Santiago de Mora-Figueroa, Marqués de Tamarón

Un libro original, elegante, inclasificable

Marqués de Tamarón: 'Por gusto'

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Inclasificable e inhabitual como libro, pero rico en citas de clásicos y de autores canónicos. Aparentemente disperso, pero de una elegantísima coherencia en su estructura y su estilo. Y que vale la pena leer más de una vez y consultarlo con frecuencia, y siempre por gusto. Por gusto, en efecto, porque ese es el título del libro: Por gusto.

Publicado en 2022 por Amazon (que es el único modo de conseguir la obra) su título resume la voluntad y el empeño del autor por reunir en un volumen no demasiado extenso un compendio de frases, anécdotas, citas, y hasta capítulos enteros de autores y personas al gusto de Santiago Mora-Figueroa y Williams, Marqués de Tamarón.

¿Y qué encontramos en el cofre del Marqués?  De entrada, todo tipo de joyas, libros memorables, autores meritorios e ideas valiosas. Desde Borges hasta D’Ors o Baroja y muchos otros escritores en español, claro: no olvidemos que Tamarón fue muy buen director del Instituto Cervantes.  Sigamos: desde Shakespeare hasta Stevenson o Conrad y más escritores en inglés, lengua que domina quien fue destacado embajador en Londres. La lista de las personas, libros, materias y géneros reunidos por Tamarón en su libro llenaría varias páginas. Y de hecho las llena: las del completísimo índice final (más de 500 entradas) que sirve de fiable mapa para pasear por el interesante y bello bosque de ideas y autores propuestos por el autor y que éste, no sin pizca de humor, denomina “Índice de personas, personajes, obras, ideas y otros fantasmas”.

Por gusto, pues, ha escrito Tamarón este libro sobre personas, personajes, obras, ideas y otros fantasmas que a la vez le acechan y le atraen. Afirmó alguna vez Ernst Jünger que él procuraba escribir tan sólo sobre aquello que le agrada. No es mala costumbre. A fin de cuentas, no sólo leemos por gusto, sino que escribimos por gusto. Ya lo dijo Borges: “qué lindo es escribir”, pese que a sí mismo el argentino con sorna se caracterizase más como lector que como escritor. Algo similar le pasa a Tamarón, y en este fino arte del ingenio ni a uno ni a otro les perjudica ni su formación británica (ni tampoco las buenas formas hispanas, por cierto) ni, menos todavía, el ejercicio de esa ironía tranquila —es decir, la buena— que la gente elegante cultiva sin caer en el sarcasmo.

Es amplia la nómina de autores de se dan cita en el libro: Quevedo, Unamuno, Ortega, Schopenhauer, Hobbes o Wittgenstein, por mencionar algunos más. Pero también textos homéricos. Y clásicos en griego y en latín.  Y hasta coplas populares españolas —idioma, el nuestro, al que Tamarón ama— e incluso divertidos o hasta insolentes telegramas entre diplomáticos. Luego, de pronto, diversas interpretaciones o lecturas del texto en latín de la Biblia en su traducción por San Jerónimo. O de las versiones del Padre Nuestro.   En este libro hay de todo. Y, todo, bueno o muy bueno.

Especialmente interesantes resultan, además, varios textos que podrían parecer accesorios y sin embargo distan de serlo, ya que cada uno de ellos corresponde a todo un arte: el arte de los epitafios; el de las aporías; el de las despedidas; el de los epigramas; el del aforismo; el de los piropos; el de las dedicatorias; el de los brindis. Incluso, también, el arte de la política.

Y muchas sorpresas. Tamarón hasta se atreve con fórmulas matemáticas o teoremas de la física que con buen estilo y humor andaluces no omite comentar ni hacerse preguntas sobre ellos. Y, además, vivencias personales: no falta el relato de episodios anecdóticos en el Ministerio de Asuntos Exteriores (siempre contados con gran prudencia); no faltan enseñanzas que el autor en su día obtuvo de personas mayores que él, y a quienes rinde homenaje recordándolos con gratitud; no faltan, incluso, vívidos recuerdos de juventud.

¿Ahora bien, es la meditada elección de las adecuadas “personas, personajes, obras, ideas y otros fantasmas” lo que hace interesante este libro?  No. No sólo. Hay algo más relevante: el acertado planteamiento de las cuestiones a desarrollar, y ello mediante no únicamente lo que el autor ha pensado sobre éstas, sino también mediante las reflexiones o frases o pensamientos que otras almas afines han dedicado a ellas, y los comentarios o apostillas o matizaciones inteligentes que a éstos Tamarón nos propone con su característica finura intelectual. Pensar, ya nos lo enseñó Heidegger, consiste ante todo en hacerse las preguntas adecuadas e intentar encontrar respuestas a esas dudas que han surgido del asombro o de la curiosidad. Pues bien: si algo queda claro en la lectura de este libro es no sólo la incesante curiosidad intelectual del autor hacia los más diversos asuntos que desde siempre se ha planteado el género humano, e incluso hacia las más sorprendentes cuestiones de nuestro tiempo, sino su permanente invitación al lector a que mantenga y cultive esa áurea curiosidad intelectual. Y eso sólo lo hace un alma buena y generosa.

Y, sí: también entra nuestro autor en una crítica tenue (o a veces no tan tenue) de los tiempos degenerados que, ya iniciado el siglo XXI, vivimos en el llamado Occidente. Critica transversal, constante, educada, no amarga, pero suficientemente meditada y a veces contundente, sobre todo en sus comentarios elogiosos a autores que también son reaccionarios.  También, en efecto, porque Tamarón (como quien esto escribe) es un reaccionario en el sentido estricto del término:  quien reacciona ante lo que no le gusta.  No pueden, por lo tanto, faltar en el libro ni Nicolás Gómez Dávila, muchas veces citado, ni Chesterton, ni Cioran, ni Spengler. Ni otros grandes reaccionarios avant la lettre. Por ejemplo, el siempre genial Padre Feijoo es quien más páginas ocupa en el libro; y tampoco se olvida el Marqués ni de Catulo ni de Horacio ni de más buenas cabezas reaccionariamente lúcidas que, agradecido a ellos el autor por haberlos leído en su día, no evitan hacer acto de presencia en las páginas de esta excelente obra.

Con todo: no es Por gusto, subrayemos esto, un libro que convenga leer de un tirón, en un par de tardes o en una semana como si fuese una novela o un ensayo filosófico. En cualquier novela hay una narrativa que requiere continuidad; en un ensayo filosófico, una o varias ideas o conceptos que requieren visión de conjunto y una lectura continuada. En cambio, la discontinuidad rebosante de ideas (aparentemente dispersas, como indicamos en el primer párrafo) en cada página del libro de Tamarón, obliga a que la lectura sea lenta, atenta al detalle, reservada para momentos adecuados con la mente despierta. Ya escribió el clásico que no merece ser leído un libro que en cada página no nos haga detenernos y ponernos a pensar. Pero en esta obra, en toda la obra de Santiago Tamarón en realidad, uno se pone a pensar no ya en cada página, sino en cada párrafo o en cada línea. Y eso es lo que constituye la verdadera alma de cualquier libro o cualquier texto: que nos haga pensar. El pensamiento inteligente nunca se genera en el vacío, sino que requiere del adecuado combustible.

En suma: un libro original, inclasificable, de enorme nivel y para leer poco a poco durante tiempo, pero siempre preparado el lector para el mayor de los placeres, que no es escribir y ni siquiera leer. Sino pensar. Es, ciertamente, a lo que Tamarón nos invita.

Por gusto. Marqués de Tamarón.
Amazon, 2022; 10 euros

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