Después de haberlo hecho ayer con el artículo «Colón», publicado por Sertorio, EL MANIFIESTO sigue conmemorando hoy el Día de la Hispanidad con este gran poema de Gabriel Celaya.
No nos gusta nada (el Libro de Estilo de EL MANIFIESTO hasta lo excluye) el uso del término «castellano» en lugar de «español»; un uso que, por lo demás, sólo se da en la España peninsular, como si se pretendiera (algunos obviamente es lo que pretenden) como si la lengua que hablan cientos de millones de personas en el mundo entero sólo fuera «una más» de las lenguas de España. ¡Ay, estas ansias (inconscientes) de empequeñecer siempre lo nuestro!... Decir «castellano» en lugar de «español» es, por lo demás, algo tan absurdo como si, por ejemplo, los italianos, aludiendo a la región en que se originó su idioma, se empeñaran en denominarlo «toscano».
Sin embargo, es obligado reconocer que, en este caso, Celaya tiene razón. Tanto por la musicalidad del término como por los ecos atávicos que evoca el poema, las superiores leyes de la poesía se imponen indiscutiblemente a las anteriores y prosaicas consideraciones.
J, R. P.
Hablando en castellano
Gabriel Celaya
Hablando en castellano,
mordiendo erre con erre por lo sano
la materia verbal, con rabia y rayo,
lo pone todo en claro.
Y al nombrar doy a luz de ira mis actos.
Hablando en castellano,
con la zeta y la jota en seco zanjo
sonidos resbalados por lo blando,
zahondo el espesor de un viejo fango,
cojo y fijo su flujo. Basta un tajo.
Hablando en castellano,
el «poblo, puoblo, puablo», que andaba desvariando,
se dice por fin pueblo, liso y llano,
con su nombre y conciencia bien clavados
para siempre, y sin más puestos en alto.
Hablando en castellano,
choco, che, te, ¡zas!, ¿ca? Canto claro
los silbidos y susurros de un murmullo que a lo largo
del lirismo galaico siempre andaba vagando
sin unidad hecha estado.
Hablando en castellano,
tan sólo con hablar, construyo y salvo,
mascando con cal seca y fuego blanco,
dando diente de muerte en lo inmediato,
el estricto sentido de lo amargo.
Hablando en castellano,
las sílabas cuadradas de perfil recortado,
los sonidos exactos, los acentos airados
de nuestras consonantes, como en armas, en alto,
atacan sin perdones, con un orgullo sano.
Hablando en castellano,
las vocales redondas como el agua son pasmos
de estilo y sencillez. Son lo rústico y sabio.
Son los cinco peldaños justos y necesarios
y de puro elementales, parecen cinco milagros.
Hablando en castellano,
mal o bien, pues que soy vasco, lo barajo y desentraño,
recuerdo cómo Unamuno descubrió su abecedario
y extrajo del hueso estricto su meollo necesario,
ricamente substanciando.
Hablando en castellano,
ya sé qué es poesía. Leyendo el Diccionario
reconozco cómo todo quedó bien dicho y nombrado.
Las palabras más simples son sabrosas, son algo
sabiamente sentido y calculado...
Hablando en castellano,
decir tinaja, ceniza, carro, pozo, junco, llanto,
es decir algo tremendo, ya sin adornos, logrado,
es decir algo sencillo y es mascar como un regalo
frutos de un largo trabajo.
Hablando en castellano,
no hay poeta que no sienta que pronuncia de prestado.
Digo mortaja o querencia, digo al azar pena o jarro.
Y parece que tan sólo con decirlo, regustando
sus sonidos, los sustancio.
Hablando en castellano,
en ese castellano vulgar y aquilatado
que hablamos cada día, sin pensar cuánto y cuánto
de lírico sentido, popular y encarnado
presupone, entrañamos.
Hablando en castellano,
recojo con la zarpa de mi vulgar desgarro
las cosas como son y son sonando.
Mallarmé estaba inventado
el día que nuestro pueblo llamó raso a lo que es raso.
Hablando en castellano,
los nombres donde duele, bien clavados,
más encarnan que aluden en abstracto.
Hay algo en las palabras, no mentante, captado,
que quisiera, por poeta, rezar en buen castellano.
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