivo inconfeso provocar una nueva balcanización de las repúblicas hispanoamericanas, haciendo aparecer un Estado mapuche, un Estado quechua o un Estado aimara… Así, nuevamente divididos, seremos aún más impotentes en el concierto de las naciones y, por ende, más subdesarrollados. Porque nosotros no estamos divididos porque somos subdesarrollados, sino que somos subdesarrollados porque estamos divididos. Perdonadme que sea nuevamente autorreferencial, pero como demuestro en Madre Patria —y eso les ha dolido muchísimo—, el movimiento indigenista fue fomentado primero por el imperialismo inglés, luego por el imperialismo yanqui y hoy por numerosas ONG al servicio del capital financiero internacional o, dicho más precisamente, al servicio del imperialismo internacional de dinero. Esa política buscaba y busca romper la unidad lingüística y religiosa de Hispanoamérica a fin de fomentar una nueva balcanización, dado que la política permanente de las grandes potencias y del poder mundial consiste, siempre, en dividir para reinar. Por ello, el movimiento indigenista puede ser definido sin duda alguna como un instrumento del imperialismo para fragmentar las repúblicas hispanoamericanas y convertirlas en segmentos anónimos del mercado internacional. Los indigenistas tienen el mismo concepto de nación que tenían los nazis: la idea de la nación basada en la raza. Los líderes indigenistas —como los separatistas catalanes— son racistas, aunque traten de disimularlo para parecer simpáticos ante la opinión pública mundial.
Respecto al indigenismo como política permanente del imperialismo anglosajón, el historiador marxista Jorge Abelardo Ramos afirma: “Muy noble resulta la tesis de la defensa de los indios. Pero muy sospechoso el origen. Pues separar a las masas indígenas o negras de las criollas o blancas de la actual Nación Latinoamericana, es acentuar las condiciones de esclavización general y de la balcanización hasta hoy lograda. Se trata —y he aquí el servicio que rinden una vez más la ‘izquierda’ y los ‘progresistas’ al imperialismo— de separar a las etnias; después de haber separado a las clases y a los Estados del magno proyecto bolivariano. Es una campaña contra la nación latinoamericana.”. Esta afirmación lapidaria de Jorge Abelardo Ramos —más allá de que utilice erróneamente el concepto de Latinoamérica, que es un concepto inventado por el imperialismo francés— lo dice todo. Por otra parte, Andrés Soliz Rada, una de las figuras más destacadas de la izquierda boliviana, sostiene que el movimiento indigenista es una construcción neocolonial, ejercitada por pseudoizquierdistas, para destruir los Estados nacionales “in constituidos” e impedir la construcción de un Estado continental iberoamericano, único instrumento político capaz de enfrentar con éxito a las grandes compañías transnacionales, al capital financiero internacional y a las grandes potencias del siglo XXI. Si el indigenismo fue un instrumento de la política exterior de Gran Bretaña y de los Estados Unidos y hoy lo es del imperialismo internacional del dinero, se desprende, por lógica consecuencia, que quienes predican el indigenismo trabajan consciente o inconscientemente para el imperialismo.
El excelentísimo señor presidente de México, don Andrés Manuel López Obrador, el excelentísimo presidente de la república del Perú, don Pedro Castillo (¡qué paradoja de la historia todos ellos portan apellidos españoles!), la chilena Elisa Loncon, presidente de la Asamblea Constituyente de Chile, el presidente venezolano Nicolás Maduro, el expresidente de Bolivia Evo Morales y todos aquellos que los acompañan en la prédica de la leyenda negra de la conquista española de América y en el intento de crear artificiales repúblicas plurinacionales, son sin duda alguna la mano de obra más barata que ha tenido el imperialismo a lo largo de toda su historia para ejecutar su plan estratégico de fragmentación territorial de las repúblicas hispanoamericanas.
El éxito de Madre Patria en España es apabullante: desde que salió se mantiene imperturbable en los primeros puestos de Amazon. Pero ¿y en Hispanoamérica? Me decías hace unas semanas que aún no lo habían puesto a la venta. ¿Se ha modificado o se va a modificar pronto esta situación?
Espero que sí porque de seguro una edición de Madre Patria en México sería —como nos gusta decir a nosotros los argentinos, que usamos permanentemente metáforas futbolísticas— un golazo de media cancha. ¿Sabías que la palabra “cancha”, que nosotros usamos para referirnos a un estadio de fútbol, es una palabra de origen quechua?
Volvamos a López Obrador. Ya tienes, así pues, la primera reacción a tu libro procedente del campo negrolegendario. Viniendo de quien viene esta primera reacción, no es de extrañar la indigencia intelectual de sus argumentos. Ahora bien, en este mismo campo negrolegendario, algún intelectual tiene que haber, algún periodista, algún estudioso, algún historiador..., gente que no puede quedarse impertérrita ante el alud de datos y reflexiones con que tus más de 500 páginas desmoronan todo cuanto piensan y escriben. Alguna reacción ha de tener esta gente, digo yo. O bien se quedan callados... y cubiertos del mayor de los oprobios; o bien reaccionan, discuten tus datos y argumentos, intentan rebatirlos, etc.
Si lo hicieran, ¿recogerías el guante, aceptarías un debate de tal tipo? Podría ser apasionante, ¿no crees?
Suponiendo, claro está, que los otros tuvieran agallas para hacer tal cosa. Lo digo porque, si no me equivoco, no han sido capaces por ahora de sacar ni un mísero artículo en ninguno de los muchos medios que corean la hispanofobia, ¿verdad?
Ante la abrumadora evidencia que presento en mi libro acerca de la falsedad de la leyenda negra, los progresistas y negrolegendarios de todo tipo y pelaje han optado por el silencio. Me preguntas si recogería el guante en caso de que algún progre me desafiara a un debate, y te respondo que —como dice José Hernández en el poema gauchesco Martin Fierro— “yo soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno”, así que acepto cualquier debate en cualquier sitio, en las universidades progresistas o liberales y ante cualquier escritor, periodista o profesor negrolegendario que se atreva a desafiarme. Estoy dispuesto a sostener un debate sobre mi obra Madre Patria y las afirmaciones en ella expuestas porque, como sostenía el gran caudillo rioplatense José Gervasio Artigas, al que he admirado toda mi vida, “con la verdad no ofendo ni temo”.
Querido Javier, antes de despedirme de vos y de los apreciados lectores de El Manifiesto –hasta la próxima entrevista, claro está—, te propongo que levantemos nuestras copas y hagamos un brindis por el 500.º aniversario de la liberación de Tenochtitlán y la definitiva derrota del sanguinario imperialismo antropófago de los aztecas.
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