Juan Belmonte, o la epopeya del temple

La Tauromaquia, un arte

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¿Qué es el arte? O mejor, ¿por qué consideramos algo como tal? La respuesta a estas preguntas no es cosa fácil, máxime en la sociedad en que vivimos, donde se nos impone aquello que debemos considerar, o no, artístico. ¿Quiénes lo imponen? La respuesta es simple: la cultura dominante.

Como a lo largo de la historia siempre hubo y habrá minorías que se aparten del redil, las siguientes líneas tienen como objetivo que el lector comprenda por qué la Tauromaquia es y debe ser considerada ARTE, con mayúsculas, y no como el espectáculo que tildan de cruento y arcaico y amenazan con hacer desaparecer.

Para ello vamos a basarnos en unas premisas básicas que cualquier crítico o historiador del arte utiliza para considerar cualquier materia.

En primer lugar, todo tipo de arte se encuentra sometido a unas determinadas reglas. La Tauromaquia, en este caso, cuenta no solo con las reglas no escritas (parar, templar y mandar), sino que, en su dilatada trayectoria, tiene en su haber un aparato legislativo propio, desde las Tauromaquias de Pepe-Hillo o Paquiro (1796 y 1836, respectivamente) hasta el Reglamento Nacional (y sus homólogos autonómicos) que regulan todo aquello que acontece antes, durante y después de la corrida.

En segundo lugar, el arte ha de producir belleza. La belleza “ha de encontrarse sólo en aquellos objetos cuyas partes mantengan una relación o disposición armoniosa entre sí”. ¿Acaso no es el momento del embroque, aquel en el que se fusionan toro y torero, el culmen de una perfecta obra plástica?

Como no puede ser de otro modo, el arte, a través del concepto de mímesis, representa o reproduce la realidad. Desde la Prehistoria, el ser humano, a través del arte, manifiesta sus creencias, valores o inquietudes. Más allá de las concepciones simbólicas con las que, desde sus orígenes, se relacionan las corridas de toros, podemos afirmar que el toreo es el arte que con mayor sinceridad y transparencia reproduce la realidad. ¿Qué hay más veraz que la vida y la muerte? Si el arte, mediante la imitación, trata de representar la naturaleza, el toreo, en el continuo ballet entre la vida y la muerte, es la representación máxima de la naturaleza misma.

Otro de los rasgos distintivos del arte es crear formas, es decir, dotar a la materia y al espíritu de formas cuyo resultado sea considerado artístico. Es la póiesis o acto creativo. En el caso que nos ocupa, la materia estaría representada por la línea horizontal del bravo animal, mientras que el hombre pondría su espíritu al servicio del toreo para crear arte. ¿Cómo? A través del temple, técnica que domina y acompasa, a la vez que transforma en lenta y suave armonía la embestida del animal.

La expresión, así como la producción de experiencia estética, son otros dos caracteres con que ha de contar toda actividad artística. Mediante la primera, el torero expresa con su arte una serie de sentimientos y emociones con los que el público se siente identificado. En cuanto a la experiencia estética hemos de señalar que ha de producir un choque en el espectador. Si para los aficionados taurinos dicho choque es positivo, pues produce una empatía casi mística o espiritual, ocurre lo contrario para sus detractores, siendo los mismos portadores de sentimientos de animadversión, repulsa o rechazo. Positiva o negativamente, de lo que está claro es que el toreo impresiona tanto a propios como extraños.

Todo lo anterior carecería sin embargo de sentido si olvidásemos que el arte es una actividad humana consciente, intencionada, que persigue la consecución de un efecto y un valor determinado, ya sea alcanzar la belleza, la gracia, la delicadeza o la sublimidad. Que el toreo es una actividad humana consciente está más que justificado, pues solo aquellas personas que podemos tildar de semidioses son capaces no solamente de transformar en arte la rudeza y primitivismo de la embestida sino, sobre todo, de domeñar sus propios instintos para lograr que su obra artística resulte lo más plástica y bella posible.

El más largo aprendizaje en todas las artes es aprender a ver, reza un dicho popular, y en el toreo, como arte, también debemos aprender a ello. Defenderlo, apreciarlo, pero, sobre todo, respetarlo, bien como tradición, bien como experiencia artística, porque la misma constituye, como dijo García Lorca, la mayor riqueza poética y vital de España.

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