Últimamente están emergiendo una buena cantidad de iniciativas políticas que coinciden en el diagnóstico (estamos atravesando una crisis económica, pero también política, social y hasta moral y de valores) y en el remedio (necesidad de emprender un proceso de regeneración democrática).
Lo lógico sería pensar que, a partir de esta coincidencia en el análisis de la situación y en la formulación de las soluciones, todas estas iniciativas dispersas deberían ir convergiendo en una praxis común. Sin embargo, la realidad es muy distinta.
En este artículo me propongo pasar revista crítica a este proceso.
Todo comienza el 8 de julio de 2006, cuando la plataforma “Ciudadanos de Catalunya” se convierte en el Partido Político “Ciutadans-Partido de la Ciudadanía” (C´s) y, contra pronóstico y casi sin medios (más allá de una atrevida foto de su candidato, Albert Rivera, desnudo), diez semanas después, C´s se presenta a las elecciones autonómicas catalanas y consigue 90.000 votos y tres diputados. Bien es verdad que el ámbito natural de C´s es Cataluña y su oposición a los desmanes y abusos de los nacionalistas, pero no es menos cierto que también —según su propio programa fundacional— “es un movimiento de ciudadanos libres que quieren regenerar la política española”.
En las últimas elecciones autonómicas catalanas, C´s obtuvo 275.000 votos (7,56% del total) y 9 diputados (de un total de 135). Según su página web, en la actualidad tienen más de 20.000 afiliados y simpatizantes.
En septiembre de 2007 nace el Partido Unión Progreso y Democracia (UPyD) promovido por Rosa Díez, que previamente había abandonado el PSOE. De nuevo, entre sus principios fundacionales, encontramos el proclamarse “defensores de la regeneración democrática” porque “regenerar la democracia es devolver a los ciudadanos el control sobre la política”.
En la actualidad, UPyD tiene 5 diputados en el Congreso (de un total de 350), producto de los 1.143.225 votos (4,7% del total) obtenidos en las últimas elecciones generales del 2011. A UPyD se le suponen unos 6.000 afiliados.
A mediados del año pasado, C´s da el salto a la política de ámbito nacional, auspiciando Movimiento Ciudadano que retoma y expande su discurso regeneracionista original, haciendo abstracción de su origen catalán. Según su manifiesto fundacional, “Movimiento Ciudadano se configura como una alternativa a los partidos clásicos y mayoritarios”, afirmando que “los españoles vamos a abrir una nueva etapa política” ya que “necesitamos una reforma profunda de nuestro país que garantice la prosperidad y el bienestar”.
En su página web afirman ser ya más de 50.000 las personas que se han adherido al Movimiento.
Para acabar este rápido recorrido por las iniciativas de nuevo cuño del centro y de la derecha, recalemos en Vox, partido político recién nacido el mes pasado, promovido por ex militantes del PP (Santiago Abascal, José Antonio Ortega Lara…) al que se suma el Foro de la Sociedad Civil de Ignacio Camuñas (“Desde el Foro de la Sociedad Civil creemos urgente racionalizar y modernizar nuestro Estado y revitalizar y fortalecer la sociedad pues es la sociedad civil la llamada a protagonizar este difícil momento que nos ha tocado vivir”) y, en un momento inmediatamente posterior a su fundación, Alejo Vidal Cuadras y su Reconversión (“O reconvertimos el Estado o el Estado acaba con la Nación”). Como no podía ser menos, entre los puntos de su manifiesto fundacional encontramos la ya familiar llamada a la “Regeneración del sistema democrático de España y lucha contra la partitocracia” proponiendo “una Agenda de Renovación concretada en un conjunto de medidas que hagan realidad el proceso de transformación democrática que los ciudadanos españoles vienen reclamando”.
El espectro de la izquierda tampoco es ajeno a este afán regeneracionista. Entre otras iniciativas que parten de su campo y van en la misma dirección, encontramos el Partido Equo, de corte ecologista, pero que se declara “una formación capaz de dar una respuesta de forma participativa a las demandas ciudadanas y que, frente a los partidos tradicionales, se propone recuperar el sentido de la política como un instrumento de transformación y gestión colectiva”, defendiendo “la necesidad de abordar un nuevo proceso constituyente que permita dotarnos de un marco legal válido para hacer frente a los cambios y exigencias de una democracia real y participativa” para lo que pretenden “promover la creación de mayorías sociopolíticas sólidas que generen ideas y que sean capaces de llevar a cabo los cambios necesarios para conseguir una sociedad justa, equitativa y solidaria”.
