Cumplido un lustro de su paso al Más Allá, pues un torero nunca muere, máxime si el trance que lo convierte en leyenda se produce en el ruedo (donde sufrió, toreando a los 64 años, una brutal doble cogida), conviene tener presente a uno de los últimos románticos del noble arte del toreo.
Su nombre, Rodolfo Rodríguez. Su apodo, el Pana. Su historia: un humilde panadero, superviviente, que apostó por cumplir el sueño de ser torero. Artista por los cuatro costaos. Torero mexicano fuera de tiempo. Romántico en su sentir, su vivir y hasta en su manera de dejar este mundo.
Si algo tuvo el Pana fue duende. Un misterio salido de las raíces que todos conocemos, pero que solo unos pocos se atreven a vivir y sentir como propias. Sin embargo, el sueño del Pana sería un denostado recuerdo del torero romántico que no todos comprendieron. Odiado y admirado a un tiempo, como buen artista, escucharlo o verlo torear te retrotraía a épocas pasadas que uno solamente se imaginaba en sus lecturas de crónicas sobre la sociedad y el sentir de un pasado mejor. Vive, siente y viste como torero. extravagante, bohemio. Hace cinco años perdimos al último de los toreros románticos.
Su leyenda dice que ha estado siete veces en la cárcel. ¿Qué torero artista no ha pisado algún calabozo? De haber nacido antes, hubiera formado buena collera con Rafael el Gallo. Artista entre artistas, no por ello menos valiente, pues llevó en sus carnes más de veinte cornadas o “medallas”.
Su sentir taurómaco es sinónimo de arte, de un entendimiento de la sensibilidad del toreo como pocos lo han sentido y sabido expresar. Su tauromaquia se asemeja a la de Juan Belmonte, quien sostenía que “se torea con el alma”. El Pana definía su toreo “como un constante orgasmo, un éxtasis y un deleite exquisito” realizado por un ser que no se enamora ni de las personas ni de las cosas, pues todo es efímero, nada es eterno. El fracaso y el éxito son subjetivos. Cada amanecer hay que tratar de ser diferente. Y es que nuestro protagonista fue un loco genial que aprendió más del fracaso que del éxito, pero siempre un paso por delante de la mediocridad.
Su sincera peculiaridad fue otra de sus virtudes. Valga el ejemplo del brindis a todas las putas del mundo en La México, la plaza que da y quita. Así se expresó el brujo: «Quiero brindar este toro, el último toro de mi vida de torero en esta plaza, a todas las daifas, meselinas, meretrices, prostitutas, suripantas, buñis, putas, a todas aquellas que saciaron mi hambre y mitigaron mi sed cuando El Pana no era nadie, que me dieron protección y abrigo en sus pechos y en sus muslos, base de mis soledades. Que Dios las bendiga por haber amado tanto. ¡Va por ustedes!». Verdades del Pana, quien, además de nacer, vivir y sentir torero, siguió su profecía de morir donde siempre quiso, en la plaza, convirtiéndose desde entonces y para siempre, en inmortal.
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