Tan loables objetivos son también compartidos por el movimiento Podemos promovido por el politólogo Pablo Iglesias, que proviene del entorno de Izquierda Unida, cuyo objetivo es “convertir la indignación en poder político de ruptura con la actual situación, que exprese nuevas formas de relacionarse con la política y que suponga una amenaza real para el régimen bipartidista del PP y del PSOE y para quienes han secuestrado nuestra democracia. En definitiva, que mueva ficha para convertir el pesimismo en optimismo y el descontento en voluntad popular de cambio y apertura democrática”. Su página web afirma que ya han suscrito su manifiesto programático 85.792 personas.
La nómina de regeneracionistas no quedaría completa sin el concurso del Partido X, una de las iniciativas políticas herederas del movimiento de los indignados del 15-M y cuyo “programa contiene un punto: como el mismo nombre indica el punto es Democracia y Punto” ya que “los partidos no han de darnos la solución, simplemente tienen que dejar de obstruir y facilitar las soluciones que la sociedad, mucho más avanzada que ellos, ya tiene.”
Que me perdonen el resto de los grupos, fundaciones, asociaciones y partidos de corte regeneracionista aquí no mencionados, pero el marco de un artículo no me permite extenderme ni es mi deseo hacer su censo y, a efectos prácticos, creo que el amplio abanico expuesto ya me permite afirmar que, desde la derecha liberal a la izquierda montaraz, todo el mundo quiere enarbolar la bandera del regeneracionismo y está dispuesto a ofrecerse a la sociedad como adalid de las imprescindibles reformas democráticas por ella demandadas.
A mi parecer, las frases literales que he extraído de cada una de las webs de estos partidos son perfectamente intercambiables. Si, en vez de entrecomillarlas ordenada y escrupulosamente, las hubiera barajado asignando caprichosamente cada una de ellas a un partido diferente, no creo que se hubieran dado cuenta ni los propios ideólogos respectivos.
Y aquí viene la pregunta del millón: si todos están de acuerdo en el análisis y en las soluciones, si todos se manifiestan firmes partidarios de la regeneración democrática, ¿por qué no aúnan voluntades y suman recursos en pos de ese imprescindible común denominador?
Entre todos ellos sumarían, de entrada, cientos de miles de simpatizantes, afiliados y militantes; capacidad contrastada para lograr millones de votos (sólo entre los dos partidos que ya se han presentado a unos comicios, superan el millón y medio de votos obtenidos); un muy poderoso músculo intelectual, capaz de aportar ideas y propuestas; y, sobre todo, savia, valores nuevos y generación de ilusión entre una ciudadanía cansada, desencantada y harta.
Si todos estos grupos se percataran realmente de que lo que la sociedad demanda es precisamente aquello en lo que todos coinciden, otro gallo nos cantaría a todos.
Pero, no. Cada uno está convencido de que “su regeneración es la fetén” y que la que propone el vecino no le llega a la altura del zapato a la suya. Me recuerda aquel viejo anuncio de detergentes: “Omo lava más blanco” o —como pequeño homenaje a Cavanna, recientemente fallecido y antiguo alma mater de la revista satírica francesa “Hara Kiri, revue bête et méchante” que tan buenos ratos me hizo pasar— su chiste irreverente dirigido al clero: “compre hostias PLYM. Tienen más Dios”.
Hace unas semanas, yo mismo escuchaba a Rosa Díez, Presidenta de UPyD, negar a Albert Boadella, por activa y por pasiva, la posibilidad de pacto alguno de su partido con Ciudadanos, porque (creo poder repetir textualmente) “UPyD es un Partido con presencia nacional, que defiende su programa”. Eso sí, no negaba la posibilidad de pactos postelectorales, al uso de los partidos convencionales.
Y, esta misma mañana, leo en la prensa que Gorka Maneiro, parlamentario de UPyD, ha afirmado que la propuesta de Vox es "legítima, pero no es la nuestra”.
Claro que también el mismo Santiago Abascal, el día de la presentación de Vox, después de señalar que el loable objetivo de la nueva formación es "fortalecer el Estado, mejorar la calidad de las instituciones", "garantizar la honradez" en la vida política e "impulsar el crecimiento económico en beneficio de todos los ciudadanos", resaltaba que “su oferta está dirigida "al centro derecha frente a otras opciones enfocadas al centro izquierda” en referencia a UPyD y Movimiento Ciudadano. Yo desconocía que había una honradez de centro-derecha y otra de centro-izquierda, la verdad.
Y por el otro flanco del concurrido ejército regeneracionista, parece que no soplan tampoco vientos de unidad.
Hace unos días, se celebró un acto en el Ateneo de Madrid (cuyo lema era: “¿Se puede organizar una mayoría social que consiga dar un vuelco en el panorama político de nuestro país?”) al que concurrieron representantes de todos los grupos de izquierdas antes mencionados y, según contó Segundo Sanz en Vozpopuli al día siguiente, “el acto, que había sido convocado para sumar fuerzas…, evidenció que esa unidad estratégica está aún muy lejos.” Y que “los desencuentros fueron más sonados que las coincidencias.” La cosa debió de llegar a tal extremo que “Pablo Iglesias subrayó que no había que entrar a discutir sobre quién es más de izquierdas que otro”. ¡Todo ello en un acto convocado para auspiciar una “mayoría social”! Siento habérmelo perdido; debió de ser altamente edificante ver a tanto regeneracionista progresista construyendo consensos y mayorías a base de controversias y descalificaciones.
Y no perdamos de vista que esto ocurre un contexto de lo más favorable, porque el próximo mes de mayo se celebran elecciones al Parlamento Europeo. Estas elecciones reúnen una serie de características singulares (circunscripción electoral única para todo el país, lo que minimiza el efecto de la ley d’Hont, menor peso político e ideológico que las elecciones nacionales) que las hacen idóneas para la presentación de una alternativa conjunta, con un programa simple pero contundente, basado en lo que les une a todos (la voluntad de regeneración de la que tanto alardean), elemento aglutinador mucho más urgente y poderoso que las profundas diferencias que puedan mantener en el resto de los temas.
Porque España necesita una segunda Transición. Esto no se soluciona ya con un fortalecimiento de las Instituciones, ni con un cambio de caras, sino con un verdadero cambio de sistema, de régimen. Nuestro país pide a gritos emprender ese proceso de regeneración política, económica, social y moral. Un camino que los partidos convencionales no van a iniciar motu proprio porque son los grandes beneficiarios del sistema imperante. Sólo se podría acometer con ese gran movimiento social transversal que aglutinara a todo el amplio espectro anteriormente expuesto en pos de un programa muy corto, claro y contundente, basado en el común denominador de todos los grupos que se integraran y que me atrevo a sintetizar en los siguientes puntos: (a) rearme moral de la sociedad; erradicación de la corrupción; (b) fortalecimiento de las instituciones, independencia de poderes; (c) reforma del modelo de Estado, reconducción del proceso autonómico; (d) democratización interna de los partidos, reforma de la ley electoral.
Todos estos puntos, en los mismos o parecidos términos, aparecen en los programas de todos los grupos antes desgranados. Pero los quieren defender y aplicar cada grupo por separado.
Desengañémonos de una vez. El necesario, el imprescindible proceso de regeneración…Tampoco lo van a hacer las nuevas formaciones regeneracionistas de boquilla, porque caen en los mismos viejos errores de siempre: anteponer las ideologías a las ideas, los personalismos al interés común, el corto plazo a la visión de futuro, el egoísmo ramplón a la entrega generosa. Los novísimos ya nacen con los vicios de los mayores y el futuro se nos presenta preñado de pasado.
Acostumbrémonos a ver el campo de batalla lleno de abanderados del cambio danzando a su aire, haciendo la guerra por su cuenta, cuando no entre ellos mismos. Yo ofrezco más cambio, yo regenero mejor, yo democratizo que no veas.
Porque, en el fondo, lo que verdaderamente ansían no es transformar la sociedad, sino conseguir un puesto en el festín de la política, esgrimiendo como mérito la patente del cambio. No quieren cambiar el sistema, sino reemplazar a los partidos mayoritarios y caducos existentes. Se conforman con darles un codazo para hacerse un sitio. Como mucho, un cambio de caras, nunca de sistema.
Me frustra pensar que, estando de acuerdo con casi todo de lo que dicen casi todos los partidos que he ido mencionando, nunca podré votar a ninguno de ellos, porque sólo les votaría si fueran capaces de presentar esa alternativa transversal de auténtica y profunda transformación que la sociedad demanda. Y luego, después de lograrse los cambios constitucionales que refrenden el nuevo sistema, se termina la legislatura constituyente y, ya desde el nuevo marco, cada cual presenta sus distintas propuestas basadas en sus diferentes ideologías y sensibilidades. Pero primero, en buena compañía, lo que nos une; luego, en buena lid, lo que nos diferencia.
Entonces, ¿qué podemos hacer los que deseamos de verdad enderezar y transformar este cotarro? ¿Cómo nos manifestamos? ¿Qué bandera esgrimimos? ¿Qué casa común podemos encontrar por encima de nuestras ideas incluso contrapuestas? Pues me temo que no nos queda otra más que la abstención. Sólo nos resta obligar a la transformación del sistema provocando su deslegitimación a través de la no-participación. Claro que conozco la importancia del voto como herramienta ciudadana para expresar su voluntad política. Precisamente porque reconozco su valor, propongo no dárselo a ninguno, porque ni los viejos mayúsculos, ni los nuevos minúsculos se lo merecen. Si la abstención alcanzara cifras escandalosas, si nadie participara en eso tan cursi que dicen los politicastros al uso de que “las elecciones son la gran fiesta de la democracia”, estaríamos dando una señal inequívoca de cambio. La abstención es lo único que se merecen. La abstención es la gran revuelta cívica. La abstención es nuestra última esperanza.